Rojo que veo, rojo que papeo
No sé si es
que he estado viviendo un letargo de inconsciencia crónica o si es que la cosa realmente se está radicalizando en
las últimas fechas. Lo cierto es que los más oscuros presagios se ciernen sobre
nuestra realidad irreal y aflora en nuestra cotidianidad el mismo salvajismo
que causó estragos a partir de la tercera década del siglo pasado. No se trata
de un atisbo pesimista ni de una lectura dramática de la actualidad, sino de la
constatación o del retrato de un entorno en el que la violencia, la involución,
la perversidad y la irracionalidad se abren hueco en esta España de aperitivos,
carnavales, sanfermines, especulación inmobiliaria,
fiebre consumista y éxtasis papal.
Intentan linchar a
Carrillo, le cantan al yugo y las flechas, adoran al cómico tirano galopante a
lomos de un rocinante de homofobia y maledicencia,
arremeten contra gays, lesbianas, nacionalistas, comunistas y otras tantas
familias de “desviados perniciosos”. Se inclinan, sin embargo, ante la
presencia de Ratzinger, el nuevo ídolo blanco, de
sospechosa ternura en el habla y las maneras, que le sirven de parapeto, de
máscara ante el escepticismo general y
el rojerío particular. Detrás de Bendicto
XVI luce la figura de un ortodoxo que podría ser capaz de hacer bueno a Wojtyla a ojos de los más condescendientes con el progreso
del ser humano. La contradicciones internas de la
Iglesia católica forman un abismo. Juan Pablo II llevó a cabo un linchamiento
continuo con el comunismo, pero estrechó las manos de los Bush sin salpicar su
elegante vestuario, repleto de parafernalia estética.
Los fachas del
siglo XXI siguen pregonando en las
calles sus cánticos de guerra: “Rojo que veo, rojo que papeo”, ante la
permisividad e indiferencia de sus hermanos pequeños, que se hinchan de ira
reclamando la ilegalización de EHAK, pero ríen en la intimidad ante estas
chiquilladas de los falangistas de siempre. ¿Cómo se puede admitir la presencia
de estos partidos ultraderechistas en las elecciones locales y generales si no condenan la
violencia? La estupidez humana no
conoce límites.
Acebes asegura que
ETA ha ganado las elecciones vascas. Acebes cree que Judas era miembro de ETA.
Es más, Acebes cree que Caín se apellidaba Arechabaleta
y formaba parte del comando Donosti. Acebes considera
que a JFK lo mató un etarra que le pasó luego el marrón a Oswald.
Acebes está empeñado en que un comando ilegal de ETA inspiró la Revolución
francesa. ¿Qué haría un enterrador sin muertos? ¿A qué se dedicaría un
carpintero sin madera?
En el Congreso
Rajoy y Zapatero se tiran los trastos. Sus señorías peperas
y sociatas forman un coro, un corralillo de exaltados
gritones. Marín va a enfermar con tanto disgusto y tanta verbena. Los insultos
arrecian. La oratoria brilla por su ausencia y en su lugar aparecen ataques, bajezas
lingüísticas, casi siempre con el asunto del terrorismo por medio. El terrorismo como moneda de cambio, como
llave mágica, como contraseña, como problema único, como pecado original.
El eco de la
batalla lo repite una y otra vez una legión de medios afines. Unos y otros
berrean en época de celo, elogiando a
sus líderes, a sus mecenas espirituales. La prensa ha pasado de ser el
cuarto poder a ser el paje cutre de los reyes magos del capitalismo. Nacen
ahora periódicos gratuitos financiados por la publicidad de las grandes
empresas y por algún espíritu santo. Son lavadoras automáticas de mentes,
soportes propagandísticos que colocan al gremio de los contadores de cosas en
las porquerizas. Escriben Ibarreche con “ch”, pero Patxi López con “tx”,
considerando la perversidad del lenguaje entre los platos de su menú diario. Es
ahora o nunca. Debería ser nunca.
Avanza la nueva
Armada Invencible del liberalismo, Aznar se convierte en un autor literario de
éxito con aires de grandeza (es
imposible que alguien que habla tan mal sea capaz de escribir algo mínimamente
interesante), una muchedumbre hace fotos al Papa recién fallecido
convirtiéndolo en un souvenir, algunos falangistas ladran, Acebes ultima su
ensayo sobre el estrangulador de Boston (en su opinión un tal Gorka Nosecuantos), los ultracatólicos
aplauden y jalean al nuevo pontífice, y así todo.
“Rojo que veo,
rojo que papeo”, gruñen los señoritos repeinados. Un
rojo es para ellos cualquiera que defienda una tesis opuesta a las suyas.
Llegado al extremo de convertirme por culpa del destino en una pieza de su antropofagia intelectual, sólo me
quedará hacer todo lo posible por
resultarles indigesto.
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