El baño y el rebaño
Ni siquiera la vanidad o el amor propio han
logrado rescatarme de la pereza y la racanería de las
que he hecho gala en los últimos tiempos. Últimamente, en el trasiego laboral
me diluyo como un azucarillo débil y sumiso. Siempre
he acostumbrado a buscar refugio en mi humilde bañera. Allí, un cincel y un
punzón me han servido en un sinfín de ocasiones para eliminar las toxinas y los
malos espíritus. También para modelar a mi gusto y antojo la deformante realidad histriónica de este
país de falsas izquierdas, derechas cavernosas
y gentes decentes. Comprenderán que ahora, con esta sequía acuciante,
uno suspenda sus baños termales y balsámicos, y así las cosas, sin esa fuente
de inspiración, sin ese refugio relajante, mi dermatitis de misántropo
convierta mis días en cargas difíciles de soportar. Sin la húmeda relajación
desaparecen tanto la inspiración como
las fuerzas para renegar y echar por la boca de la literatura sapos y culebras.
Camuflado en medio
de la selva humana, reconozco hoy, no sin cierto rubor, que he traicionado la
causa medioambiental llenando la bañera para tratar de recuperar mi hábito de
censor, y reiniciar mi peregrinaje por las tierras del desconsuelo. No me han
faltado estos días, la verdad, inspiraciones o musas. A uno siempre le queda el
club de la comedia, con Acebes, Bono, Fraga y Esperanza Aguirre, fieles y
puntuales a su cita con el disparate y la caricatura. Quizá me esté enrollando demasiado
para contar lo que me pasa. Creo que puedo resumirlo: estoy más estresado que
el director del consejo regulador de manifestaciones, excursiones y otras
denominaciones de origen del vilipendiado Partido Popular. Esa gente va a
reventar. Han iniciado un maratón de jolgorios pancarteros
que va a terminar con su salud, por muchos bocadillos de chorizo y mantequilla
que le den al personal. Tanto estirar la cuerda de ambos lados, y al final,
Zaplana y Marianín han utilizado los mismos
trucos que González y Guerra. Aunque los
populares, claro está, figuran a años
luz de la pareja socialista, maestra en el arte del mitin y la fiesta de
casetas, pescaíto frito y bailes.
Por cierto,
hablando de ex presidentes, que alguien me explique por qué demonios esperan a
que alguien se muera (o pierda la memoria) para rendirle un homenaje. O mejor,
que alguien me explique por qué tanto homenaje. Debe ser un cromosoma más de la
información genética de estos politicastros de verbena y manifa,
a los que ahora se suman monseñores, reverendos, párrocos y seres de toda la
galaxia. George Lucas tiene donde elegir.
Los feligreses de
Génova ya han dejado claro que no quieren diálogo. Es ésta una palabra
prohibida, un tabú para la mayoría de las víctimas. Es lógico y comprensible.
Es muy probable que para mí lo fuera si yo estuviera en su lugar. Lo que ya no
es tan comprensible es el uso político del dolor y el llanto ajenos. La flaqueza de la memoria colectiva puede
jugar malas pasadas. Retratémonos en sepia, retrocediendo a finales de la
década de los 70, cuando los elementos sarnosos del franquismo se frotaban las
manos (o las pezuñas), modelando, preparando la operación de cirugía estética a
la que iban a someter a la España de Lola Flores y Marcelino pan y vino. ¿Se escuchó entonces a
las víctimas? ¿Acaso no tuvieron en cuenta entonces, terminada la dictadura, la
palabra diálogo? ¿No hubo entonces pactos? ¿Encontraron dificultades entonces
los gerifaltes de Franco para sentar sus culos en el Congreso de la reluciente
democracia? (¿A alguien pueden seguirle sorprendiendo las maneras y los eructos
del intolerante Manuel Fraga, que se merienda a un asesor de imagen en menos
que canta un gallo?) ¿Cuántos de los que ahora rechazan la posibilidad del
diálogo con ETA, en el caso de que ésta
abandone las armas, no tienen en algunos de los posos más reales del franquismo un referente de admiración
infinita?
La derecha se
divierte, saca a los niños a jugar a la calle. Delante de las pancartas,
abriendo la marcha, figura Jiménez Losantos,
que le canta al liberalismo cual Joselito, convertido en el ruiseñor de las cumbres del
fanatismo capitalista. Telemadrid se convierte en un cinexín,
en una pantomima, en una parodia de la
ilusión óptica, en una sombra chinesca,
en un botijo sin salidas para el agua. Qué pena.
Vaya, ya me ha
vuelto a pasar: se me ha acabado la tinta y no he hablado de la televisión.
Otra vez será. O no, que diría Rajoy.
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