El Real Madrid es
la jaula de las locas, o sea, un musical. Eso sí, todo el reparto ha caído en
un estrepitoso fracaso desafinado y descafeinado. Sacchi
se fue porque era un barítono de piel y calva escamosas, una sombra perdida en
las oficinas del Santiago Bernabéu. Emilio Butragueño sigue porque es una soprano balompédica e
histérica sobre el escenario futbolístico, un ejecutivo de altos vuelos,
el buitre de la diplomacia
deportiva, una figurita del Belén, un caganet
de punta en blanco, que ahora ha vuelto a quedarse con el culo al aire mientras
papá Florentino juega al monopoly con Fernández
Tapias y otros amigotes. Fefé pone esa puntita de
arrogancia colosal en el palco del estadio, que parece que él metiera los goles
en la feria del campeonato.
El entrenador Vanderlei
Luxemburgo es ya la nueva víctima de la
cobardía de su presidente. De la cobardía deportiva, que diría José María
García. El presi no ha sabido darle al club un hombre
capaz, un entrenador fiable, un profesional capaz de manejarse en un vestuario
repleto de divismo. El magnate de la construcción, el titiritero del Bernabéu ha ejercido de capitán cobardica
de barco. Ha soltado el timonel y ha salido por patas, dejando que se le ahoguen los figos, los del bosques, los camachos, los samueles, los morientes, los garciarremones y
el osito Misha. La afición no para de achicar agua,
tratando de conservar el nombre del club y
de no cambiarlo por el de Titanic.
El míster Luxemburgo sale por la puerta de atrás y con una
patada en el pompis. La afición cambia de opinión seducida por el síndrome de
la veleta, que es al fútbol lo que el
síndrome de Estocolmo al secuestro. Los socios del club madridista deberían revisar su propia historia reciente,
sus aplausos a la gestión cinematográfica de Florentino, pescador en el mar
revuelto del abismo mercadotécnico.
El Madrid es eso,
una jaula de las locas, un escenario repleto de incoherencias y vedetismo hueco. Eso es el Madrid, el juguete del
empresario más caprichoso del momento. A
día de hoy, a esta hora, un juguete roto.
El País titula con muy mala leche: “El
PP reúne en Madrid a 47.000 defensores de la Constitución”. Aznar se deja ver entre los curillas, los pijopatriotas, la gente bien y los de la España única e indivisible, una especie de
caravana del amor, con la música de los Romeros de la Puebla sonando a todo
volumen. Los organizadores del picnic
dicen, sin embargo, que fueron 200.000. Poco importa. Lo mismo da, que da lo
mismo. El fútbol es capaz de reunir a más gente. Hasta Gran Hermano tiene más
poder de convocatoria.
Chemari Aznar camina como poseído, con los ojos irritados,
insuflando de energías a los pancarteros populares.
Uno repasa las últimas convocatorias de los naranjitos y se queda casi sin
palabras: están contra el matrimonio entre homosexuales, contra la LOE, contra Carod, contra Maragall, contra Zapatero, contra el diálogo
con los terroristas... Casi nada. Que si ZP va a aniquilar la Constitución, que
si los socialistas van a desvertebrar España, que si
los rojos van a quemar las iglesias, que si los progres
no quieren que los niños den clases de religión en el colegio...
ETA avisa con
pequeños artefactos mientras algunos portavoces de la derecha y otros profetas mienten como bellacos al
decir que los terroristas no matan porque no pueden. Mienten, y lo saben. Matar es fácil. Y para un
asesino, lo es aún mucho más. Con estas
acciones, la banda terrorista simplemente enseña los dientes. Otras muchas
veces ya mordió. Y puede seguir haciéndolo, aunque
abunden los políticos y los periodistas que creen que ya no puede hacer sangre
gracias a la efectividad de la lucha policial. Mienten, y lo saben. Pero ésta
es, a fin de cuentas, una vieja
historia. Y ya estamos tan acostumbrados a
que se la traguen...
Un café
exquisito
Unos guiones
inteligentes, vivos, dinámicos, frescos, ocurrentes e hilarantes. Unos actores
genuinos, hábiles, convincentes. Camera Café es una excepción en la
televisión de fiascos, bajezas y podredumbre actuales. Es uno de los pocos motivos por los que
merece la pena asomarse a un electrodoméstico convertido en un estercolero. De
pantalla plana, plasma o lo que uno quiera, pero estercolero a fin de cuentas.
Cuatro es más de
lo mismo, o sea, Prisa, Prisa y Prisa. Buen rollito, progresismo de salón
y alta rentabilidad, Boris haciendo de
Boris, Gabilondo buscando a Gabilondo,
Michael Robinson huyendo de la mediocridad, y un sinfín
de productos caducados. Buenos profesionales en la cadena, haberlos haylos,
pero están en la sombra, lejos de las cámaras y más lejos aún de las
retribuciones merecidas y dignas. Nada
nuevo en este lado de los medios de comunicación. Más productos mediocres, carentes de
creatividad y escasos de imaginación. Lo
que les decía: hay cuatro motivos para no sintonizar el corralito de Polanco: es más de
lo mismo, más de lo mismo, más de lo mismo y más de lo mismo.
Cualquier
día de estos ficharán a Pepe Navarro. Ya puestos.
Cada día siento
más vergüenza ajena. Cuando pisé la facultad de Ciencias de la
Información, un periodista “consagrado”
me aconsejó: “Macho, cambia de profesión; elige otra cosa”. No le hice caso.
Muchos años después, me sorprende la inmensa mediocridad que predomina y tiñe
las redacciones, los platós, los estudios de
radio...
Entiendo que se haya silenciado,
olvidado, menospreciado y tapado la publicación de las memorias de Xabier
Arzalluz. Entiendo que fulminen el interés informativo y periodístico. Hoy,
esto cuenta poco; lo importante es la publicidad y tener contento al
accionariado o al gobierno de turno. Comprendo que todo esto no sea más que una
jungla repleta de trampas y mosquitos. He
asimilado ya que en Telemadrid la cosa esté en manos de capellanes y no de
periodistas, que el canal de Esperanza Aguirre parezca más un seminario que un
medio de comunicación. Pero entre tanta inmunda realidad, algo me dice que lo
que les jode en el caso de las memorias de Arzalluz, es que no las haya escrito César Vidal.
Bien visto, seguro
que habría tardado menos que Ortiz. Qué
futuro más negro. Y ojo: una cosa es que
el futuro sea negro, y otra bien distinta que sea de los negros... Literariamente
hablando, eso sí.
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