Miña terra galega

       Hace aproximadamente dos décadas,  un grupo vigués convirtió  el clásico Sweet Home Alabama en un himno gallego,  tras retocar convenientemente  su letra y adaptarlo a la idiosincrasia de la tierra  de la muñeira. La canción estaba empapada en morriña. La titularon Miña terra galega. Narraba la singular nostalgia que sentía un gallego lejos de su tierra. Le cantaban al cielo eternamente gris y aceptaban con dolorosa resignación que era  duro estar lejos de allí. Sonaba convincente la voz de los emigrantes, el sentir de los hijos de una Galicia  añorada.  Abandonar la miña terra galega era poco menos que haber dicho adiós al paraíso, esa región   “donde la lluvia es arte y Dios se echó a descansar”.

 Fueron los orígenes del grupo  un paseo por el punk gamberro y osado; sus atrevidas composiciones hacían reír a unos y enojarse a otros. Hoy, quién sabe, las letras de sus primeras canciones quizá hubieran provocado que los integrantes del Foro de la familia o los del club de fans de Zaplana se manifestaran por millones  en contra de un ataque frontal al buen gusto, a las normas establecidas y  a los principios generales del movimiento.

Aquellos jóvenes vigueses le dijeron al Ayatollah que no les tocase la pirola. Aseguraron, sin pelos en la lengua, que a Brian Ferry  (ex cantante de Roxy Music) le olía el aliento.  Su paranoia musical les llevó  a ver “chochos voladores”. Le cantaron a la Nocilla y  no tuvieron pudor en reconocer que les picaba un huevo.

Abrían sus conciertos en Madrid dando las buenas noches a Santander, destrozaban el We are the World de las estrellas de la industria discográfica estadounidenses  con un descaro sin límites; se divertían y lograban que su audiencia se divirtiera. Dijeron aquello de Menos mal que nos queda Portugal y aconsejaron a la humanidad con sabiduría en su disco Ante todo,  mucho calma. Lograron que muchos jóvenes gallegos despertaran del letargo y abandonaran las convenciones y las imposiciones del protocolo. Algunas cosas en Galicia estaban cambiando.

Pero en la tierra de los minifundios,  el caciquismo permanecía lo suficientemente arraigado como para que la travesura musical de nueva hornada no calara demasiado. Ambas Galicias corrían en paralelo en busca de una única identidad.  Los jóvenes de Vigo, A Coruña y Pontevedra aprendieron pronto las letras de los creadores de Miña Terra Galega, pero no sucedió lo mismo en la otra Galicia, donde la impermeabilidad a los cambios logró que pocas cambiaran con la llegada de los nuevos tiempos.

 La realidad política de Galicia es como una gran superficie repleta de esos minifundios de diverso colorido, de forma desigual, alambradas casi invisibles y espantapájaros tristes. Cuenta la leyenda que un espectro sonámbulo  sale de entre las sombras cada noche para vagar  por  los caminos, recorriendo cada aldea

 en busca de almas. No es una meiga. De él se dice que cuando arranca el alma de un aldeano la guarda con celo en una urna para que sólo él pueda disfrutarla. Los pocos que contemplaron el cruento instante del delirio de la caza han narrado que el rostro del atacante es el reflejo terrible de la insaciabilidad. Lo más inquietante, lo que ha hecho crecer esta leyenda de  horror,  es la descripción de las víctimas que realizaron los escasos  testigos que se atrevieron a hablar soportando para siempre el estigma del rechazo popular bajo el andamiaje de una supuesta locura. Cuentan esos testigos que, lejos de resistirse al asalto del espectro, las víctimas  entregaban hipnóticamente satisfechas su alma, sin resistencia. No había dolor. La ignorancia siempre fue  la más eficaz de las anestesias.

       No sé si en los colegios de Galicia se lee El retrato de Dorian Gray. Quizá ya sea demasiado tarde, ahora que el espectro vive sus últimas horas. No sé si en las fiestas de los pueblos se bailan las canciones del grupo vigués que cantó Miña terra galega.  No sé si los votos de los emigrantes le darán la mayoría absoluta al ex ministro franquista Manuel Fraga. No sé  si el espectro volverá  a la tierra de nunca jamás.  Finalmente, todo es un bucle, un miedo centrípeto ante el que no hay escapatoria. Esos chicos vigueses enamorados de su tierra se hicieron llamar Siniestro Total. Un puñado de votos puede hacer que toda Galicia se apodere de su nombre. Un puñado de votos puede convertir a Galicia en un siniestro total.

 ¡Pobre terra galega, qué cerca estás del abismo y de la desmemoria!

 

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