Año nuevo, televisión nueva: y una mierda (con perdón)

 

Mal acabó el año 2003 y mal empezó 2004.Una programación televisiva burda, mezquina y pestilente amargó las fiestas a un montón de españoles. Una amargura que sirve como antesala a la desesperación: si las cadenas continúan faltándole el respeto a la audiencia, terminarán con otra tradición, la de tomar las uvas. Qué bochorno, qué ramplonería, qué esperpento, qué soez. Se trata de un problema con nombres y apellidos. Huele a falta de imaginación, a escasez de recursos creativos. Y no es que no haya gente capaz aquí, no;  es que se prefiere al personal sumiso, biempensante, servil, acrítico, dócil, moldeable...

 

Una indecencia que pagamos todos

 

Que una televisión pública como Telemadrid se convierta en un ente púbico el día 31 de diciembre debe producirle congoja y cabreo al contribuyente. Dos presentadores gritones con devaneos en parajes del histerismo y  ademanes espasmódicos incesantes no deben servir en ningún caso  para despedir el año,  ni siquiera para entretener a espermatozoides de laboratorio. La cosa resultó atroz, espeluznante, carente de ingenio y sensibilidad.

La descarada pareja del infumable “Mamma Mía” va por la tele con una flor en el culo –sin connotaciones sexuales, por favor-, paseando por los pasillos una suerte infinita. Si ese engendro se vende a una televisión pública, no es de extrañar que madame Obregón publique un libro, o que se considere a sí misma una actriz. La tele de Esperanza les da barra libre, y poco importa si es garrafón lo que curte los intestinos. La borrachera audiovisual nos devuelve a las cavernas, donde algunos ya mostraron más ingenio creativo con las pinturas rupestres, capillas sixtinas comparadas con la bazofia a granel que derrocha la pareja de presentadores impresentables en lienzos.

 

Una receta desacertada

 

Telecinco no le fue a la zaga en mal gusto. Poco cabe esperar de Vázquez y Alcayde. Poco no: nada. Nunca fue más imprescindible un guión. Ni siquiera Bertín  Osborne fue capaz en sus mejores tiempos de improvisar tanto y tan mal. El mejunje

erótico-festivo de “Aquí hay tomate” le daba al paladar un sabor agrio, como de gazpacho aguado y antiguo. Ese descalabro intempestivo consigue buenos resultados a diario, así que para qué estrujarse el cerebro. Se le añade una pizca de periodismo jurásico con María Teresa Campos y apañados todos en el redil. Lo raro fue que no confiaran en la prole de Gran Hermano para tan señalada ocasión. Aunque resulta fácil imaginar que las nueva horda de intelectuales españoles amamantados por la Milá estaría pasando la Nochevieja en cualquier albergue con gente necesitada, pues de todos es conocido su altruismo, sacrificio honroso que les lleva en algunas ocasiones a desnudarse ante Interviú con tal de recolectar y recaudar unas monedillas para el prójimo.

    

Toma, Moreno

 

Antena 3 le dio a la zambomba del Moreno, dicho sea con el mayor de los respetos y sin gustosas segundas intenciones. Quiero decir que estiró el cable del éxito de la serie “Aquí no hay quien viva”, un serial que arrancó mal, pero que freno su anunciado suicidio hasta desembocar en guiones de mayor ingenio. La audiencia les ha premiado, pero últimamente parecen volver a las andadas, al precipicio siniestro del adiós. José Luis Moreno, ya sin sus muñecos, se presenta con sus muñecas como un encantador de serpientes en una verbena dominguera, en un guateque chispero de gramola y Georgie Dann. El resultado final fue indescriptible; esta vieja mente no da para tanto, quizá algún genio lo logre, pero yo no doy más de sí. Eso sí, la halitosis audiovisual que desprenden los productos de Moreno echa para atrás a una hiena. El coronel Trautman dijo que Rambo era capaz de comer  alimentos que harían vomitar a una cabra. Pues bien, no hay cabra, ni macho cabrío que aguante la verbena del Moreno en Antena 3.  Esta antropofagia cultural representa una amenaza  a tener en cuenta.  Tal diarrea televisiva decora el jardín de las necedades en que se ha convertido la programación de fin de año. Que tiren de la cadena, al acabar. Qué menos.

 

Que se vaya con sus ovejitas

 

El “surrealismo españó” tuvo en Carmen Sevilla a su musa impertérrita. Ataviada de Drag Queen de secta ultrarreligiosa, la señora de las ovejas cantó a dúo con el majete de Ramón García las doce campanadas. (García, por cierto, puede estrenar una capa diaria con la pasta que gana al año en TVE). Antes, los simpáticos presentadores  habían saludado a sus familiares respectivos aprovechando la ocasión, como si fuera la primera vez que veían una cámara. Carmen Sevilla sugirió la posibilidad de dar la campanada y tomarse las uvas en  Irak. Genial idea. Lo que no dijo es si sería conveniente tomárselas en  la habitación del hotel Palestina donde mataron a José Couso o si sería más apropiado hacerlo desde cualquiera de esos hospitales de Bagdad que carecen de las más mínimas infraestructuras. Quizá se pudiera hacer desde un tanque de las tropas invasoras. Incluso se podría cambiar de escenario y acudir con el racimo y una botellita de sidra a Afganistán, Colombia o Chechenia. Aunque, claro, lo de Chechenia igual le suena a doña Carmen a raza de chucho.

     La señora Sevilla vive en una moviola bucólica permanente,  y ahora  vuelve a anunciar Coca-Cola,  cincuenta años después de convertirse en el rostro español elegido para darle un poquito de la chispa de la vida  a la Hispania franquista.  Los de la pócima secreta con burbujas deben estar buscando  clientela en los geriátricos o quizá es que ya no saben qué hacer para frenar el avance de Meca-Cola.

     Y por si fuera poco, Carmen Sevilla se instala en TVE en pleno Cine de Barrio, después de que al Parada le provocasen una parada cardiaca –televisivamente hablando, si se puede-. De Parada a parado, una paradoja en el paredón de la tele de Urdaci, el Señor de los Premillos. Jodepe, ¿es que alguien duda que Urdaci sea el mejor periodista audiovisual de los últimos veinte años? Bueno, sí, el segundo, el segundo mejor. Ortiz es mejor. O eso dice Urdaci.  Irreal como la vida misma.

     Lo dicho, a este paso tomaremos las uvas con el televisor apagado y dejándonos llevar por la magia de la radio. ¿Se imaginan a Jiménez Losantos vestidito de burbuja Freixenet? ¿Ven como la radio tiene su encanto?

 

Para escribir al autor:  Marat[email protected]

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