Tertulia de raspa y
sardinas
Vuelvo a sentarme ante las crónicas marcianas de Sardá muchos meses después de mi última gastroenteritis intelectual. Endogamia cum laude: Mercedes Milá es la invitada del supuestamente trasgresor sarao televisivo. Cuando uno se llena el bolsillo con la trasgresión, ésta pierde todo su encanto y romanticismo. Sardá le saca brillo al seudo progresismo y el seudo progresismo le saca brillo a Sardá; Boris le saca partido a su personaje, y su personaje le saca partido a Boris. Latre va a lo suyo, se saca partido a sí mismo; lástima que en sus incursiones en solitario no eche mano de guionistas ocurrentes. Otro gallo le cantaría. Claro que, ¿quién coño quiere que cante un gallo en la tele del talante? La tele es finalmente eso, un tiovivo por el que desfilan los arrimados a las sectas del poder, del bipartidismo bienpensante. Unos rinden pleitesía a Aguirre y Acebes, mientras los otros llevan flores a Rubalcaba. Y luego están Ibarra y Bono, en tierra de nadie, Sancho y Quijote, Quijote y Sancho, buscando a un Cervantes que les meta en una novela de caballerías.
El flujo y reflujo de periodistas que van y vienen con el uniforme de opinantes (o portavoces, según se mire, o según se escuche) conforma un verdadero baile de vampiros. Los colmillos brillan en la oscuridad de las tertulias. Se arregla el mundo en un santiamén, sin que falte una consecuente dosis de servilismo y peloteo con el organizador de la misma. La Campos y la Quintana cuentan con una buena camada de aduladores sin fronteras. Especialmente, la primera, quien con un leve gesto es capaz de sentenciar o desterrar a cualquier inocente discrepante. Según la inclinación de sus gafas (se las hace su ex yerno) se sabe si le está tocando las narices la opinión del experto en cuestión. Porque, eso sí, estamos ante expertos capaces de dejar en bragas (no aprecien aquí un sarcasmo sexista) al mismísimo Leonardo da Vinci. Al fin y al cabo, ¿qué es la Campos sino una Gioconda pasada por la turmix de la Feria de Abril?
Estos hombres de mil sapiencias y robustas opiniones deambulan por la Academia de las emociones, pasean por el Liceo de los raciocinios. Juzgan, prejuzgan, analizan, colorean, escanean la realidad de nuestra España y cruzan el charco para radiografiar a Chávez, Bush, Castro y Kirchner. El montante intelectual de estos periodistas deja chicos al Trivium, al Quatrivium y a la madre que parió a Pitágoras. Escrutan, censuran, definen, califican, y lo mismo les da hablar de muletazos en plena feria de San Isidro, que de la economía cubana, yendo al grano y saltando desde la macroeconomía a la microeconomía en un abrir y cerrar de ojos. Confunden a Schumpeter con Schumacher, pero salen del apuro diciendo que la economía es como el fútbol. Raro es encontrar a un contertulio honrado que sea capaz de callar ante un asunto reconociendo que no tiene ni pajolera idea de lo que trata. Haberlos, haylos... pero qué poquitos. Si no fuera porque conozco a uno, yo diría que es más fácil encontrarse con unas meigas.
Una perfecta imbecilidad (I)
“¿Que qué hago para estar siempre perfecta?”, dice Nuria Roca, en estado de trance publicitario, anunciando en un spot televisivo un potingue o no sé qué leches, porque lo más gracioso es que, encima, no te quedas con el nombre comercial de las narices ni con lo que demonios publicite.
Alguien que no sea imbécil debería negarse a soltar una imbecilidad de éstas, por mucho que le paguen por soltarla.
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