El día de su despedida parlamentaria, el endiosado José María Aznar volvió a participar en un guirigay de aúpa, enfrascado en una discusión con Zapatero y otros miembros de la oposición. Su capacidad de diálogo ha estado en consonancia con su capacidad expresiva o dialéctica.
Se fue el tío Aznar con sus rebajas y nos dejó decenas de instantes bochornosos, muletillas chusqueras, sonrisas esperpénticas y actitudes vanidosas varias. Mascó el chicle del terrorismo hasta la saciedad, inmerso en su burbuja de aislamiento, como si alguien le hubiera entregado en mano unas tablas con una única ley o mandamiento: la eliminación del terrorismo. Semejante sueño delirante parece haber marcado la senda de Aznar en los últimos años.
Para el mandatario de sonrisa quevedesca, bigote charlotiano y andares de spaghetti-western, el terrorismo es el principal problema al que se enfrenta el mundo en la actualidad. Curiosa apreciación la de este personaje de la triste figura, más Sancho que Quijano y más manco de ideas que Cervantes, lo cual no es demérito si no se hace acompañar de otras execrables carencias, de las que el señor presidente puede presumir en exceso. Carencias que incluyen la de la percepción objetiva de la realidad que nos rodea. A este humilde crítico le parece que el hambre es mayor problema para la Humanidad que el terrorismo. (No tengo demasiadas ganas ni fuerzas para filosofar, pues de lo contrario diría que el mayor problema del hombre es el hombre). El hambre causa más muertes y más estragos que el terrorismo. Mientras escribo estas palabras, varios seres humanos han fallecido de inanición. Los accidentes de tráfico provocan casi 6.000 muertes en las carreteras españolas cada año. ¿Pueden imaginar qué diría Aznar si el terrorismo causase idéntica cifra de “bajas” en la sociedad española en idéntico plazo? ¿Qué iniciativas ha tomado su gobierno aparte de las pifias de turno del hipnotizador Acebes? Y más, ¿no es un problema mayor para el mundo el aumento incesante de las desigualdades sociales y económicas? ¿No le preocupa a Aznar que cada vez menos tengan en sus manos más? ¿No es peligroso, inmoral e injusto que existan familias con miles de millones de dólares o de euros mientras hay gente durmiendo en la calle? ¿No resulta bochornoso comprobar cómo cada noche en las grandes ciudades del primer mundo decenas de indigentes registran meticulosamente los contenedores y cubos de basura en busca de los despojos de otros? ¿No le preocupa a José María Aznar el goteo continuo de muertes en las aguas del Estrecho? ¿Qué dice de quienes han perdido la vida tras naufragar sus pateras repletas de ilusiones y asfixiados, ahogados por las incomprensiones y la pasividad de los gobiernos? ¿Y qué dice Aznar sobre las tres muertes diarias que se producen en España como consecuencia de los accidentes laborales? ¿Alguien puede imaginar qué diría si todos los días hubiese tres atentados mortales en España?
En la raíz de estas comparaciones o asociaciones está la clave de los graves problemas que nos acechan. Esa clave que no ha sabido encontrar Aznar, pues las diferencias económicas, las desigualdades sociales, la falta de esperanza de vida, la ausencia de recursos y la falta de diálogo desembocan en el terrorismo que tanto le preocupa al propio Aznar.
Se marcha este presidente del Gobierno. Deja tras de sí un campo abonado por los incumplimientos. Prometió acabar con ETA. No lo ha conseguido. ¿Qué se puede esperar de un estudiante que ha suspendido la asignatura a la que más tiempo ha dedicado?<
Julio Iglesias se define a sí mismo como el cantante latino más importante del siglo. Imaginamos que se refiere al pasado, porque hoy su hijo vende más discos que él, y además, con gorrito de nieve incorporado, llueva, caigan copos de nieve a mansalva, luzca el sol, o sufra una soflama de un par de narices. Su vástago lleva gorro de nieve hasta en la cama. Quizá sea su amuleto o chorradas de este marketing capaz de lavar cerebros en listas de éxitos contaminadas.
En sus apariciones públicas, en los espantosos playbacks con que castiga a los esporádicos telespectadores –esos que caen por casualidad en las garras de sus actuaciones– siempre se sitúa ante las cámaras dando, mostrando, regalando su perfil bueno. Obsesionado con mostrar únicamente éste –el derecho, curiosidades de la vida–, el cantante Julio Iglesias protagoniza un monográfico en TVE enfundado en un reluciente, veraniego y pulcro blanco sin igual. Cuando comienza a sonar su voz lleva el micrófono a la altura de la caderas. Qué más da, Julito no tiene el menor reparo en no ocultar que lo suyo es la presencia, y lo de menos si cuela la actuación o no. Sabe que su nombre es lo que vende. Es una marca registrada.
Cualquier artista que se precie debería demostrar que es un número uno o el mejor del siglo, como él mismo dice, cantando en directo, sin miedos, sin trucos, sin posturitas, sin devaneos contorsionistas ni espasmos inclasificables. Ahora, a Julio Iglesias le ha dado por hacer cosas raras con las manos. Bueno, para ser exacto, cosas más raras aún que de costumbre. Cómo es capaz de sujetar así el micro es un misterio insondable e indescifrable, un ejercicio esotérico. Somete a las articulaciones de su mano izquierda a devaneos constantes, a ritmos futuristas, retorciéndolas al son de la música. Pero lo que más llama la atención de sus últimas intervenciones televisivas es la enorme expresividad de su rostro, techado por un pelo panocha imperturbable al paso de los años. Ese rostro me recuerda a un Ecce Homo; es un auténtico catálogo del sufrimiento humano. Cierra los ojos y realiza muecas que transmiten pena, dolor, como si sufriera la criatura. Y uno es consciente de que nada más lejos de la realidad, pero es lo que se percibe, qué quieren que les diga.
Va camino de los 80 discos, todo un récord de constancia, perseverancia... y suerte. Ha cantado sin inmutarse a Gwendoline, ha insistido diciendo que la vida sigue igual, nos ha mascado con cierta autoestima que es un quijote, ha sometido a una operación de cirugía al mítico tema Ne me quite pas y se ha atrevido con el O Sole mio, el bamboleo, las rancheras y.....
Terminan los cuatro minutos de rituales, concluye la autopromoción auspiciada con el beneplácito de la televisión pública española. Julio sigue girado, insiste en cultivar su perfil favorito, sonríe, y al fin sabemos que concluyó su vía crucis. Uno echa de menos su característico e inseparable “Graaaaias, ssspaña”. Otra vez será. Puede que venga vestido de blanco o no; quizá cante en español, quizá en inglés; pero de lo que no cabe la menor duda es de que seguirá obsesionado con mostrarnos tan sólo su lado bueno. Seguirá actuando así en TVE, por la cara, por su cara bonita.<
Nota
del autor.– Desde que cambié mi cuenta
de correo, hace algunos meses, no he recibido ni un solo correo de lector
alguno. Avisado de mi supuesta falta de pleitesía por unos amigos que me
acusaban de actuar como el servicio de reclamaciones de Telefónica, o sea,
pasotismo y silencio sepulcral, he
advertido que debido a algún problema que no acierto a comprender se han
perdido los correos que se me hayan enviado en las últimas semanas. Pido
disculpas por ello y cambio mi cuenta de correo con el fin de seguir
intercambiando impresiones con quien esté dispuesto a ello. Feliz Navidad. O
felicidad, en cualquier caso, para todos.
Para escribir al autor: Marat[email protected]
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