La maestra
He oído no pocas veces eso de
que la malagueña María Teresa Campos es una maestra de la televisión, lo que
dice muy poco en favor de la caja tonta, la verdad. Aposentada en su
inseparable silla, cada vez que recibe tal elogio, aparenta un tic de rubor,
pero a mí me da que lo único que le produce es una hinchazón en su factura
diaria de vanidad.
El de la
periodista malagueña –nunca se cansa de decir que ella es de Málaga, como si
eso tuviera algún tipo de interés para la audiencia– no es un caso excepcional;
los llamados "periodistas estrella", aquellos que son líderes de
audiencia, suelen pensar que poseen un don especial que los diferencia de los
demás. Yo he conocido a varios, y créanme que se consideran a sí mismos salidos
del mismísimo Olimpo. Sus decisiones no admiten réplica ni matiz, y pobre del
que ose contradecir o puntualizar sus dogmas. Algunos se permiten ciertos
privilegios; a otros les da por caprichos realmente retorcidos; no faltan en la
lista los que tienen tanta audiencia como falta de educación con sus
colaboradores. Suelen pensar que por el hecho de pagar a éstos buenos sueldos
les está permitido zarandearlos a su antojo sin miramientos. Lo peor es que
como el panorama es tan desolador, no suele quedar más remedio que aguantarlos
y reírles las gracias, o más bien las desgracias.
Una de las
secciones del programa Día a Día, que dirige la experimentada periodista
nacida en la provincia de Málaga, es la "mesa de debate", en la que
varios contertulios suelen tratar los diferentes temas de actualidad. Dejando
al margen la frivolidad de quienes opinan de todo lo opinable, tengan o no el
mínimo conocimiento exigible, lo que más llama la atención en esas ágoras
pretenciosas es el gusto por satisfacer a la moderadora, y, por supuesto, la incontinencia
de ésta. La maestra malagueña no se limita a dejar opinar a los supuestos
expertos, sino que reprende a quienes no comparten sus planteamientos. Nadie es
capaz de rechistar, pues está en juego un sustancioso cheque por poco más de
media hora de trabajo a la semana.
"Alejandra
Rubio cumple cuatro años", dice la popular presentadora malacitana en la
sección del programa dedicada a la información del corazón. Coño, que
está hablando de alguien lo suficientemente importante como para que su cumpleaños
sea noticia, y no la conozco. Eso genera una desazón considerable. Luego todo
resulta ser una falsa alarma: la niña del aniversario es hija de Terelu Campos.
O sea, que la maestra de la televisión acaba de convertir en noticia el
cumpleaños de su propia nieta. Una prueba más de que a la señora Campos,
natural de Málaga, le gusta mirarse el ombligo y está encantadísima de haberse
conocido. Ni siquiera puede evitar informarnos del cumpleaños de su nieta.
Me suelo ruborizar
cuando oigo gritos de "bravo" en el programa de José Luis Moreno.
Pero nada comparable a la perplejidad que se apodera de mí ante estas actitudes
de endiosamiento infinito. María Teresa Campos se ha aferrado a la idea de un Big
Bang televisivo o a la de unas sagradas escrituras del televisor. En los
dos casos ella parece sentirse la creadora, la impulsora. Pero ello no le
basta. Por más que lo intento, no llego a comprender esa necesidad estúpida de
adentrarse en la noticia hasta formar parte de ella; no entiendo por qué quien
debe contar la noticia gusta tanto de constituirse en la propia noticia.
Resulta triste que
siendo maestra –y de Málaga, para más señas– no pueda aplicar aquello de homines
dum docet, discunt*.
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* "Los hombres, al enseñar, aprenden"
(Séneca).
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