La dichosa cremita

El poder de la televisión es infinito. Esperanza Aguirre, musa  pepera y descubridora de la genial Sara Mago, sacó  a relucir en el transcurso de la verbena de la Asamblea de Madrid la figura de  Goebbels, para quien una mentira repetida muchas veces acababa convirtiéndose en verdad. Discípulos no le han faltado al agitador nazi, ciertamente.

Con la canción del verano pasa algo parecido. No, no es que Esperanza Aguirre entone el Aserejé en perfecto alemán, ni que María Teresa Sáez se coloque número uno en los 40 Principales con una versión rumbera del “A todo que no”.  Con la canción del verano sucede lo que con la mentira repetida miles de veces: acaba conquistando la confianza de la audiencia, termina por conquistar los feudos del éxito.

Poco o nada importa la calidad de la  canción a la hora de situarse en la carrera del éxito estival; realmente lo que cuenta es que sea un tema pegadizo,  y que logra ser aupado comercialmente por una casa discográfica.

Jesulín se desgañitó al son del “Toa, toa, toa te nesecito toaaaa”. King África, presunto cantante dicharachero, martilleó a media humanidad con una “bomba musical” que procuró  jaquecas a la otra media. Son sólo algunos ejemplos recientes.

Pero ya no vamos a discutir acerca de la calidad de  estas joyas musicales, no. Ahora lo que está en cuestión es el significado mismo de la música. Si Mozart hubiera nacido  a finales del siglo XX,  es muy probable que hubiera dado con sus huesos en cualquier empresa de trabajo temporal en busca de un trabajo como teleoperador. Pero pensemos en positivo: imaginemos que Mozart hubiera nacido en  la última década del siglo XX, lo más probable entonces es que el genio de Salzburgo  hubiera compuesto su celebérrimo  Réquiem a los  cinco años de edad. Le hubiera bastado con comprobar el panorama musical para liarse pluma en mano con el Confutatis y el Lacrimosa sin consuelo alguno(por no recordar al último representante de Austria en el Festival de Eurovisión, una especie de versión autóctona de Mr. Bean en trance psicodélico-depresivo).

En algunos países de Europa los discotequeros bailan con desenfreno la espeluznante versión de los Beatles con la que la señora Blair castigó a los jóvenes japoneses superpijos que asistieron a una capea o sesión informativa con los mandamases de la Gran Bretaña. Imaginemos aquí a Ana Botella arrítmica perdiíta  con un tema del Dúo Dinámico. Que no es que la señora Blair cante mal, no,  es que hace buena a la mismísima Yoko Ono. La señora esposa del Premier británico ha demostrado tener menos sensibilidad que el alcalde de Marbella con su palillo mondadientes en una sobremesa. Pues bien, a pesar de todo,  la versión de Cherie Blair arrasa en la pistas de baile,  bajo las luces de neón.

Y aquí la cosa no está mucho mejor. Descartada la opción de Ana Botella, porque se negaba a aparecer sin su pareo en la portada del disco, en la piel ibérica se retuercen los cogotes al ritmo de la dichosa cremita. Sí, que si yo te doy cremita, y tú me das cremita, y cosas así.  Inverosímil, de verdad. La sinfonía es cosa  de unos creativos que la encargaron para vender cupones de la ONCE, y resulta que los propios publicitarios se aferraron al micro, le dieron un toque de parodia al asunto... y al estrellato. En las playas, en los chiringuitos, en los corrillos de críos, en la pescadería, a la salida de misa o en los aledaños de Las Ventas no se oye otra cosa: “Yo te doy cremita...”. Pero el mal no viene sólo sino acompañado. Al megahit veraniego, encanto de niños bien y chusma popular, se le suman otras tantas variantes entre las que tiene especial aceptación el dúo formado por una camarero y un señor cliente. Aquí el concepto musical ya ha sufrido una crisis nerviosa, con amnesia transitoria, sarpullido y quemadura neuronal de tercer grado. El cliente le pregunta al camarero... ¿pero qué demonios hago explicándolo, si no hay ser vivo en 1.000 kilómetros a la redonda que no haya sufrido el acoso televisivo  del anuncio: “Tengo gambas, tengo chopitos...”.

Y no me malentiendan. Olé sus narices. Estos creativos no sólo han cumplido su deber profesional con absoluto éxito, sino que además han protagonizado la canción del verano, demostrando que una verdadera operación triunfo necesita de un bombardeo mediático. Así, no es de extrañar que vendan discos Dinio (que no sé cuándo demonios lo grabó si estaba todo el día dale que te pego), Malena Gracia, el Dioni...

Caray, que cualquier día nos sacan la versión bacalao con Arias Navarro y su “Españoles, Franco ha muerto”.

Ah, y a ver quién es el listo que consuela ahora  a Georgie Dann.

 

Más vale prevenir...

Terminó la gira asiática del Real Madrid. Los jugadores han sufrido un desgaste mayúsculo. Yo me voy a mojar: si no fichan a un central de garantía, no huelen un título este año. Pero  a lo que iba: los madridistas han terminado exhaustos su excursión oriental. No quiero  resultar cenizo, pero a ver si con tanto trasiego,  tanta expedición mercadotécnica, tanto loor de multitudes y  tanto avión,  los futbolistas van a terminar como Pelé,  vendiendo Viagra.

 

Jugo periodístico

Me divierte la prensa en  verano. Me refugio en ella cuando huyo de la tele. Algunas entrevistas son sacos repletos de jugo periodístico. La de Rafael Torres a Marina Castaño en las páginas de El Mundo, sin ir más lejos. Al margen de que sean amiguetes, cosa que se nota, supura, vamos, la viuda de Cela es una caja de sorpresas y se retrata con intensidad e inmensidad. Dice la escritora (snif) que ella es aficionada a los toros, pero que está en contra de la tortura a los animales. El entrevistador le pregunta que cómo se come eso, y la señora Castaño dice que en el caso de las corridas de toros no se puede hablar de tortura porque el animal se puede defender, porque es una lucha.

Eso es coger el toro por los cuernos.

El director de Televisión Española tampoco le anda a la zaga. Le trata de sonsacar algunas cosas Karmentxu Marín en la contraportada de El País al director del Ente, y vaya si lo consigue. Le dice a Sánchez que tiene fama de facha. Que si patatín y patatán, pero la entrevistadora va al grano: “¿Es usted antifranquista?”. Y responde el máximo responsable de la televisión pública española. “No. No hay que ser anti nada”.

No pretendo resultar demagogo, pero... ¿no hay que ser antiterrorista? ¿No hay que estar en contra de los malos tratos, de la pederastia, de la explotación infantil?

Qué suerte la de Sánchez. Yo cada día encuentro más cosas con las que estar en absoluta oposición.< 

 

 

Para escribir al autor:  [email protected]

Para volver a la página principal, pincha aquí