La ministra jíbara

La señora ministra de Infravivienda y Laconismo se ha escapado del club de la comedia y se ha llevado consigo sus gracias más reídas. Doña María Antonia Trujillo se abre camino en la senda de los iluminados y adorna sus chascarrillos proponiendo la construcción de viviendas de protección oficial de 30 metros cuadrados. La ministra tiene tal  complejo de jíbaro, que si pudiera, nos encogería a los jóvenes hasta  convertirnos en Pines y Pones de feria, en  barbapapás modelables a su antojo, en   pequeñecos adaptables a rincones y buhardillas, en diminutos, en  cliks de Famóbil, en  airgam boys que duermen apilados en literas infinitas, en pitufos arropados de diez en diez por un pañuelito o en  liliputienses a las espera de otra vida en la que nos consideráramos con los derechos de un Gulliver cualquiera. Así, con ese reducimiento pragmático, la señora menestra (que hay que ser muy verdulera para gritar en público estas cosas) vería solucionado el problema de la vivienda.

Entre socialistas anda el juego, tiene guasa. La madre de las contradicciones internas en un partido socialista que tiene mucho de partido y poco de socialista se ejemplifica en las dos caras de la moneda de estos forjadores de cuentos y pamplinas: la casa del perro de Boyer acabará siendo más grande que las viviendas de los jóvenes españoles.

Se trata, parece ser, de una idea importada de los países escandinavos. Coño, que parece que vamos importando sólo lo que conviene a estos profetas del engaño y el mamoneo. A ver si nos da por copiar de los nórdicos su política de educación, sus infraestructuras, sus universidades, su renta per cápita...

La señá menestra nos quiere pequeños, ajustados al tamaño de nuestros salarios, aclimatados a las ínfimas expectativas de futuro que nos están dejando entre unos y otros con unas políticas disparatadas.  Nos quieren ver como a muñequitos diligentes con rumbo a nuestros nichos, a nuestras cajitas de cerillas. A este paso acabaremos alquilando los cuartos de trastos o las plazas de garaje para vivir en grupos tribales repartiéndonos el pago del recibo mensual.

Lo que me pregunto es si la señá menestra estará dispuesta a dar ejemplo y trasladarse a vivir a cualquier apartamento de 30 metros cuadrados. Me pregunto también si será capaz de decirnos sin sonrojo aparente cuántos metros tiene su despacho ministerial. Y ya puestos, ¿le propondrá al príncipe Felipe dividir su humilde morada en tropecientas casitas de 30 metros cuadrados para los españoles a los que la Constitución define como iguales?

La señá menestra llega tarde a la fiesta. En su descaro infinito, brilla con luz propia la realidad de miles de inmigrantes que viven sus vidas de monotonía, hastío y sacrificio  en una diminuta habitación. Personas que han llegado al primer mundo para salir de la pobreza extrema, encontrándose con la necesidad de alquilar un piso de 60 metros con otras dos o tres familias, compartiendo baños, olores, penas, alegrías e intimidad. Ellos ya viven en menos de 30 metros cuadrados. Ahora parece que nos llega a nosotros el turno. En España, en el primer mundo, en la España que va bien, en la España del talante, las estatuas de Franco y la Fórmula 1.

 Viviremos hacinados, plegados a la ausencia de espacio, dominados por las fronteras de pequeños habitáculos, contorneándonos ante la precariedad laboral,  tratando de gozar en susurros para no revelar nuestros ejercicios de amor a las parejas de las habitaciones colindantes. Y antes de dormirnos, pese a todo, le diremos a nuestra pareja: buenas noches, mi  princesa... o hasta mañana,  mi príncipe.

 

La corbata negra

–Papá, ¿por qué los presentadores de los informativos de la tele llevan puesta una corbata negra?

–Porque se ha muerto el Papa, hijo. Es un señor muy importante para muchas personas, para todos  los católicos. Y es un signo de respeto, de condolencia, de luto.

–¿Qué es eso, papá? ¿Qué es el luto?

–Es la forma de reflejar que sentimos pena por alguien que ha muerto. En España vestimos prendas negras en señal de luto.

–¿Y si el que muere no es importante, vestimos de luto?

–Bueno, no es exactamente una cuestión de importancia, sino de cercanía. O de parentesco. 

–¿Y siempre que muere alguien se ponen una corbata negra?

–No, hijo, entonces todos los días llevarían la misma corbata.

–Entonces, papá, ¿hay unos muertos más cercanos o más importantes que otros?

–Bueno, no es que sean más importantes unas vidas que otras,  hijo. Todas las vidas son importantes, pero nos duelen más las de las personas más cercanas a nosotros. ¿Lo entiendes?

–Sí, pero...

–Dime, hijo, dime.

–¿Qué pasa cuando muere mucha,  mucha gente? ¿Qué es más importante: muchas muertes de gente lejana o una muerte de alguien cercano?

–Hijo, mira, no es una cuestión que se pueda medir.

–¿No?

–Bueno, sí... o no. Pero, ¿por qué me preguntas esto? ¿Qué te pasa?

–Nada, es que no entiendo... es que... que si un tsunami había matado a  350.000 personas... ¿ por qué los presentadores de la tele llevaban corbatas de colores?

 

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