El número uno

 

José María Aznar compareció el pasado lunes ante las cámaras de TVE y se expuso desafiante, osado, valiente y temerario al diabólico interrogatorio de Alfredo Urdaci, director de los servicios informativos de la cosa. Fue un combate a muerte... Bueno, me voy a poner serio, que ciertas cosas no cabe tomárselas a broma.

     El chico estuvo bien, la verdad, tranquilo; llevaba el guión bien aprendido. No titubeó, se mostró firme, e incluso interrumpió en alguna ocasión a su interlocutor,  mostrando a las claras quién era el rey de la pista. Reflejó, sin duda, aquello que pretendía reflejar; transmitió aquello que quería transmitir, esto es, la idea de una España en progreso. Vendió lo que debía vender, conocedor de la importancia del horario de emisión y de  la cercanía inmediata de las elecciones.

Su labor artesanal se traducirá inevitablemente en un buen puñado de votos para el PP. Algún indeciso se habrá creído a pies juntillas ese repertorio de sandeces y tintes de cinismo que salieron de su boca como vómitos irrefrenables.

Alabó la acción del Gobierno, realizó un balance falso, completamente falso pero repleto de giros propagandísticos que quizá calen en algunos votantes tal y como ha sucedido hasta la fecha. Lo de siempre. Nadie, absolutamente nadie, esperaba otra cosa.

Él estuvo, insisto, templado, recio, sonriente, complaciente, entregado, permisivo, adoctrinado, contundente, cercano a la beatitud. No cabían las sorpresas, obviamente, pues el encuentro había sido pactado con un intercambio de preguntas que facilitaran el paseo victorioso por esa virtual alfombra roja.

Destacó nuestro gran protagonista la estabilidad política y económica; subrayó que se está más cerca del final de ETA; remarcó que se había creado más riqueza; y tuvo un amago poético al alabar esa “aventura económica marcada por el éxito”.

Descansó y retomó fuerzas ayudado por el avituallamiento energético que otorgan  los casos  del Prestige -ya  olvidado- , de la vivienda -una herencia indeseable  de la época socialista-, y de la incuestionable ayuda de los  EEUU – ejemplaridad celestial del trasiego democrático-.

Lo bordó, estuvo sensacional; las cosas como son. Hay que valer para salir al ruedo así, delante de todo quisque, y recoger tantos votos. Esa serenidad vale su peso en oro, electoralmente hablando. 

No resulta nada sencillo dominar de forma tan holgada la situación; es un reto superado el echarle tanta cara al asunto y acudir al día siguiente al desayuno delante de tanta gente sin cobijarse en el primer agujero oscuro. Hay que estar muy seguro de sí mismo para soltar tanta mentira y caminar erguido, con la mirada rebosante de orgullo y esa soberbia inmaculada desprendiendo osadía. Pero claro, él es el jefe. ¿Quién le va a toser? ¿Quién se atreverá a lanzar la primera piedra en el paraíso de los pecados?

Si el fin justifica los medios, este tipo ha alcanzado la plenitud pragmática. Concluyó el encuentro de enormes confianzas mutuas y se sintió reconfortado. Sabía que lo había hecho bien, era consciente de que había estado sembrado. Aunque pareciera imposible, estaba claro que había ganado más puntos.

Este hombre es, definitivamente, una bestia televisiva. Es insaciable. Es el número uno, el indiscutible rey.

¡Ah!, se me olvidaba: Aznar tampoco estuvo mal.

 

Para escribir al autor:  Marat_44@yahoo.es

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