De curas y zozobra
primaveral
Rendido ante la insoportable levedad del ser, extasiado a causa de la inacabable fe olímpica de Ruiz Gallardón, permanentemente apenado y entristecido por la tiranía de los mediocres, llego a mi casa malhumorado, como de costumbre, maldiciendo a los cuatro vientos, refunfuñando camino de la ducha. Cada día admiro más ese mitológico y espasmódico grito de “¡A la mierda!” que nació de la ira de Fernando Fernán Gómez. Ya lo he incluido a lápiz en mi libro de citas.
Yo
quería hablarles hoy a ustedes de algunos curas. En concreto, de esos curas que
hacen negocio de la fe. Esperaba contarles la metodología doctrinaria de esos
sacerdotes que abren el casino celestial para bodas y bautizos, exigiendo a los
novios y a los padres de las criaturas
prestas para el ungimiento en aceite la entrega de unas buenas perras.
Son esos curillas a los que les
brillan los ojos y el hilillo de saliva al contar el dinero de los sobres
presuntamente entregados por la voluntad de los feligreses. Son sobres,
regularmente teñidos de una coacción en forma de recomendación espiritual. Esos
dineros van a la caldera del limbo para Hacienda, que sabe de sobra que el cepillo suena. Tildan de anticlerical
a este Gobierno, pero, de momento, Zapa y sus chicos miran a otro lado con
cierta complicidad.
Tenía yo hoy intención de describir el modus operandi de esos asesores religiosos que imponen fotógrafos, moquetas rojas y flores a precio de lujo. Quería darles yo matraca a los curas peseteros, pero hete aquí que esta zozobra primaveral me desconcierta y atolondra, y la mala leche se me adormece como un brazo tonto tras una mala postura. Pretendía mostrar las vergüenzas de algunos sinvergüenzas, pero me he perdido en la propia contradicción. Se me acaba el tiempo, lo siento; la próxima semana soltaré lastre. Me aguardan en una boda y soy yo quien lleva el sobre para pagar al cura. Que se vaya preparando: le voy a pedir factura.
Ya
les contaré su reacción. Que Dios nos pille confesados.
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