Intrusos
Vaya, hombre, ahora resulta que aquí todo el mundo ve la tele. Habla Aznar sobre el invento, y aparece de repente una marabunta opinante dispuesta a analizar con lupa hasta la carta de ajuste. Sorprendente. Nadie ve la televisión, nadie conoce a Dinio, nadie sabe quién es Javito, pero llegado el momento todo columnista que se precie saca a relucir su doctorado en la materia. Durante la pasada semana el pelotón de los opinantes ha subido puertos, atravesado metas volantes y hasta hay quien se ha encaramado al podio con el jersey amarillo de líder. Y lo de siempre: en un lado le caían a Aznar por boquitas, y en el otro, aplauso reverencial por hacer frente a una realidad amarga con esa osadía característica del pequeño y bravo presidente.¿Acaso alguno de estos columnistas o analistas de la actualidad se ha tragado alguna vez en su vida un programa completo, -repito: completo- de Terelu Campos? ¿Acaso han programado el vídeo para grabar el resumen de Hotel Glam? ¿Acaso conocen de memoria los participantes de las ediciones de Gran Hermano? ¿Entonces por qué se suben al tiovivo?
Llevo aquí en mi triste humildad el sacrificio semanal de la exposición catódica con cierta dignidad. Por menos, han beatificado a más de uno. Y no, no pretendo protagonizar desde ningún paraíso ceremonia dogmática alguna, pero sí pido un respeto. Exijo un respeto, leñe. Que le dan a la pluma con mucha ligereza, caramba. Que yo sí he sufrido en silencio –amordazado, pero en silencio- ante la pantalla. He presenciado sin pestañear los monólogos de la comedia... de Carlos Dávila; he aguantado más de un minuto y medio el programa Mamma Mía de Telemadrid; he vivido sin anestesia y en directo los telediarios de Antena 3, sin paracetamol, lo aseguro. ¿Y de qué me ha servido todo esto? Ahora llegan los santones y los santeros, y hala, a largar de la tele. ¡Como si se dedicaran a verla!
¡Intrusos! Hay que pagarles con la misma moneda.
¡Polanco, Pedro J., quiero una columna!
Insultos en prime
time
No me parece ni razonable ni justificable la inclusión de mensajes cortos enviados por los telespectadores desde los teléfonos móviles en la parte inferior de la pantalla del televisor. Es un práctica cada vez más habitual. Puede que constituya una importante fuente de ingresos para las cadenas, pero con ellos se permite el insulto de manera casi gratuita. Escribir una barbaridad y que aparezca ante millones de telespectadores apenas cuesta 1 euro. Además, el autor del seudomensaje se ampara en el anonimato.
Lo mínimo es exigir un filtro que elimine las descalificaciones y los mensajes más soeces.
Eso, si es que no hay ya un vigilante que mira a otro lado contando el dinero que entra en caja.
¿Y qué decir de la ortografía de los textos?
Hay una onomatopeya que viene muy bien al caso, pero les debo un respeto.<
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