Un papel importante
Pablo está algo
nervioso esta mañana. Bien temprano, ha acudido al peluquero para hacerse unos
arreglillos estéticos. Se le está haciendo tarde. Aún sigue liado con la
gomina, adecentando los largos rizos de su cabellera. Lleva encerrado a cal y
canto en el aseo algo más de una hora. Su madre ya lo ha avisado en tres
ocasiones: "No llegas, Pablito, no llegas".
Para él supone un reto
importante el día de hoy. Habrá mucho en juego, y Pablo es consciente de ello.
No ha podido practicar demasiado, por eso anda algo preocupado. Pero, la
verdad, ya le dijeron que no era necesario complicarse. "Tu tarea es muy
importante, pero no te comas el tarro", le comentaron ayer tras el último
ensayo.
Pablo se fija
en el reloj, apura su infusión relajante y se despide de su madre con un beso.
"Tranquilo, Pablito, tú tranquilo, que confiamos en ti, ya lo sabes. Si
ves a tu padre dile que no tengo las entradas VIP de Cuca. Díselo. Y que me
llame. A ver si no va a poder entrar. Dile que me llame".
Pablo comienza a
bajar las escaleras corriendo, pero de repente repara en que esa sucesión de
saltos bruscos va a provocar que se venga abajo su obra casi arquitectónica
cimentada a base de gomina. Saluda a Fran, el portero, y para un taxi. "Al
Palacio de Congresos". Con las prisas no le ha dado al taxista ni las
buenas tardes. En pocos minutos llega a su destino. Hay mucha gente en los
alrededores. Se nota un ambiente algo festivo, pese a ser miércoles. En cierta
forma la escena recuerda a los prolegómenos de un partido de Copa de Europa en
el Santiago Bernabéu.
Está en la puerta
del Palacio. Le cortan la entrada y le dan un colgante con una tarjeta para que
se la ponga en un lugar visible. Su pase es especial, le permite colocarse en
el escenario. Allí tendrá que llevar a cabo su papel.
Ya ha visto a
varios de sus amigos. Ha saludado a Fernando y Marina. Ésta le ha dicho que se
peine, que lleva unos pelos un poco raros, así que Pablo acude raudo al aseo y
con un poco de agua trata de adecentar esos bucles de detrás de las orejas que
se han rebelado.
Pablo
está de pie, aplaudiendo, emocionado. El público se ha contagiado de una
alegría vírica, salvaje. Parece como si un equipo estuviera marcando un gol
tras otro durante diez minutos. La celebración muestra escenas de júbilo. El
candidato arrastra tras de sí un séquito de hombres y mujeres gozosos. Los más
alegres están apostados a ambos lados del pasillo. Han colocado unas vallas
para impedir el paso, pero algunas señoras se han encaramado a ellas y asaltan
a besos y salivazos al aspirante. Los abrazos resultan un tanto agresivos.
Nadie quiere soltar al candidato. Parecen aspirantes a carteristas. Los
guardaespaldas tratan de arrebatarles el candidato de una sola pieza. Qué
recibimiento. Pablo está emocionado. "Vamos a ganar, vamos a ganar",
se repite. Le ha gustado, ahora lo grita: "Vamos a ganar". Fina está
a su lado. Lo ha oído, se gira hacia él, lo abraza y le toma prestada su frase.
Su gran frase. "Vamos a ganar", se desgañita Fina. El volumen de la
música desciende y se calma la marabunta. El candidato ha alcanzado el
escenario sano y salvo, todo un milagro. Su equipo de seguridad se ha ganado el
jornal. Pablo está de puntillas; hay mucho revuelo en el escenario. "Ahí
está, ahí está, presidenteeeeee, presidenteeeee", grita. Hoy todo son
gritos. Hay una actitud volcánica, de temporal, de danza y festejo. La voz de
la megafonía solicita silencio, pero el griterío gana por puntos al emisor del
ruego. El candidato está tras un atril, levanta ambos brazos y realizando un
gesto con las palmas de las manos atempera al personal, a la masa rugiente.
Como si se tratase de un hechicero, consigue la armonía del silencio en apenas
unos segundos. Todos han callado y lo contemplan con caras de admiración plena.
Pablo está
tras él. Sus ojos están vidriosos, sus labios radicalmente estirados. Eso es
felicidad. Su felicidad. La plena felicidad. Es su día. Eso es lo que comparte con
el candidato. Vuelan a diferente altura dentro del partido, pero Pablo hoy es
un militante orgulloso. Sabe lo que esperan de él. No va a fallarles. Cuando
llegue su momento, cuando llegue la hora, cumplirá con su labor, tan importante
como otra cualquiera en ese engranaje de la democracia, en el juego electoral,
en esa gran responsabilidad política y social. Ni siquiera se ha acordado de
buscar a su padre y transmitirle el mensaje de su madre. A Cuca no le habrá
hecho ninguna gracia perderse esto.
El candidato ha
comenzado a hablar. Pablo está absorto, como en éxtasis. Las ovaciones
interrumpen el discurso una vez tras otra. Pero al cabo de diez minutos del
inicio el ambiente decae, las tandas de aplausos se separan en el tiempo e
incluso alguien ha osado bostezar. Ha sido contagioso. Los bostezos han tomado
la alternativa. La festividad se ha tornado en sopor. De vez en cuando, alguna
gracia del candidato, algún ataque al líder del otro partido provoca risas y
aplausos.
A Pablo comienzan
a pesarle los ojos. Anoche tardó en dormirse. Estuvo dándole vueltas a su papel
en el mitin de hoy.
Son las tres y
cinco de la tarde, el candidato ha pasado una página tras otra durante más de
40 minutos. Resulta gracioso comprobar cómo la grada principal del recinto se ha
convertido en una máquina gigante de bostezar. Uno tras otro, de forma
aleatoria, los asistentes abren sus bocas sin remedio. Algunos incluso se la
tapan en un ejercicio de buen y sano gusto estético. Los bostezos han dado paso
a los movimientos bruscos de cabezas. Se cuentan por decenas los
"remates" del populacho. Pobres, no pueden contener el sueño. Han
madrugado para ir a trabajar. El candidato, sin embargo, no ha citado ninguna
ley que prohíba abrir un establecimiento o una fábrica antes de las nueve de la
mañana. Hace calor. No es un calor humano. El aire acondicionado no funciona.
Los organizadores del evento están que trinan con los responsables del recinto,
pero éstos se escudan con una explicación un tanto enrevesada. Parece ser que
una subcontrata debería haber enviado a un técnico. El técnico debe de estar en
algún atasco. El candidato suda. Los focos se han cebado con su rostro. Tiene
mucho rostro, pero hay muchos focos. Casi todos apuntan a él. Es lo que tiene
ser la estrella. Pablo también está sudando. Tiene la espalda empapada. También
suda porque se acerca su momento, su minuto de oro, su instante, su página en
la historia.
Son las tres y
doce minutos de la tarde. Un gran foco rojo que pende del techo se ha
encendido. Una intensa luz roja parece irradiar energías al candidato. Un señor
de la organización se ha levantado como un rayo y les ha hecho señas a Pablo y
sus compañeros de ubicación. El orador levanta el volumen, se estira, empieza a
gesticular. Pablo coge su banderita con el logo del partido y comienza a
agitarla. La mueve con energía mientras sonríe. Él es de los mejores
moviéndola. Otros se limitan a dejar que se deslice en una especie de coitus
interruptus que no tiene contento al tipo de las señas. Ahí, a espaldas del
candidato un nutrido grupo de jóvenes de buen ver ha convertido el escenario en
una ceremonia inaugural de unos Juegos Olímpicos, en un fondo sur de un estadio
de fútbol, en el día de la banderita, en un mar de abanderados felices,
concienciados. Pablo está orgulloso de sí mismo. Con una mano sujeta la bandera
y con la otra ha llamado a su madre desde el móvil. "Mamá, ¿se me ve?
Estoy justo detrás de él". "Sí, hijo, sí. Mira, mira, qué bien se te
ve", dice su madre, casi en trance. Han vuelto los aplausos, se ha recuperado
el ambiente de gala, ha retornado esa locura colectiva. Las sonrisas se
multiplican, no hay nadie sentado, todos están de pie aplaudiendo, asintiendo
con la cabeza. "Presidente, presidente" es el grito de guerra. Es una
guerra multicolor. El ejército no ha tomado su rancho, pero no flaquean las
fuerzas. Es la gloria que conduce a la victoria. "Presidente, presidente,
presidente".
El foco se ha
apagado. El candidato se relaja, baja el volumen, cesa el ruido que provocaba
el flamear de banderas. Pablo se sienta de nuevo en su butaca, un escaño
emocional, un púlpito moral, un trono participativo, un palco de
autoafirmación. Vuelve a dejar la bandera en el suelo. Lo ha hecho. Ha
cumplido. Ya pasó todo. Ya pasó.
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