Del optimismo antropológico

Ibarretxe lleva  su plan al Congreso debajo del brazo,  y a  Zapatero le da por agarrar el micro y cantarle al optimismo antropológico. “Francisco Alegre y olé”, le zumban los querubines socialistas desde sus escaños, formando un ejército coral bajo la batuta de Rubalcaba.

El talante ya no es el único hijo de este Gobierno. Iluminado en primera instancia por el influjo inicial de Rousseau, ZP degenera y cae, quizá sin saberlo, en el pecado original del liberalismo económico, que pregonaba, en boca  de Adam Smith, aquello de “Laissez-faire”, o sea, eso de que el mercado es de una bondad natural de aúpa.

Tiene guasa eso de la riqueza de las naciones, sí señor. ZP, recién llegado a la causa,  se ha colocado un bigote postizo y ha mascullado el “España va bien” de Aznar, pero en plan finolis, muy cursi él. Igual, un día de éstos le llama por teléfono George W. Bush, al que sus asesores le meten “El Príncipe” en vena, pero el chico sigue creyendo que Maquiavelo es un restaurante italiano.

El Congreso recibía con expectación, desencanto y  hastío el discurso de un lehendakari criminalizado por la tribu periodística. El líder del servicio de propaganda es un marinerito liberal que se ha dejado radicalizar por las circunstancias y las pagas extras  y  se ha emborrachado dándole a la botella del odio y del resentimiento. En ese Parlamento multicolor se impartió un master de comunicación no verbal. Sus señorías escenificaron un verdadero baile de vampiros y Acebes se asustó porque no se veía reflejado en el espejo. El ex ministro del Interior tiene pesadillas  en las que aparecen furgonetas y se ve en sueños abriendo líneas de investigación sin parar. El sargento de hierro del aznarismo residual  se ha adueñado de la “mirada del tigre”, pero sin la pegada de Rocky Balboa. El boxeador de Filadelfia tenía mejores maneras y un discurso más entero que el nuevo “miraditas” del Congreso. Zaplana hacía pucheros mientras se adecentaba su corbata italiana. Y Rajoy, héroe del columnismo pragmático, parecía un espontáneo en la tierra prometida de la intransigencia. Su señoría puso en práctica  toda la variedad de las chirigotas populares. ¿Será Rajoy también un defensor del optimismo antropológico? De momento, bastante tiene con escribir cien veces en el encerado de la oposición su máxima política: “Jodido, pero contento”.  El jefe de la oposición arrastra mejor su defensa beligerante del cinismo antropológico, que logra poner cachondo al mismísimo Martínez Pujalte.

Y no podía faltar Bono, resarcido ya de la avalancha de una masa ataviada de camisas nuevas bordadas en rojo (casi antes de ayer). El ministro de defensa razona con la misma entereza que la cabra de la Legión y se convierte en una mascota exaltada para insultar a Ibarretxe llamándolo botarate (Santa Isabel San Sebastián, dixit).

Pese a este panorama, y lo que te rondaré morena, ZP se presenta como un optimista antropológico, dando por bueno el dicho español de “pan para hoy, hambre para mañana”. Zapatero no ha leído la Historia del S. XX de Hobsbawn, ni ha reparado en Vietnam, Hiroshima, Nagasaki, Afganistán, Bosnia o Irak. El presi vende sonrisas  y se olvida del fascismo, del nazismo, del GULAG, de Pol Pot,  y de Francisco Franco. ZP tampoco lee a Kundera, que se ha hartado de decir que el optimismo antropológico es el opio del pueblo. O si lo lee, no le hace ni puto caso.

No sé si formo  parte de un ejército de pesimistas, ni siquiera sé si hay dos uniformes iguales en la enorme estepa de la defensa de mis ideas, pero me entristece irremediablemente comprobar el ascenso imparable de la resignación antropológica y del conformismo antropológico. Zapatero tiene motivos para estar feliz, ya lo creo, pero haría bien en no confundir el triunfo personal con el triunfo social; podría marcharse como un gran derrotado. Tampoco debería olvidar el presidente del Gobierno que, aunque silenciados o despreciados por la ignorancia, somos muchos los  que vivimos angustiados comprobando la  triste vigencia  del  pesimismo antropológico de Hobbes y su “Homo homini lupus”. 

Aunque   ha sido José Saramago quien nos ha dado otra ración de lucidez. El portugués enciende las luces en medio de la fantasmagórica penumbra de nuestras democracias festivas: “Yo no soy pesimista, es el mundo el que es pésimo. Yo digo que los pesimistas son los que están interesados en cambiar el mundo. Los optimistas no están interesados en cambiar nada, pues se sienten bien con lo que hay. El pesimismo no está orientado a la resignación: es el motor que lleva a la gente a querer intentar cambiar todas las cosas. Es bueno”.

Yo, que no le llego a Saramago a los tobillos de la certeza,  me aferro a otra frase volcánica: “Sólo soy optimista en el porvenir del pesimismo”.

 

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