Apuntes del natural
[Del 12 al 18 de septiembre
de 2003]
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¡Cuanta presión!
(Jueves, 18 de
septiembre de 2003)
Empiezo a escribir hoy a las 9:47 de la mañana.
–¡Bien has dormido, viejo vago! –se dirá más de uno.
–¡Y una mierda! –contesto yo.
Os cuento.
Trabajé ayer por la mañana en el hotel, en Bilbao,
desde las 6:30, preparando mi apunte del día, mi intervención en la tertulia de
Radio Euskadi y las tareas que debía cumplir luego. Salí zingando a las 8, sin
tiempo de desayunar, hacia la radio. Y el taxi que no venía. Llegué justo a
tiempo de tomarme un café apresurado y ponerme delante del micrófono.
Intervenciones, debate... Apareció por allí Jone Goirizelaia, abogada y
dirigente de la extinta Batasuna. La entrevistamos, acabamos, salí, me topé con
Balza, consejero de Interior –intercambio de saludos, etc.–, charlé un ratito
en la calle con Gorizelaia, cogí un taxi, me fui al hotel, recogí mis cosas,
las bajé al coche –jodé, cómo pesan: la intendencia informática va a acabar
conmigo–, me fui buscando un parking, el que pillaba más cerca del punto al que
iba estaba completo, conseguí deshacerme del coche, me metí al trabajo que
tenía pendiente, estuve en él toda la mañana, hasta la 1:30, y salí
precipitadamente porque quería llegar a Miranda de Ebro a la hora de comer para
hacerlo con mis familiares de allí, que hacía la tira que no los veía.
Cuando salía del control de la autopista junto a
Miranda me quedé sin embrague (y, ya de paso, anonadado). Conseguí arrastrar el
coche hasta el asador donde habíamos quedado (sistema: se mete la marcha con el
motor parado y se arranca a tirones hasta que el motor gira. Único sistema de
parar: frenar y cortar el contacto). Informé a la rama mirandesa de la familia
de mis cuitas, comimos (yo con el entusiasmo que es de imaginar), contactaron
ellos con un taller amigo, arrastré el coche hasta el taller, allí una gente
estupenda se puso a mirar el desastre y descubrieron que aparte de tener el
embrague hecho unos zorros también llevaba mal la bomba del líquido del freno.
Lograron hacer un apaño para que pudiera continuar viaje.
–Embraga y desembraga lo menos posible –me dijo el
mecánico.
–¿Podré llegar a Madrid? –le pregunté.
–Yo creo que sí –me respondió, dubitativo.
Salí. Conduje embragando y desembragando lo menos
posible hasta llegar a 30 km. de Madrid, donde me topé con una hermosa
caravana. Cada vez que pisaba el pedal del embrague, se oía una fiesta de
chirridos en el motor.
No he dicho nada de la radio. Y debería haberlo hecho. Cuando
me enteré de que Garzón había cursado una orden internacional de búsqueda y
captura de Ben Laden, a 120 km/h y en zona de curvas, casi me estrello, víctima
de un ataque conjunto de estupor e hilaridad. Y cuando le oí decir a Acebes que
el único gesto que tiene que hacer Ibarretxe es retirar su plan –¿cómo diablos
podría retirar un plan que todavía no ha presentado? ¿Y cómo puede él juzgarlo
si no lo conoce?–, otro tanto. (Nota bene: Me refiero a Acebes, sí,
Ángel por nombre de pila: el de los Legionarios de Cristo, esa asociación que,
según otra radio, ha comprado a hurtadillas un colegio laico en Madrid y ha
informado a las familias, ya empezado el curso, de que les va a cambiar por
completo el modelo educativo, separando a los niños de las niñas y llevando a
comulgar a los unos y las otras a la hora del recreo).
Conseguí llegar a casa, pero con los nervios en mal
estado. Subí las cosas –jodé, cómo pesan–, deshice las maletas, recompuse los
ordenadores, me topé con un virus, lo destruí, eché un vistazo al partido de la
Real –que también me puso de los nervios–, cené algo y caí agotado en la cama.
Tardé un rato en dormirme porque la muela que arrastro
jodida optó por hacerse notar.
Esta mañana me he levantado a las 7. He acabado de
deshacer las maletas y de instalar los ordenadores. Un cable se negaba a
funcionar. Lo he arreglado. He visto que tenía medio centenar de correos
electrónicos en la bandeja de entrada. Imposible leerlos. Por no hablar de
contestarlos. He ido a llevar el coche al taller para ver si me lo pueden
reparar a tiempo para salir mañana
al mediodía en dirección a
Donostia porque tengo una reunión de trabajo el sábado y quiero acudir el
domingo al estreno de La pelota vasca. Y de repente descubro que no he
recibido aún las invitaciones para la película. Busco el número de teléfono de
Medem y constato que lo he perdido. Llamo a la organización del Festival y
consigo, tras varias y largas gestiones, el número de la productora. Telefoneo,
pero no hay nadie. Dejo recado en el contestador.
De modo que, en este momento, no sé ni si tengo coche
para ir ni si tengo película que ver. Pero eso no es nada, porque debería estar
gestionándome una cita con el dentista y llamando a unos amigos que están de
paso por Madrid y a los que quisiera ver antes de que se vayan.
Aparte de eso, debería estar llamando también a la
editorial, y al periódico, y a varios amigos más a los que he jurado que
contactaría en cuanto pudiera y a los que, además, tengo muchísimas ganas de
ver.
Me recuerda todo esto la canción de Jesús Cutillas «¡Cuánta
presión!» (de la que podéis escuchar un amplio fragmento pinchando aquí). Es
una acumulación de inconvenientes excesiva, desbordante, cabreante. Que te (me)
supera.
Y me preguntaréis: «Y si tienes todo ese lío, ¿por qué
pierdes el tiempo escribiendo sobre él?».
Muy pertinente, la pregunta. Pero supongo que sólo
podría responderla adecuadamente mi psicoanalista. Lo cual plantea otro
problema más: no tengo psiconanalista.
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La pelota vasca
(Miércoles, 17 de
septiembre de 2003)
Dos miembros del Foro de Ermua, la profesora Gotzone
Mora y el periodista Iñaki Ezquerra (él escribe así su apellido), han pedido a
Julio Medem que retire sus testimonios de la película La pelota vasca,
que se estrenará el próximo domingo en el Festival de Cine de San Sebastián. No
lo hacen porque consideren que el director de la película-documental haya
manipulado el sentido de sus palabras, sino porque no están de acuerdo con la
tesis que parece desprenderse de la cinta. Según ellos, la película da la razón
«al entorno de ETA».
Yo no he visto la película todavía –la veré el
domingo–, pero doy por hecho que esas acusaciones son una estupidez.
Por dos muy sólidas razones. Primera, porque hablé con
Julio Medem durante el rodaje –soy uno de los muchos que aparecen
entrevistados– y me contó con detalle lo que estaba haciendo. Su propósito era dejar
hablar a todos y que cada cual expusiera sus razones. Si hay desproporción en
las intervenciones es, pura y simplemente, porque mucha gente cercana al PP se
negó a ser entrevistada.
La segunda razón es aún de más peso: porque dos
personas que sí han visto la película y que distan de situarse en «el entorno
de ETA» la han elogiado vivamente. Una es el alcalde de Donostia, Odón Elorza,
y la otra, Mireia Lluch, hija de Ernest Lluch, que fue asesinado por ETA. Lluch
quedó tan impresionada que decidió participar en la producción del filme,
invirtiendo en él una parte del dinero que le dejó su padre en herencia.
Julio Medem está empezando a sufrir en sus carnes lo
que algunos le contamos cuando nos entrevistó: que con esas dos bandas de
fanáticos que se sitúan en los extremos de la sociedad vasca no hay nada que
hacer.
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¿El tiempo post-ETA?
(Martes, 16 de
septiembre de 2003)
El atentado de anteanoche en Álava supera en chapucería
todo lo conocido en ETA hasta el presente. No sólo porque se dejaran una
riñonera, un DNI y una tarjeta de crédito en el asiento del coche, sino también
por el estilo del ataque y el arma utilizada. Servirse de una escopeta de caza
con los cañones recortados es impropio de una organización a la que nunca le
han faltado las pistolas y las metralletas modernas. Fue todo tan chapucero que
incita a pensar que puede tratarse de un comando espontáneo, de gente
que no actúa bajo mando orgánico.
Hace unos años no habría dudado ni por un instante en
dar esa explicación a lo sucedido, pero ahora tengo dudas. He oído en este
viaje a personas teóricamente muy bien informadas sostener que, en el momento
presente, ETA es ya prácticamente un fenómeno residual, «tipo GRAPO», e incluso
que se puede afirmar que Euskadi ha entrado ya en «el tiempo post-ETA». He oído
frases de ésas, ya digo, en boca de políticos que hace unos años decían y
repetían que ETA sólo podría desaparecer tras encontrarle una solución dialogada.
Hay cosas que no me encajan. Es cierto que la actividad
de ETA, medida en atentados, es ya mínima. Pero no menos cierto es que la cantera
de ETA sigue existiendo y es incomparablemente mayor a la que jamás
tuvieron los GRAPO. A la vez, es bastante intenso lo que llaman «el terrorismo
de persecución», es decir, el hostigamiento a los políticos que menos se
acomodan a sus exigencias. No los matan, pero les hacen la vida imposible.
Es obvio que debo informarme más, para opinar –para
pensar– con algún tino.
Dentro de un rato regreso a Bilbao. Me espera un día
bastante intenso. A ver si consigo aclararme más.
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Seudoliberales
(Lunes, 15 de
septiembre de 2003)
Ha fracasado la cumbre que celebraba la
Organización Mundial del Comercio en Cancún. Los gobernantes de la mayoría de
los estados del Tercer Mundo se han negado a aceptar las exigencias planteadas
por los estados de economía más poderosa. Si he entendido bien, los
representantes del Primer Mundo pretendían obtener plena libertad para invertir
en los países pobres y, a la vez, que éstos les ofrecieran garantías sobre sus
inversiones. Previamente habían rechazado las críticas del Tercer Mundo a sus
políticas agrícolas, fuertemente proteccionistas.
Lo menos que cabe decir de los dirigentes europeos y
norteamericanos es que tienen una jeta que se la pisan. Son liberales o
antiliberales según les viene. Si alguien les impone alguna restricción, apelan
al libre comercio cual dogma de obligado cumplimiento. Pero se olvidan de él a
toda velocidad en cuanto se habla de sus propias economías.
Aunque sea cierto que la política de subvenciones
agrícolas de la UE resulta a veces un tanto irracional, y que favorece la existencia
de cultivos estrafalarios, realizados sin más finalidad que la de obtener la
propia subvención, no creo que Europa debiera desproteger su agricultura,
exponiéndola a la libre competencia del Tercer Mundo. Si lo hiciera, aceleraría
la despoblación y desertización del campo, cosa altamente negativa para el
bienestar del conjunto de la población. Provocaría igualmente el encarecimiento
brutal –o la desaparición– de toda una serie de productos de calidad. (Iba a
escribir que, además, estimularía la sobreexplotación de la mano de obra
campesina del Tercer Mundo, pero mucho me temo que eso sea ya casi imposible).
Por esas razones –y más que me dejo en el tintero– no
respaldo la exigencia de desarme arancelario que plantean los países del Tercer
Mundo con respecto a las agriculturas de los estados desarrollados. Pero, en
contrapartida y por elemental coherencia, tampoco creo que la UE y los EUA
puedan exigirles a ellos que dejen vía libre a sus capitales, y menos todavía
que ofrezcan garantías para sus inversiones. Ese liberalismo en forma de embudo
es impresentable.
Recuerdo lo que Salvador Dalí decía de Pablo Ruiz
Picasso: «Picasso es un gran pintor. Yo también. Picasso es comunista. Yo
tampoco».
A mí me saldría algo parecido con respecto a los
gobiernos de la UE: ellos son liberales; yo tampoco.
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«Napalm casero»
(Domingo, 14 de
septiembre de 2003)
El FBI ha enviado a la Audiencia Nacional española dos
informes en los que se dice que, con los materiales requisados a los argelinos
que fueron detenidos en Barcelona y posteriormente excarcelados, podría
fabricarse «napalm casero». A partir de eso, se ha reabierto el sumario que
inició Garzón.
¿Es crasa ignorancia o mala fe pura y simple? Todos los
que participamos en la kale borroka de los años 60, ahora pomposamente
llamada la revolución del 68 –que ni se limitó al 68 ni constituyó
ninguna verdadera revolución–, sabemos que la mezcla de gasolina, ácido
sulfúrico y detergente, que es la más temible de las variedades del cóctel
molotov, funciona como «napalm casero». Incluso sin ácido sulfúrico, la
gasolina mezclada con detergente también hace muy bien las veces de «napalm
casero», porque el detergente favorece que el combustible se pegue a lo que sea
y sea mucho más difícil de apagar.
Quiere decir esto que no ya los detenidos de Barcelona:
cientos de miles de personas, millones, en toda España, cuentan en sus casas
con los elementos con los que cabe fabricar «napalm casero». Basta con que usen
gasolina, como quitamanchas o como combustible, y con que utilicen detergente
para lavar la ropa.
Es posible que Garzón o cualquiera de sus colegas de la
Audiencia Nacional no sepa esto –los hay que gozan de una ignorancia
multifacética, prácticamente enciclopédica–, pero no me creo que los
especialistas del FBI emitan un informe como ése sin ser conscientes de que
están haciendo trampa, abusando de la ignorancia del personal en materia de
química aplicada.
¡«Napalm casero»!
Lo que le pasa al FBI –me barrunto– es que recuerda el
papelón que hizo Colin Powell hace unos meses en televisión, con el puntero
delante de la pizarra, explicando las muchas ramificaciones que tiene la red de
Al Qaeda all over the world y citando con gran solemnidad «la célula
española». Sospecho que el FBI quiere embarullar las cosas lo más posible, para
sembrar la duda y salvar la cara de su patrón. Porque, si no fuera así, habría
aclarado en su informe que esos componentes, que podrían servir para fabricar
«napalm casero», están presentes en las alacenas (del árabe al-jazena,
bien es verdad) de muchísimos hogares de toda España.
Es como afirmar que quien posee un viejo reloj
despertador cuenta con un instrumento que permite fabricar una bomba de
relojería. Por supuesto. ¡Pues vaya una novedad! De hecho, yo, allá por los
finales de los 60, tenía un despertador al que le añadí un mecanismo idéntico
al que se usa para las bombas de relojería. Sólo que mi reloj lo que hacía
era... conectar la radio para que me despertara por la mañana con las noticias.
Ahora reprochan a alguno de los detenidos haber manipulado relojes digitales.
¿Y quién les dice –caso de que sea cierta la acusación– que no estaba
trabajando en alguna idea del estilo de la mía?
¡Menos mal que hace treinta años Garzón todavía no era
juez! Habría sido capaz de procesarme como miembro prominente de la rama vasca
de Al Qaeda.
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¡Al «fubo»!
Ayer me permití una travesura.
Descubrí que la Real jugaba en Santander y, como estoy
pasando el fin de semana en la capital de Cantabria, decidí ir al estadio a ver
el partido. Así que me planté en eso que llaman, Dios sabe por qué, los campos de Sport del Sardinero (curioso
plural, porque, por más que uno mire aquello, sólo se ve un campo).
Lo que más me gustó de la Real Sociedad de esta temporada fue su hinchada. Los
forofos realistas se comportaron con educación exquisita. Animosos, pero sin
ofender a nadie. Incluso, cuando los altavoces anunciaron que se iba a guardar
un minuto de silencio en homenaje a no me enteré qué fallecido, se pusieron
todos en pie y mantuvieron el silencio con todo el respeto del mundo. Bien por
ellos.
Uno llevaba una bandera palestina. Me sorprendió. Luego
me enteré de que el Rácing tiene un jugador israelí.
Experimentado de antiguo en campos de fútbol foráneos
visitados por la Real, había tomado medidas de protección. Una: me llevé una
pequeña radio digital con auriculares, para no oír a los vocingleros de mi
entorno. Los oí de todos modos, pero muy en segundo plano. Gracias a mi lejanía
auditiva, pude mantener durante todo el partido una sonrisa beatífica que,
según comprobé rápidamente, desconcertó a bastantes de los que me rodeaban:
como no aplaudía nada, ni de la Real ni del Racing, debieron de pensar que era
otro coreano más, pero operado de los ojos.
Segunda medida astuta: consciente de las deficiencias
de mi vista, me proveí de unos binoculares –soviéticos, por cierto– que me
permitieron seguir con todo detalle las jugadas, incluidas las más problemáticas.
El personal de mi entorno, apreciada la calidad de mi infraestructura, acabó
mirándome cada vez que ocurría algo conflictivo, para ver qué cara ponía tras
verlo por los prismáticos y escuchar lo que decían en la radio. Sólo lograban
comprobar que yo sonreía invariablemente del modo más inexpresivo y menos
comprometido que me era dado.
Ganó la Real 0-1. No hizo gran cosa. Me pareció un
equipo organizado y aseado, sin más. Varios de sus mejores jugadores se
quedaron en casa, reservándose para el partido de Liga de Campeones que juega
el miércoles próximo.
Al Rácing lo vi incapaz de meterle un gol al arco iris,
que decía el otro.
Cuando dejé el estadio, oí unas declaraciones del
entrenador del Rácing, Lucas Alcaraz, que me llenaron de satisfacción. Dijo: «En
el fubo, el tema de los goles (sic) es muy importante».
Es lo que tienen los expertos: pueden ilustrarnos con
su sabiduría.
Llevaba algo así como quince años sin pisar un estadio
de fútbol y, si bien reconozco que es el mejor modo de ver un partido –sobre
todo si tienes asiento de tribuna central–, creo que tardaré bastante en
volver.
Siempre me ha puesto de los nervios la ausencia total
de objetividad de la mayor parte de los espectadores, sus gritos bobos y sus
groseros insultos. Pero ahora no es eso lo que más me echa para atrás. Lo que
más me reventó ayer es que, además, fuman puros. Puros enormes. Puros
apestosos.
No creo que acuda de nuevo a un estadio hasta que
prohíban que se fume en las gradas. O, por lo menos, hasta que se establezcan
zonas de no fumadores.
Quién me lo iba a decir.
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El 13 de septiembre
(Sábado, 13 de
septiembre de 2003)
Comenta Ramón Pi en un diálogo radiofónico: «Fíjate, el
11 de septiembre cuántas desgracias se conmemoran, y en cambio el 13, que se
supone que es la fecha de la mala suerte, ninguna...».
«¡Serás tú el que no tiene ninguna desgracia que
evocar!», le respondo mentalmente.
El 13 de septiembre de 1936 las tropas de Franco
entraron en San Sebastián. Fue de las primeras capitales del norte que cayeron
en manos de los facciosos. Se encargaron de la faena, en lo esencial, los
Tercios de Navarra, requetés.
Donostia cayó tan pronto bajo el control franquista que
ni siquiera tuvo tiempo de regirse por el Estatuto de Autonomía, que se
promulgó en octubre.
Durante muchos años –los que más marcan: los infantiles
y adolescentes– me tocaba pasar a diario varias veces por la Plaza del 13 de
Septiembre de San Sebastián. La plazoleta, al pie del edificio «La Equitativa»,
junto al río Urumea, tenía un pequeño monumento con una lápida que recordaba el
acontecimiento. Allí, en un primer piso, estaban las oficinas de Gestoría
Ortiz, el negocio de mi padre.
A ras de suelo había una tienda de fotos, «Jomar», en
la que nos hicimos retratos durante muchos años todos los miembros de la
familia. Con el tiempo, la hija del dueño se casó con un atildado teniente de los
grises que no levantaba cuatro palmos del suelo y que se encargaba de
dirigir la represión de las manifestaciones. «El tenientillo», lo llamábamos.
Desde que Jomar –José Martínez, supongo que se llamaría– aceptó a
aquella pieza como yerno, no volví a entrar en su tienda. Ni yo ni mucha otra
gente.
En frente, haciendo esquina, había una tienda de
coches. No sé por qué, guardo en la memoria el recuerdo del escaparate de esa
tienda exhibiendo un Gogomóvil, que fue el primer coche utilitario de
fabricación española (el primero con techo y marcha atrás, quiero decir, porque
ya hacía tiempo que circulaba el Biscúter, que venía a ser algo así como una
moto con asientos de automóvil). El Gogomóvil era tan pequeño y liviano que no
había problema para subirlo a la plataforma de un escaparate.
Tardé algunos años –tampoco tantos– en identificar el
nombre de aquella plaza, tan familiar para mí, con la fecha de una desgracia
colectiva. Pero, desde que lo hice, no dejé de pensar en el gozo que
representaría para mí la destrucción de la odiosa lápida colocada en su centro.
Alguien se la cargó en los primeros 70, pero volvieron
a colocarla.
Fue tras la muerte de Franco cuando desapareció. Para
siempre (de momento).
Ahora se llama Plaza de Euskadi.
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Las ventajas del
pesimismo
(Viernes, 12 de
septiembre de 2003)
Día apretado, el de ayer.
A primera hora, desplazamiento de Bilbao a Vitoria.
De entrada, largo encuentro con el lehendakari
Ibarretxe. Somos 18 periodistas y contertulios de Radio Euskadi. A algunos es
la primera vez que los veo; otros son ya viejos conocidos.
Noto a Ibarretxe más ducho a la hora de expresarse.
Incluso se permite alguna broma, aunque de humor negro: «Nuestras posibilidades
de éxito –dice– son, si hacemos las cosas bien, muy pocas».
Hay aspectos noticiables en lo que nos cuenta, pero
tampoco demasiados. Lo más chocante, quizá: el famoso borrador del «plan
Ibarretxe» que filtró el diario ABC no era un borrador del plan,
sino un collage de varios documentos hecho por terceros. Un montaje,
dicho sea en el sentido más literal del término.
Luego, en un hotel, aperitivo y comida con
representantes del tripartito. Dos por cada partido: Joseba Egibar y Emilio Olabarria,
por el PNV, Rafael Larreina y Onintza Lasa, por EA, y Óscar Matute y Antxon
Carrera, por EB-IU. Durante el aperitivo charlé, sobre todo, con Olabarria. Es
excelente conversador y tiene muy buen sentido del humor. En la comida departí
más con Antxon Carrera, con el que mantengo desde hace tiempo una buena
relación de amistad.
Las parrafadas oficiales corrieron a cargo de
Larreina, Egibar y Matute.
Comparativamente muy joven para lo que se estila en la
vida política vasca, Óscar Matute se expresa muy bien y con mucho aplomo. Lo
conocí hace meses, cuando pasé por Bilbao para dar una charla organizada por
las juventudes de Ezker Batua. Pasa por tener muy buena sintonía con Madrazo.
Los otros dos son suficientemente conocidos.
Larreina me hizo sonreír con algo que dijo al arranque.
Contó que, cuando bajó a comienzos de mes de la montaña en la que había pasado
las vacaciones y cogió un periódico, tuvo la sensación de estar leyendo el
mismo periódico de veinte días antes. Me hizo gracia eso de «bajar del monte»:
tratándose de ellos, siempre hay alguien que especula con lo contrario.
Egibar estuvo cáustico y directo, según su estilo. No
le vi demasiado a gusto con el rumbo que están tomando las cosas, pero tampoco
precisaré más, para respetar el off the record y porque esto, a fin de
cuentas, no es una crónica política. Los periódicos cuentan que ha quedado
descartado como sustituto de Arzalluz, cuando el de Azkoitia deje la
Presidencia del PNV.
Hasta ese punto del día, la cosa resultó interesante,
distendida y, a ratos, hasta divertida.
No puedo decir lo mismo del resto de la larga jornada.
Por la tarde tuvimos encuentros con Rodolfo Ares,
portavoz del PSE-PSOE, y luego con Carmelo Barrio y Carlos Urquijo, del PP. A
razón de un par de horas por partido. Era obvio que ni el uno ni los otros se
sentían a gusto con nosotros y –tal vez por eso, o porque están programados
para actuar así– todas sus respuestas se mantuvieron dentro de los guiones
respectivos, que les hemos oído recitar mil veces. A Ares no le dirigí ninguna
pregunta. A Barrio y Urquijo me vi obligado a hacerles un par de precisiones,
aunque muy breves. La verdad es que no es demasiado útil escuchar a políticos
de segunda regional decir lo mismo que sus jefes de Madrid, sólo que más
torpemente. Para lo único que vale la pena es para hacerse una idea de cómo son
los políticos de segunda regional.
Lo más interesante de las cuatro horas de la tarde
fueron algunas intervenciones de mis acompañantes contertulios, agudas y bien
fundamentadas.
De regreso a Bilbao, agradable cena con Fernando López
Agudín, Joan Guitart y su mujer.
Esperaba –lo confieso– un día bastante peor.
Ventajas que tiene el pesimismo.
[ Archivo
de los Apuntes del Natural – ¿Qué son los Apuntes? –
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