Espíritu olímpico
Han concluido los Juegos Olímpicos de Atenas y se me antoja necesario lanzar alguna jabalina bienintencionada y algún que otro martillo inofensivo.
Contaba Indro Montanelli en su Historia de los griegos que en los Juegos de la Antigüedad «las ciudades mandaban pomposas embajadas de personalidades emperifolladas, que se dedicaban a observarse para ver quién llevaba el uniforme más hermoso, el cinto más fastuoso, los penachos más coloreados». Resulta curioso comprobar que muchos siglos después la cosa apenas ha cambiado. Me pregunto qué tiene que ver el espíritu olímpico con toda esa tropa de jetas del “todo gratis”, con esa prole de aristócratas fantasmagóricos, acomodados en alcobas lujosas, dedicados a la contemplación de la escena desde la perspectiva regocijante y opulenta del “que pague el pueblo”. Son la gente guapa del deporte, los mandamases, los dirigentes, llegados a la escena para entregar las medallas y las coronas de olivo. Nunca nadie saboreó tanto las mieles del éxito ajeno; jamás nadie logró tanto por menos. Entre tanto buitre carroñero y tanta polilla adiestrada, no cabe esperar nada de humanidad ni de espíritu olímpico. Y menos con los discípulos de Alí Babá. ¿Dónde están estos vividores cuando el gimnasta se cae de la barra? ¿Dónde cuando las fuerzas flaquean? ¿Dónde cuando no responden los brazos y se nubla la vista? ¿Dónde cuando se derrumba el atleta? ¿Dónde cuando se desmorona el trabajo de toda una vida? ¿Dónde cuando las lágrimas empañan la imagen del triunfo que no llegará ya más? ¿Dónde cuando suena la marcha fúnebre de la derrota? ¿Dónde cuando el deportista humilde concluye una prueba mucho después que el vencedor?
El sufrido y pesaroso viaje a Atenas que se han pegado Ruiz Gallardón, Manuel Cobo, Trinidad Jiménez y cía. Pobre gente. ¡Y todo por organizarnos a los madrileños unos Juegos! Tanto altruismo acabará pasando factura. Y vaya si la pasará.
12.000 deportistas y 15.000 periodistas. Más que Juegos Olímpicos cabe hablar de Juegos Periodísticos. La retransmisión de TVE del sarao multicolor y multiétnico ha sido aceptable. El endeudadísimo ente ha contado para ello con el trabajo de 300 profesionales. Mejor no preguntar cuánto nos ha costado a los españoles la tan cacareada cobertura de los Juegos durante las 24 horas del día. Lo de la deuda de TVE no lo arregla ni Stephen Hawking, por mucho que se trate de un agujero negro.
No pretendo parecer pesimista (bastante tengo ya con serlo), pero el asunto del dopaje está convirtiendo la práctica deportiva de alta competición en un bazar repleto de tramposos a los que resulta difícil desenmascarar. Menudo espíritu olímpico. Citius, Altius, Fortius, al precio que sea, tragando los brebajes que haga falta y batiendo récords de indecencia. Pócimas secretas para recaudaciones millonarias, elixires milagrosos elaborados por médicos que se pasan el juramento hipocrático por sus posaderas. Parece que se lucha contra el control antidoping y no contra el crono.
Igual hay que reclamar el regreso de Julián Lago con su máquina de la verdad. ¿Se lo imaginan a la entrada de meta?
Y qué me dicen de los jueces encargados de rifar las medallas en deportes como la gimnasia o la natación sincronizada (no voy a caer en el victimismo delirante con que nos gratificaron algunos medios de comunicación en el España-EEUU de baloncesto, por mucho que resultase sospechosa la designación de un árbitro mexicano para impartir justicia sobre la cancha). Las denominadas medallas subjetivas suelen responder muy a menudo al magnetismo de las grandes potencias. Son subjetivas porque su conquista depende del criterio de los jueces, a diferencia, por ejemplo, del atletismo, en el que los atletas luchan por ser más rápidos que sus rivales, o bien compiten unos con otros por saltar un centímetro más o lanzar un objeto un poco más lejos que el resto.
En la final del ejercicio de barra se armó la marimorena cuando los jueces encargados de la votación valoraron el ejercicio del otrora todopoderoso Alexei Nemov de una forma indecorosa. El público abochornado y enfurecido bramó contra la decisión de los jueces durante quince minutos. Los responsables del desaguisado levantaron un monumento al descaro y la desvergüenza, rectificando la nota inicial y mejorándola en algunas centésimas, lo cual no apaciguó los ánimos del respetable. ¡Ya hay que tener cara! Los engalanados sabelotodo no sabían dónde meterse, tragaban saliva ante la monumental bronca que les dispensaban los aficionados. Fue el propio Nemov el que tuvo que solicitar al público que guardase silencio para que continuara la competición. Nemov se quedó sin medalla, y los jueces salieron por la puerta de atrás, pensando quizá en cómo seguir conservando sus dietas.
A los dirigentes políticos que han vuelto a no respetar la Ekecheiria, la tregua sagrada que establecía el fin de las hostilidades entre ciudades hasta el fin de los Juegos. Las bombas de 250 kilos con el sello estadounidense han seguido cayendo sobre suelo iraquí mientras deportistas de ambos países competían en un mismo escenario. Una cosa es aceptar eso de que ojos que no ven, corazón que no siente, y otra más aberrante mirar a otro lado para no ver la realidad. Eso es, directamente, no tener corazón.
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