Qué cosas tiene el
fútbol, la leche. Ahora resulta que ha tenido que ser Ronaldinho
el pacificador, el espejo en el que se miran los políticos de la derecha y del
más allá de la derecha, o sea, del PSOE y del PP. Ronaldinho es el
repartidor del talante, el conductor del entendimiento, el driblador
que reparte ilusiones y cordialidad, el goleador de las ideologías
irreconciliables. Unos y otros, teorizantes del esperpento y la miseria alaban
sus lienzos sobre el terreno de juego, su deambular salvaje, su dentadura
descabalada y su melena anticiclónica. El chico se sentirá extraño o pasará del
tema. Lo suyo es la samba, y no la sardana ni el
pasodoble.
Escribía el pasado
sábado Alfonso Ussía en La Razón que el Madrid-Barça era el
partido de la Constitución contra el Estatut. Semejantes chorradas siderales
tienen mucho éxito entre la parroquia de Acebes y la chiquillería de maese Rouco. Bien politizado está ya el deporte como para
achicharrarlo aún más en el horno de la superchería y del surrealismo carca. Pero, al fin y al cabo, es cierto, y se sigue una línea tristemente continuista: Musolini politizó el Mundial de fútbol del 34; Hitler hizo
lo propio con los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936; el régimen tirano de Videla se subió al
carro con el triunfo argentino en el Campeonato del Mundo de Fútbol del 78.
Vamos, que más de lo mismo, aunque ahora sean las democracias las que sacan
brillo al triunfo de esos muchachotes de cuerpos espigados y contratos
millonarios.
Los políticos se dan más codazos a las puertas
del Bernabéu en busca de una butaca que en el Congreso, dónde va a parar. Ahora, con el acceso a Internet, algunas de
sus señorías se distraen con cualquier cosa menos con lo que deben. Con lo que
les deben a sus votantes, quiero decir. Rajoy está más pendiente de Gasol que de una enmienda cualquiera a la totalidad, que se
venden al peso y se cambian como los cromos a la salida del cole.
Florentino llegó
al Madrid cual Moisés, cargado de una piedra con los mandamientos del fútbol
moderno, pero la cosa se está poniendo tan fea que, a este paso, el presi va a tener que separar las aguas para huir del peor
de sus enemigos: la realidad. Florentino ha embobado a la parroquia blanca
explotando dos o tres cuentos: la
nostalgia, la sumisión de la prensa deportiva de Madrid y un marketing más
agresivo que suicida. Di Stéfano y Butragueño conectan
a los socios veteranos con la historia viviente del club, pero al primero se le
va la pinza y el segundo podría ser director de TVE con el PSOE, con el PP o
con la Iglesia maradoniana. Los diarios deportivos de
Madrid no le tosen al presidente blanco ni aunque lo baje a Segunda. El
patrimonio de la entidad parece una raspa de sardinas. Lo mismito es tener una
ciudad deportiva en el paseo de La Castellana que en el quinto coño, con
perdón. Y pretender justificar el despilfarro de una política de fichajes que
parece diseñada por el enemigo resulta cuando menos dadaísta. Floren ha
dilapidado 50.000 millones de pesetas en
jugadores mediáticos. Unos ya caducaron (Figo, Owen)
y otros parecen estar a punto de hacerlo (Zidane).
Las cuentas dirán misa, el sentido común también tiene su lugar en el Debe y el
Haber. Tiempo al tiempo.
Florentino ha
querido inventar los Beatles, pero con cuatro John Lennon. Y claro, no ha tenido en cuenta el episodio
multicelular de Yoko Ono.
Así le luce el pelo al club merengue. Florentino es un empresario audaz que se
reserva los ases para las partidas de su empresa. Su actitud y sus tejemanejes
en los despachos del Bernabéu son otra cosa. Él no se juega su capital ni su
crédito, sino el de los socios, presuntos mártires que ahora asisten al derrumbe parcial de una
institución con los cimientos de corcho. El fútbol no es una ciencia exacta,
pero mucho menos el set de belleza de la señorita Pepis. Esos socios rendidos ante el desfile azulgrana son
los mismos que le han dado cuerda y rienda suelta al caballo loco del
presidente, ensimismado en el túnel de los espejos deformantes, como un Tamariz
cualquiera del fútbol español, pero sin la gracia y el desparpajo del célebre
prestidigitador patrio. Florentino no pasa de ser un
lumbreras del Magia Borrás, un encantador de
serpientes de plástico, un cerebro gris que ha llenado el palco del Bernabéu de
políticos, empresarios y otras tribus del todo gratis. El Real Madrid Club de Fútbol
necesita alguien que ponga orden y concierto en el campo, alguien que
cuide la retaguardia. El fichaje del siglo sería Pepe Bono, lo que pasa es que
el minigtro es ya en sí mismo el Florentino
Pérez del Gobierno, el telepredicador compulsivo de
Zapatero. Bono vendería camisetas en el mercado filipino, ahora que ha
protagonizado una campaña propagandística de tomo y lomo. Bono es el feriante
mayor del reino. Lo del ministro de Defensa es la política llevada al
rastrillo, al mercado de abastos, al trueque, al Neolítico, o sea a la
subsistencia más cruda y ruda.
El Madrid y Florentino necesitan a Bono, un tipo de derechas con fachada de sociata, un conservador revestido de progresista, un delantero con pinta de defensa. Nada es lo que parece. Así es el fútbol.
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