El encantador de votantes
Compareció Zapatero en TVE ante una cuadrilla de periodistas políticamente muy correctos. Parece que en el gremio de la prensa se ha formado una gigantesca costra de moderación bien retribuida que ha mandado a hacer gárgaras el espíritu combativo o escudriñador de antaño. O sea, que ya nadie osa tocar las pelotas al señor presidente. Y si queda algún plumilla con entereza, desde luego no lo van a sentar enfrente de Zapatero. Lorenzo Milá reprodujo ese estatismo de los responsables de medios que se empeñan en llevar una y otra vez a los platós televisivos y a los estudios de radio a los mismos periodistas: Fernando Jáuregui, Victoria Prego, Carlos Carnicero, José Antich, Nativel Preciado, Isabel San Sebastián... Parece que no hubiera otros. ¿No podrían, por ejemplo, invitar a un corresponsal británico, aunque sólo fuera por cambiar? Nativel Preciado, sin ir más lejos, puede hacerle la misma entrevista a Juan Pablo II, a Maradona, a Joselito o a Bin Laden. González Ferrari, sin embargo, es más un ejecutivo preguntón que un periodista propiamente dicho. Lo suyo es un zumbido de altos vuelos, pajarita, chófer y cena en Jockey. ¿En qué país vive González Ferrari? Mejor dicho, ¿en qué palacio vive González Ferrari alejado de la realidad y del vulgo? ¿Pues no dijo el tipo que los precios de la vivienda han bajado últimamente? El presidente de Onda Cero (patatero) suspendió en conocimiento de la actualidad. No está precisamente en la onda. Se nota que la hipoteca no le quita el sueño. Bien pensado, ¿qué es capaz de quitarle el sueño a este hombre de negocios?
Yo al que eché de menos en el burladero de la prensa que le puso la alfombra roja a Zapatero fue a Urdaci, literato florido ocasional de rencores sin fronteras. El pájaro, o sea, Urdaci, presenta ahora un libro encuadernado en victimismo surrealista y artificial. Y lo malo no es que el hombrecillo venda la historia de su pasión aznarina, sino que nos pretenda colocar en la estantería del salón su vía crucis zapateriano, ganado a pulso con su corona de espinas y triquiñuelas, obtenido justamente en forma de 39 latigazos o días de excedencia voluntaria. ¿Qué esperaba Alfredito Urdaci después de quitarse la cofia? Los nuevos señores tenían todo el derecho del mundo a cambiar el servicio doméstico de la casa.
Zapatero, una réplica logradísima de aquel “Yo, Claudio” televisivo, se manejó a las mil maravillas ante la delegación diplomática elegida por Milá (un pozo sin fondo para los amantes de la comunicación no verbal, aunque yo me he apostado unos euros a que un día se le quedan los ojos pegaos y ya no los abre). El presi se hartó de trazar conjuntos en esa atmósfera de absorta contemplación ajena. Que si el “conjunto de los españoles”, que si “el conjunto de la ciudadanía vasca”, que si “el conjunto del Estado español”, que si “el conjunto de las fuerzas políticas”... Pero dejando de lado el contenido del conjunto de su discurso, uno puede detenerse a contemplar cómo alguien puede soltar una frase inacabable llena de matices expresivos y no decir absolutamente nada. Ése es Zapatero, el hechicero de la palabra, el flautista de Hamelín de los discursos, el encantador de votantes. ¡Y cómo dice las cosas que dice! Su modus operandi es pausado, al ralentí, como si fabricase un código Morse imperecedero. Degusta sus vacíos semánticos, esparce su diarrea de verborrea, reparte sus maneras de charlatán, y cuando te quieres dar cuenta, ya le ha sacado a su entrevistador un gesto de asentimiento.
Aun con toda la escenografía del talante de nuevo cuño, aun con su esencia teatral, aun con sus parásitos de cultura haciendo propaganda en los escenarios al ritmo de una mala balada, aun con sus evidentes carencias, pueden estar seguros de que Zapatero no tendrá su Urdaci. Y el conjunto de los españoles se lo agradecerá.
Dice Manuel Fraga que él se morirá sin ponerse un condón. Bueno, ya teníamos claro que don Manuel era un experto en la “marcha atrás”. Tras apuntarse al carro franquista de don Francisquete, supo aplicar su coitus interruptus con todo desparpajo y decidió dejar de dar por saco al personal mientras sonaba de fondo la música de la Transición. Se supone que fue una alianza popular, pero en realidad era un manual de supervivencia del conservadurismo, un profiláctico gigante para el interés de los ricachones que temían perder voz y voto (qué paradoja). Fraga cambió (no tenía más remedio) la pornografía política por un erotismo aperturista que miraba al futuro y al destape de las películas de Pajares y Esteso. Los españoles asistimos a un orgasmo constitucional, protagonizado en parte por don Manuel, integrante de aquella orgía de artículos y derechos bien orquestada. Ahora, muchos quieren convertir en dogma nuestra Constitución, como si las circunstancias en las que fue redactada fueran las mismas que ahora. Fraga hizo la Constitución como sus faenas sexuales, o sea, a pelo, sin preservativo. Quizá la culpa la tengan en parte los fabricantes de las cosas. Si en vez de Durex o Control, se llamasen “Condones el Caudillo” o “Preservativos Una Grande y Libre”, otro gallo cantaría para don Manuel, un gallito galleguito que no usa condones. Él, que siempre jodió al personal sin poner los medios.
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