Un poco de caridad, por favor
Si les digo que doña Cherie Booth cobra un mínimo de 10.000 euros por dar una charla, pensarán que debe tratarse de alguien importante con cosas muy interesantes que contar. En su reciente viaje por Australia y Nueva Zelanda, la señora Booth se ha embolsado alrededor de 200.000 euros en seis días. ¿Qué les dará la señora Booth? ¿Qué tendrá la señora Booth? ¿Qué venderá la señora Booth?
Si les digo que la
señora Booth se metió en la buchaca más de
100.000 euros por una conferencia de media hora pronunciada en una cena benéfica
celebrada en Auckland (Nueva Zelanda), donde los 800 comensales
allí presentes pagaron entre 131 y 556 euros por cubierto, seguirán
sospechando que algo muy sustancioso debieron obtener a
cambio. ¿Sería acaso una charla sobre cómo alcanzar la inmortalidad? ¿Daría
a conocer, por casualidad, una receta mágica para dejar de fumar?
¿Compartiría las claves para comprender el enigma Acebes? No, su
presencia en esas tierras de Oceanía perseguía un fin parcial o doblemente
benéfico, según se mire. Doña Cherie era la excusa o
la persona -según se mire, también- elegida para recaudar fondos para el Instituto
contra el cáncer infantil. Contribuía a un fin benéfico, doblemente benéfico,
pues ella sacaba una amplia tajada del tinglado.
Tras su paso por caja, las arcas del Instituto se vieron reducidas en un tercio. Similar porcentaje se esfumaba en gastos de organización y tras satisfacer la mayúscula comisión de la agencia que organizaba y gestionaba la asistencia de mademoiselle Booth. O sea, que de uno ingresos totales de más de 300.000 euros, en el instituto no quedaban finalmente más que 100.000. El vampirismo no conoce límites. ¿Pero cómo resultaron sus cotizadísimas conferencias? "Esperaba algo más intelectual", confesó uno de los asistentes. Otro tildó la charla de la señora Booth de tremendamente aburrida. Y estos testimonios no pueden considerarse como aislados. Ciertamente, lo de menos eran las gambas, el cordero y el pastel de queso y pistachos que se metieron para el cuerpo. Eso no cuesta 556 euros. Un buen puñado de neocelandeses adinerados se sintió ampliamente defraudado por la vaciedad, nimiedad y superficialidad del discurso de Cherie Booth.
Pero, además, los supuestamente privilegiados asistentes tuvieron que tragar saliva cuando la eficaz recaudadora se refirió a ellos como australianos. Sí, el síndrome de Trillo es de expansión universal, aunque al menos en esta ocasión no hubo gritos, vivas ni jolgorio carnavalesco. Pero manda huevos que la esposa de un primer ministro tenga la desfachatez de utilizar el apellido de su marido para hacer caja, amasar una fortuna y poner el careto en cenas y discursos de presunto espíritu caritativo. Sí, porque Cherie Booth como tal no hubiera sido convocada a dar una charla ni en la semana fantástica de la FAES. Sin embargo, al presentarse como Cherie Blair, esposa de Tony Blair, las puertas se le suelen abrir por doquier, las alfombras rojas se desenrollan para ella, los cheques y dádivas afloran y el servilismo se contagia como por arte de magia, aunque ésta sea negra.
Tras el anuncio de la prensa británica de que Mrs Blair se iba a hacer de oro con sus peregrinaciones a Australia y Nueva Zelanda cobrándole más de 100.000 euros a una institución que ayuda a niños enfermos de cáncer a superar la enfermedad, Downing Street se apresuró a apuntar que se trataba de un viaje privado de una ciudadana privada. Pero lo cierto es que el tratamiento que recibió Cherie Blair tuvo mucho de oficial y de lujo. La primera ministra de Nueva Zelanda, Helen Clark, acudió al aeropuerto a recibirla. Y les puedo asegurar que los hoteles en los que se alojó no tenían menos de cinco estrellas. Claro que ella no tenía que ocuparse de pagar la factura.
Un diario de Nueva Zelanda apuntaba con ironía: "La chica tiene que ganarse un dólar. ¿Qué hay de malo en eso?". Incluso algunos grupos locales cuestionaban la idoneidad de Cherie Blair para ser utilizada como reclamo aunque se tratase de un fin benéfico. El grupo neocelandés denominado "Anti privatización" protestaba por la decisión del Hospital infantil Starship de escoger a Cherie Blair para recaudar fondos: "Ella ha sido una de las principales animadoras públicas en favor de la invasión militar británica de Irak. No hay que olvidar que los 13 años anteriores de sanciones estadounidenses y británicas condujeron directamente a la muerte a más de medio millón de niños y bebés iraquíes. La salud de los niños de Nueva Zelanda es un asunto de política pública, no de caridad privada". Se puede decir más alto, pero no más claro, aunque lo triste es que, inevitablemente, los políticos hacen oídos sordos a tan descomunales verdades, en Nueva Zelanda, en España y en la Atlántida. Cherie Booth o Cherie Blair, se vista o se llame como prefiera, representa con su pueril actitud la cara más amarga de los mundos diferentes en los que vivimos los seres humanos. En Indonesia casi doscientas personas acaban de morir sepultadas por una masa gigante de basura. Hasta en los desperdicios se aprecian las diferencias de clase. Las víctimas encontraban en los desechos de los demás su sustento económico. Mirémoslo así, pues, y concluyamos que de la mierda egocéntrica de Cherie Blair alguien puede haber sacado algo de beneficio.
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