Ayuda humanitaria

           

Primero se decide bombardear una zona. Miles de toneladas buscan hacer añicos lo que supuso años de esfuerzo levantar. Los daños colaterales representan ese bazar en el que es posible hallar cualquier cosa, por extraño que resulte, incluso justificaciones y excusas. Muerte, horror y desolación. Primero esto; después ayuda humanitaria.

      Un ciudadano iraquí se preguntaba qué clase de ayuda es ésta: “Antes no nos faltaban ni el agua ni los alimentos”. Una muchedumbre se lanza sobre las cajas de esta limosna, reclamo suficiente para que la imagen de los invasores no siga cayendo enteros día tras día. Los más necesitados no tienen ni estatura ni fuerza suficiente para alcanzar siquiera una botella de agua. Hay que sobrevivir primero a las bombas, después al acto canalla de la misericordia inmisericorde: “Ahí tenéis, arreglaos como podáis con esas migajas”.

      La locura es el estandarte que se alza en ambos lados. En Irak, los ojos de los niños heridos reflejan la incredulidad y la extrañeza de cuanto acontece, se sienten protagonistas de algo que no logran comprender, ellos que jugaban al fútbol cuando un objeto creado para destruir –paradojas- intenta configurar un nuevo orden mundial sesgando vidas.

      Al otro lado unos marines defienden los postulados de los halcones que revolotean en la ultraderecha estadounidense. “Sadam es un dictador sanguinario”, nos repiten sin descanso. ¡Como si no lo supiéramos! ¿No fue sanguinario aquel dictador que mutiló España durante 40 años? ¿Acaso vino Eisenhower con bombas racimo? ¡Dictador sanguinario! ¿Ha existido algún dictador capaz de manejar a su pueblo con poemas?

      Se han empeñado en crear un nuevo libro de los muertos. De momento van por buen camino. Están escribiéndolo con sangre, mientras los gobernantes de medio mundo mienten como bellacos, contándonos un cuento para el que no encuentran un final.

      El plano muestra a un niño iraquí gritando. Le están cosiendo la cabeza. No importa, en breve llegará la ayuda humanitaria. Quizá un gorro de Mickey Mouse le cubra entonces las heridas.

 

Periodismo y basura

 

Tiempo de contrastes. Profesionalidad contra chabacanería. Formación, ilustración, capacidad y valía frente a irresponsabilidad, carencia, incultura y mediocridad. Hay periodistas que no suelen recibir premios, esas distinciones que sirven en los últimos años para compensar y recompensar los favores prestados y premiar la fidelidad  al discurso políticamente correcto. Hay periodistas que no ganan el TP de oro ni otras mandangas. No. Pero se trata de periodistas que, pese a no contar con el reconocimiento multitudinario, demuestran día a día que se puede hacer periodismo televisivo de calidad, con decencia. Vicente Vallés (Telecinco), Almudena Ariza y Ángeles Rodicio (ambas de TVE) son algunos de los periodistas que están cubriendo la información de esta guerra en Irak que puede cambiar tantas cosas. Ellos dignifican una profesión tan maltrecha y desecha en tiempos de guerra como en tiempos de paz. No buscan el protagonismo, conscientes de que ellos no son la noticia, sino que están frente a la cámara para contarla. Informan, explican, detallan, diseccionan, mostrándonos a los telespectadores esa parte de la realidad que han visto con sus propios ojos o que ha llegado hasta sus oídos. Ponen en cuarentena aquello que no lograron contrastar, advirtiendo de que se puede tratar de la propaganda de uno u otro lado.

      El contraste a este ejercicio cabal del periodismo lo ponen los merodeadores de los tablaos de la llamada prensa rosa. Nos venden vísceras, embarazos psicológicos, insultos de gelatina y otras materias viscosas, artes adivinatorias, orgías coloristas, lenguas de fuego, sexo barato, desvergüenza atroz. Todo ello sin contrastar, sin medir las consecuencias de una falsedad pasada por el altavoz de cualquiera de los programas

ignominiosos que plagan esta televisión agonizante. Están tomando la televisión sin reparos. Repiten una y otra vez el desfile de necios que han saltado a la palestra en un infarto múltiple. Unos gramos de silicona, un rumor bien extendido gracias a la metástasis irracional o un par de poses junto a viejas glorias de la España franquista bastan para hacerse familiar en este circo de desmentidos y arcadas orquestadas.

      La televisión se deifica, para regocijo de los fieles. La televisión los crea y Hotel Glamour los junta. Este becerro de oro es el nuevo dios.

      Yo me quedo con los periodistas que hoy se refugian en las catacumbas. Malos tiempos para la lírica..<

 

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