No me llamen héroe
Siente uno algo
más que una pizca de rubor por tratar
hoy un tema que ha cincelado con
anterioridad Javier Ortiz con rotunda pulcritud y su acostumbrada claridad en
ésta su página web. Pero qué le voy a hacer, no pudo
morderme en este caso la lengua. Además,
ya la tengo hecha trizas.
Lamento la muerte de los 17 militares
españoles en Afganistán como lamento el fallecimiento de los 50 españoles que
perdieron sus vidas en la carretera durante el último puente veraniego. Es más,
cabe semejante dosis de lamento por adelantado ante la desaparición de los otros 50 españoles que
pondrán fin a sus vidas en la próxima operación retorno a lo largo de estas carreteras de guadaña y abismo.Tanto la actividad de los militares como la de los
conductores conllevan riesgos, aunque las circunstancias y el
entorno sean distintos, muy distintos. Sufrir un accidente entra dentro del
bombo diario del infortunio.
Los militares, y en especial aquellos que
emprenden campañas en países en conflicto, asumen inicialmente mayores cuotas
de riesgo. Además, portan armas y poseen un entrenamiento especial para
defenderse de ataques y, naturalmente, para atacar en caso de necesidad –aunque
habría que definir de quién es o quién fija esa necesidad–. Es su profesión.
Así se ganan la vida. Forman parte de un ejército. No estoy descubriendo
América, claro está. Obvio es lo obvio.
Hay quien no duda
ya en hablar de “los héroes de
Afganistán”. El propio Zapatero ha manifestado que los 17 militares españoles “murieron
defendiendo grandes valores, murieron conforme al juramento que han hecho, de
defender la vida, la libertad y la paz”. Yo, desde luego, no estaría dispuesto
a dar mi vida por defender esa supuesta libertad y esa supuesta paz de los
afganos, vigilada por los halcones de Bush. No tengo alma de héroe. Sólo
soy un superviviente.
¿Saben cuál es la esperanza de vida de un afgano? Aterrador
dato. Tampoco los niños afganos que han muerto bajo el fuego estadounidense son
héroes; si acaso, mártires. Forman parte de ese macabro eufemismo llamado «daño
colateral». Para ellos no existen las
autopsias ni las identificaciones de sus cadáveres. Su delito, en muchos casos,
fue jugar al fútbol con una pelota de trapo en el momento más inoportuno y en
el lugar más indebido. Sus cuerpos alojaron los proyectiles de soldados
de barras y estrellas que defienden la paz y la libertad. Curiosamente la paz y
la libertad de sus víctimas.
El mismísimo Papa ha dicho sentirse
profundamente apenado por el fallecimiento de
los 17 militares españoles en
accidente de helicóptero. Benedicto XVI, sin embargo, no se ha
pronunciado acerca de los 177
trabajadores del sector de la construcción que han muerto durante los siete
primeros meses del año en España. ¿Podríamos decir que son 177 héroes,
víctimas de la precariedad laboral? ¿Cabría decir que son 177 héroes,
víctimas de la falta de escrúpulos de algunos empresarios en busca de aumentar
los ingresos y disminuir los gastos al precio que sea? ¿Alguien dirá en un consejo
de ministros que son 177 héroes que dieron sus vidas defendiendo el derecho
constitucional de los españoles a tener
una vivienda digna?
Bush y los suyos han fijado su vista en Irán. Quién sabe,
igual algún día recalo allí como corresponsal de guerra. En ese caso -ténganlo
en cuenta- si me pegaran dos tiros y me
enviaran al otro barrio, no piensen que habría dado mi vida por informar a los demás ni por
describir y contar a los españoles lo que estaba pasando allí. Si eso llegara a
suceder, por favor, no me llamen héroe. Simplemente habría estado allí
ganándome la vida.
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