El fracaso del Madrid
Allá por el mes de
agosto mantuve, no sin cierto complejo de bicho raro, que el Real Madrid no
podría alzarse con ningún título esta temporada si no fortalecía su línea
defensiva. No se trataba más que de un prejuicio, es cierto. En un acto de
clarividencia suprema, el director deportivo del club, Jorge Valdano, decidió,
poco antes del inicio de las competiciones, que el zaguero argentino Milito no
era un jugador válido para el Real Madrid, basándose en los informes médicos
del doctor Del Corral. La trayectoria del central en la Liga -fichado
finalmente por el Zaragoza- y su actuación, precisamente frente a los blancos,
en la final de la Copa del Rey, evidenciaron el desatino de los empleados en la
factoría madridista.
Ironizaba yo en
aquel artículo acerca de si el club presidido por Florentino Pérez, personaje
políticamente correcto donde los haya, encontraría un defensa capaz de vender
camisetas. Ese menosprecio del mandatario blanco por la defensa chirría:
solamente alguien que no tiene ni idea de fútbol cree que un equipo se forma
con once estrellas. Once arquitectos no levantan una casa: hacen falta, entre
otras muchas cosas, albañiles. Pensar que se puede ganar un título
“simplemente” fichando a estrellas de grandes cualidades técnicas es tan
descabalado como pensar que se puede ganar un campeonato de futbolín jugando
sin el muñeco de la portería.
En el Bernabéu
los conformistas han hecho valer sus voces por encima de los disidentes a lo
largo de toda la temporada. Hablo de una disidencia interpretativa, más que
activa. Cada vez que incidía en la urgencia de fichar un central me topaba con
variadas y encrespadas recriminaciones de todo tipo procedentes de madridistas
decididamente conformistas con lo que tenían ante sus narices cada domingo. La
más repetida de las respuestas se centraba en mi desconocimiento de la materia
y mi condenación por pesimismo injustificado. Ya he confesado por estos lares
mi simpatía* por el club del Bernabéu. También he manifestado mi discrepancia
con los proyectos de los últimos presidentes, a pesar de la enorme diferencia
de sus gestiones. Florentino Pérez le ha dado un punto de cordura a la imagen
del Madrid, algo de lo que carecía con Lorenzo Sanz y su tribu. Pero el fútbol
no puede escapar a la paradoja: Sanz conquistó una Copa de Europa
congestionando el club a base de deudas y mil indignidades más. Su gestión fue
pésima, pero devolvió a los aficionados a la morada de los sueños con esa
“séptima” que algunos habían aguardado durante más de treinta años. El fin, una
vez más, justificaba los medios. Éste es el eterno problema del fútbol. El
segundo se resume en el tristemente clásico “pan para hoy, hambre para mañana”.
Los aficionados, y
principalmente los socios, soportaron las dudosas actividades de la junta
directiva que presidía ese curioso amigo de las especulaciones inmobiliarias
llamada Lorenzo Sanz. Quien fuera lugarteniente de Ramón Mendoza incorporó al
club a varios miembros de su familia; su propio hermano fue sorprendido
vendiendo artículos no oficiales del club. Los escándalos se sucedieron una y
otra vez. Y a pesar de la reciente conquista de la Liga de Campeones bajo su
mandato, los socios optaron por el cambio y enviaron a Sanz de vuelta al
terreno inmobiliario. Florentino Pérez se convirtió en el nuevo presidente del
club más laureado del mundo. Recibió apoyos... políticamente correctos,
dejémoslo así. Utilizó el fichaje del blaugrana Luis Figo para avisar de su
contundencia. Continuó con los fichajes sonoros, y regaló a los aficionados la
exquisitez del jugador más elegante del mundo: Zinedine Zidane. Después, quizá
inducido por los aduladores, se negó a saciar las verdaderas necesidades de un
club que acababa de lograr dos nuevas Ligas de Campeones en apenas tres años.
El Madrid no tenía problemas para marcar goles; sus problemas residían en la
facilidad con que los encajaba. Parecía claro que necesitaba un central de
calidad contrastada. Pero Florentino optó por el ruido, mejor dicho: por la
samba. Ronaldo llegó para firmar los goles con la rotundidad y la contundencia
de la infalibilidad. Sus pinchazos resultaban mortales para la defensa
contraria; Morientes, un jugador siempre cercano a la sequía de la depresión
anotadora, hizo las maletas. Y llegó Beckham. Y se fue Makelele, al que el club
negó su valía. El centrocampista francés era un jugador cargado de rarezas en
esa plantilla. El Madrid necesitaba de sus rarezas. Sus compañeros galácticos
ganaban cinco veces más dinero que él. Él corría cinco veces más que sus
compañeros galácticos. Makelele se cansó y se fue. El club vendió a bombo y
platillo la rentabilidad de su traspaso al Chelsea, semifinalista de la misma
Liga de Campeones que el Madrid ha perdido en Mónaco.
La prensa se han mostrado más que diplomática con el proyecto de Florentino
Pérez. Había que guardar cola para darle una palmadita en la espalda. Pocos,
muy pocos, se han atrevido a cuestionar su galáctica travesía por el
estrellato. El presi del Madrid se mueve desde hace años en los círculos del
poder, pero no de un poder cualquiera, temporal o transitorio, sino del poder
permanente. Hace falta mucho valor para criticar desde las páginas de un diario
al mandatario de la casa blanca. Sus tentáculos poseen una fuerza
extrema. Sus empresas, también.
Y ahora que el
sarpullido comienza a extenderse, ahora que la prepotencia se ha transformado
en cura de humildad, ahora que se advierte que los críticos, los disidentes,
tenían algo de razón en su alarmismo, ahora, el público del Bernabéu se
desgañita para insultar a sus galácticos, a esos personajes de ficción que
pululan por la galaxia del marketing, de los anuncios de Pepsi, Nike y Adidas.
El Madrid vende sus camisetas en Tokio, Lisboa, Paris y Ciudad de México, pero
no hace frente a sus deudas deportivas. Un club puede ser tan pobre, que lo
único que tenga sea dinero. Sin embargo, esta lectura tiene mucho de espejismo,
y las ventas caerán si los galácticos del marketing comienzan a transformarse
en segundones, en perdedores de finales. La afición ignora que la culpa no es
de esos jugadores exhaustos que acusan una temporada larga. Queiroz, un técnico
que se peina más y mejor que Del Bosque, no ha mostrado ni un solo argumento
que justifique su fichaje. El entrenador portugués es como una copia de Del
Bosque comprada en el top manta. Valdano fue su valedor. Ambos pueden tener sus
días contados en el club merengue.
Además, la
plantilla es corta; no se confía verdaderamente en la cantera. La prueba más
palpable de que eso de “Zidanes y Pavones” es una falacia lo representa el
ostracismo al que se ve sometido el propio defensa Paco Pavón. Los galácticos
han llegado agotados a los meses claves de competición. Casillas, el
cancerbero, ha sido el jugador más destacado en la galaxia, lo que ya indica
bastante.
Se pretendía el
triplete, pero lo que parece cernirse sobre la perversa realidad del Real
Madrid es un trébol de frustraciones colectivas. Los sinsabores de la afición
se han multiplicado en las últimas semanas. Se perdió la Copa frente a un
crecido Real Zaragoza; se cayó en San Mamés; se naufragó en Mónaco; y ahora, el
Atlético Osasuna termina con el mito de Florentino.
Los aficionados del Bernabéu han increpado por primera vez al todopoderoso e
incuestionables presidente. Alguien debe pagar los platos rotos, y para ello,
ya se sabe, se hallará a un culpable... lejos de la presidencia.
Ahora es el turno
de la ingratitud. No es la primera vez que el Bernabéu abandona a su equipo en
los momentos más dramáticos y difíciles. Los gritos de “menos millones y más
coj...” resultan patéticos. La testosterona poco tiene que ver con el cansancio
de una plantilla y con el agotamiento de un proyecto basado en la especulación,
codificado en lenguaje económico. El Madrid no es una serigrafía. El
respetable, al insultar a sus jugadores, no respetó la realidad ni fue justo.
Uno no paga para cuestionar la hombría de los futbolistas, sino para ver un
espectáculo. Si no encuentra satisfacción, lo mejor que puede hacer es cambiar
de escenario. Pero no, la verdad es que el Bernabéu –como cualquier otro
estadio de fútbol- tiene mucho de circo romano. El respetable irrespetuoso no
tuvo clemencia con los suyos: el pulgar señalaba hacia abajo. Se muestran
impasibles ante el via crucis que vive este equipo hastiado. Han escuchado el
grito que avisaba de la presencia del lobo -¡que viene el lobo, que viene el
lobo!-, pero pensaban que las ovejas devorarían a su depredador. La naturaleza
tiene sus leyes, y por mucho que se les tilde de sobrenaturales, los jugadores
emblemáticos del Madrid se deben atener a dichas leyes. El lobo es un peligro;
el lobo es el delantero rival que goza de la dejadez madridista en la
concepción defensiva del juego; el lobo es el cansancio al que no escapa una
plantilla inconclusa, descuidada e inflada; el lobo es la constatación del
fracaso de un proyecto que se pretendía inmaculado; el lobo es la ausencia
prolongada e injustificada de un central de gran talla. Y ahora, el pastor, la
afición, quiere terminar de rematar a las ovejas moribundas que yacen en el
campo.
¿No tenían hace
tres semanas estos jugadores la misma predisposición a la victoria? ¿Es que son
ahora distintos? Y sí es así, ¿en qué han cambiado? ¿No pensaban antes en
fiestas, coches deportivos e inversiones millonarias? Esos son sus galácticos,
para quien guste de creer en seres superiores y personajes de cómics. Para
otros, se trata de jugadores profesionales que responden a unos estímulos. El
centro neuronal del Madrid está en peligro. Está agotado. Puede que se
encuentre con esta Liga, de la misma forma que se encontró con la de la
temporada pasada –cuando a la Real Sociedad le temblaron las piernas en la hora
de la verdad-, pero las carencias se han mostrado sin tapujos. No hay
maquillaje para el desaliento de esta plantilla. Le queda su orgullo, un orgullo
herido, pero que quizá no baste para conquistar la Liga, salvo error de un
Valencia más terrenal y pragmático.
Los jugadores se
resignan: “el público siempre tiene razón”; “es el que paga y ya está”. No,
¡qué demonios! Estas frases, que se suelen dar por buenas en momentos
difíciles, no deben pasar por axiomas. Un error conceptual no deja de serlo por
el hecho de que lo secunden miles de individuos. El Real Madrid ha aumentado
sus ingresos gracias al marketing, pero posee una plantilla descompensada, en
la que seis jugadores engullen cada años cerca de 15.000 millones de las
antiguas pesetas. El fútbol, por suerte, sigue basándose en competiciones que
se dirimen en el terreno de juego. En una contienda entran en juego, nunca
mejor dicho, varios factores. Cuantos más se descuiden, más posibilidades habrá de conocer la derrota. El Madrid ha escatimado a la
hora de tapar los agujeros, ha desoído las alarmas, se ha obstinado en invertir
en la mejora de una parte de su plantilla que exige a gritos el fichaje de
jugadores capaces de blindar la portería de Casillas. El esquema defensivo del
Madrid es lo más parecido a la ruleta de la fortuna. El Bernabéu ha asistido
satisfecho a la escena, ha aplaudido el planteamiento, ha secundado ese diseño
arquitectónico, ha rendido pleitesía a sus estrellas, ha consumido su parte
alícuota de la galaxia. Ahora, se despierta y reacciona como un púgil noqueado:
suelta los puños, pero no ve al adversario. Alguien en el seno del club debería
dar la cara por ellos y asumir su responsabilidad. O mejor dicho, su
irresponsabilidad.
Han tenido nueve
meses para hacerle ver a su presidente que no estaban conformes con el rumbo de
su equipo, sin embargo, ha abundado la complacencia absoluta. Los que han
secundado el proyecto aplaudiendo las victorias no hacen bien ahora rasgándose
las vestiduras. Alguien debería decirle al público, pague lo que pague, que no
siempre lleva razón. Y eso, en definitiva, era lo que hoy quería decirle yo.
_______________________________
(*) Nota del autor: Me convertí en
aficionado del Real Madrid por pura casualidad: alguien de este club comenzó a
regalarle a mi padre semanalmente entradas para ver jugar al Madrid de los
García (García Remón, García Navajas, Pérez García, García Hernández...). Las
invitaciones no faltaron durante años. Es muy probable que ahora me sintiera
colchonero hasta la médula, si aquellos generosos donativos hubiesen provenido
de algún empleado del Atlético de Madrid en lugar de uno del eterno rival.
Para escribir al autor: [email protected]
Para volver a la página principal,
pincha aquí