Apuntes del natural
[Del 24 al 30 de octubre de
2003]
n
El parte
(Jueves, 30 de octubre de 2003)
Supongo que el dicho existe en casi todos
los idiomas. Lo recuerdo en francés (Pas
de nouvelles, bonnes nouvelles) y
en inglés (No news, good news). Se supone que si no hay noticias –de
un lugar, de una gente– es que no les pasa nada malo.
Pero yo estoy experimentando otra variante
de la ausencia de noticias: no las tengo porque no las oigo. Por mero afán de
supervivencia, por puro y simple instinto de autoprotección, llevo un par de
días que apago la radio o cambio de canal de televisión en cuanto anuncian que
van a dar las noticias. Me ataca los nervios que no haya boletín informativo
sin su correspondiente arenga contra el plan
Ibarretxe. La sueltan sistemáticamente, aunque no tengan realmente nada
nuevo que contar. (Iba a escribir: «como si estuvieran obligados a hacerlo».
Qué ingenuidad. Lo correcto es: «porque sus jefes les han dado orden de
hacerlo».)
No es que haya perdido interés en las
noticias. Es que eso no son noticias. Son soflamas.
En mi niñez, la gente llamaba al boletín
informativo de la radio «el parte». El término estaba tomado del lenguaje
bélico: se refería a los partes de guerra, en los que el mando del Ejército
daba cuenta a la población de las incidencias del día. Durante la guerra civil,
las emisoras de radio franquistas difundían cada tantas horas los éxitos
–reales o supuestos, daba lo mismo– de las tropas nacionales. Ese fue el antecedente de los diarios hablados de Radio Nacional, única emisora autorizada por
entonces a elaborar programas sedicentemente informativos.
Tengo enteramente la sensación de que hemos
vuelto a los tiempos de el parte. Todo lo que se dice está
sometido a estricta vigilancia de la superioridad, para que sirva adecuadamente
a la causa. Ojito con tener ideas propias, o con pretender que las realidades
tienen dos caras, o con mostrar
indulgencia hacia el enemigo.
Da lo mismo que las supuestas informaciones
sean fruto de la exageración o de la libre inventiva de los agitadores a
sueldo: sólo importa que valen para el fin pretendido.
He decidido prescindir del parte. Me refugio en la prensa escrita,
en la que yo puedo decidir qué leo y qué no.
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Alucina, vecina
(Miércoles, 29 de octubre de 2003)
Es como si mantuvieran una competición
entre ellos, a ver quién la dice más gorda.
«Ibarretxe apoya su plan secesionista sobre
mil muertos», suelta Aznar.
«Ibarretxe está negociando con ETA un
reparto del poder. Lo que van a pactar es un Gobierno conjunto», afirma Mayor
Oreja.
¡Toma ya! ¿Cuál será la siguiente? ¿«Un
informe policial apunta a Juan José Ibarretxe (a) Juanjo como posible jefe del comando Araba»? ¿«Ibarretxe, a favor de la disolución de España en
ácido sulfúrico»? ¿O aún mejor: «Josu Ternera y Juan José Ibarretxe estudian
inscribirse como pareja de hecho»?
Es el reino del disparate elevado a la
enésima potencia. El otro día vi y oí a una de esas señoras que presentan magazines de televisión –creo que era
María Teresa Campos, aunque no me hagáis mucho caso, porque no las distingo–
que se preguntaba con mucha seriedad si es aceptable que haya gente que intente
pegar al lehendakari cuando va a dar conferencias por esos mundos del Señor.
«Yo creo que no, que tampoco es eso», concluyó, adoptando un aire de persona
sensatísima. Habló de lo sucedido en Granada como si se tratara de algo
opinable, en plan «unos piensan de una manera, otros de otra, en fin, ya se
sabe, en la variedad está el gusto».
Ignoro qué grado de elasticidad tendrán las
tragaderas de la opinión pública española. De la pública y de la publicada. Me
pregunto hasta dónde podrán llevar los aznaristas el protodisparate total, la
archiexageración desaforada y la brocha gordísima a guisa de pincel sin que los
medios de información –así sean sólo los menos ridículos– empiecen a dar la voz
de alarma frente a tanto y tan disparatado exceso. ¿Cuánto tardará la intelligentsia hispana en denunciar que
todo este penoso espectáculo representa un insulto a su ídem?
De veras que no lo sé. Yo he pasado ya de
la preocupación a la indignación, de la indignación a la incredulidad y,
finalmente, de la incredulidad a la risa floja.
Esta gente merecería poner en su escudo la
vieja inscripción de los Reyes Católicos: Plus
ultra. Que en su caso habría que traducir sólo a medias: «Más ultra».
Porque ultras sí que son. No les neguemos todo.
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Cifras
(Martes, 28 de octubre de 2003)
En alguna ocasión he criticado el tópico
que pretende que la Comunidad Autónoma Vasca está dividida, a efectos
políticos, en «dos mitades». Es una de los muchas cosas
que suelen decirse –que dicen y repiten los medios de comunicación
centralistas– y que casi nadie se toma el trabajo de comprobar. Tenía la mosca
detrás de la oreja y esta mañana me he armado de paciencia, he sacado los datos
electorales de Internet y me he puesto a hacer sumas.
Ofrezco el resultado a la consideración
general.
Con él delante, cada cual será luego libre
de hacer las reflexiones que le venga en gana.
He empezado la serie en 1994, para que
cubra una década, que me parece un plazo razonable.
Aviso de tres particularidades de este
recuento.
La primera es que he establecido la
división ateniéndome al asunto que es crucial a los efectos de esta polémica:
el apoyo o el rechazo al derecho de autodeterminación del pueblo vasco. En
razón de ello, sumo los votos de EB-IU a los nacionalistas. Es lo lógico,
porque están juntos en este punto.
La segunda es que, cuando se producen
simultáneamente elecciones a Juntas Generales, al Parlamento Europeo y
municipales, tomo sólo las primeras como referencia, porque son las únicas que
admiten homologación con las generales y las autonómicas. De todos modos, las
diferencias son escasas.
Y tercera: ha de tenerse en cuenta que HB
(EH) no se presentó a las elecciones generales de 2000, lo que provocó un
elevado grado de abstención abertzale (en las elecciones anteriores, en 1999,
había obtenido el 20.04% de los votos, bien es verdad que en plena tregua de
ETA). Como ese hecho no queda registrado en el porcentaje, establecido a partir
de los votos emitidos, lo hago constar.
Dicho lo cual, ahí va:
1994 – Parlamento Vasco
Favorables al derecho de
autodeterminación, 65,59%
Contrarios al derecho de autodetermación, 34,27%
1995 – Juntas Generales Favorables: 52,96%
Contrarios:
34,83%
1996 – Elec. Generales Favorables: 47,25%
Contrarios:
42,67%
1998 – Parlamento Vasco Favorables: 60,29%
Contrarios:
38,99% *
1999 – Juntas Generales Favorables: 59,98%
Contrarios:
38,80%
2000 – Elec. Generales Favorables: 44,74%
(recuérdese la
advertencia) Contrarios: 53,17%
2001 – Parlamento vasco Favorables: 58,42%
Contrarios:
40,02%
2003 – Juntas Generales Favorables: 57,54%
Contrarios:
42,35%
Un análisis más a fondo, considerando no
sólo los porcentajes, sino también la cantidad de votos, indica que la
diferencia se amplía cuanto mayor es la participación. Ejemplo de ello fueron
las elecciones de 2001, con un 79% de participación.
Dicho lo cual, opínese, pero con
fundamento. Aquí hay dos partes, sin duda, pero desde luego no «dos mitades».
–––––––––––––
(*) Inicialmente puse aquí, por error, 47,73%. Varios lectores me escribieron haciéndome ver que la suma daba un resultado superior al 108%, porcentaje difícilmente alcanzable, incluso para un bilbaíno. Comprobé las cifras y constaté la pifia. Lo que no sé es de dónde me saqué la cifra errónea. Supongo que a esas horas, cualquier cosa.
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La cadencia
(Lunes, 27 de octubre de 2003)
Hice ayer de comentarista de las elecciones
madrileñas para Radio Euskadi. Estuve pegado al micrófono, desde la línea RDSI
que tengo en casa (*), desde las 20:30 hasta las 11:00. Compartí la tarea con
Salva Cardús, que estaba en Barcelona, y con Xosé Luis Barreiro, en A Coruña.
Anoche fue bastante más entretenido que el 25 de mayo pasado, que nos quedamos
sin materia comentable a la primera de cambio y, para más inri, el otro
comentarista se nos puso malo y me dejó los seis toros para mí solo.
Lo más singular de la noche fue el largo
viaje de ida y vuelta que nos vimos obligados a realizar en función de los
datos que se iban conociendo. Empezamos con un par de encuestas a pie de urna, una de Gallup y otra de
Sigma Dos, que venían a dar casi lo mismo. Prefijaron ambas con buen tino el
resultado definitivo, pero durante parte de la noche (de 21:30 a 22:30,
aproximadamente) pareció que habían patinado en lo esencial. Porque a las 21:30, con los primeros
resultados sobre votos reales –un tercio del total, más o menos–, el centro de
datos de la Comunidad de Madrid realizó una asignación de escaños que daba
amplia mayoría al PSOE: 52, por 49 el PP y 10 IU. Lo cual nos obligó a dar la
vuelta completa a todos los comentarios que habíamos estado haciendo hasta
entonces sobre la base de las encuestas de Gallup y Sigma Dos. (De natural
pesimista –es decir, realista–, avisé desde el principio que esa primera
entrega informativa podía no reflejar la realidad de lo ocurrido, porque todo
dependía de los colegios electorales que estuvieran comunicando con más rapidez
los resultados. Se me contestó que hoy en día, como todo está ya muy
informatizado, los resultados van llegando con homogeneidad, con lo no puede
producirse la discriminación de origen
que yo apuntaba.)
Conectado directamente vía Internet con el
centro de datos de la Comunidad de Ruiz Gallardón, pude ir tomando notas de la
evolución de los acontecimientos y, en particular, de la recuperación –en
teoría imposible en este mundo de ahora, tan informatizado, etc., etc.– que iba
experimentando el voto pepero.
Recuperación de tal magnitud que llegó finalmente a dar la vuelta a los
resultados para ponerse al nivel predicho por las encuestas.
Se produjo lo que, como bien se me había
respondido cuando avancé la hipótesis del recuento dosificado, es «técnicamente
imposible». Porque, aunque en teoría se estaba haciendo un recuento sobre
resultados indiscriminados, la ventaja de votos del PP sobre el PSOE fue
siguiendo una progresión lineal. Tomé nota de 10 resultados, que arrojaron las
diferencias siguientes: 1º) 56.297 votos más el PP que el PSOE; 2º) 73.301
votos más; 3º) 85.093 votos más; 4º) 106.329; 5º) 132.205; 6º) 153.120; 7º)
169.176; 8º) 211.565; 9º) 230.000 –este dato lo redondeé, dando la cosa ya por
hecha–, y 10º y definitivo, 261.158.
Esto indica, lisa y llanamente, que los
datos fueron haciéndose públicos siguiendo una cadencia preestablecida. Según
pudimos saber, cuando el recuento de los votos del sur industrial de Madrid
estaba ya prácticamente concluido, había bastantes distritos del centro y del
norte de la capital –de composición social más propicia a la derecha– que
todavía estaban a un tercio del total.
Dos preguntas. Primera: ¿quién se hallaba a
cargo de la recogida y la información pública de los datos? Respuesta: Carlos
Mayor Oreja. Segunda: ¿qué sentido podía tener esa comedia de ida y vuelta?
Respuesta: propiciar el ridículo del adversario, animándole a festejar una
victoria que luego se le va arrebatando poco a poco, trasmitiendo así a la
opinión pública una sensación de invencibilidad del propio bando. Se añade con
ello al triunfo matemático una dosis suplementaria de victoria psicológica que
multiplica el efecto primarias de las
urnas madrileñas, convirtiendo este resultado en una especie de prefiguración
de las próximas elecciones generales.
Eso fue lo único digno de mención. Todo lo
demás, según lo previsto.
––––––––––––
(*) La conexión telefónica RDSI permite una transmisión de voz de muy alta calidad, lo que hace que la audiencia ni siquiera se dé cuenta de que quien habla no está en el estudio de la radio. Dado el escaso tamaño y peso del aparato, su uso es muy frecuente, por ejemplo, en las transmisiones deportivas. Es también un sistema cómodo, porque el usuario oye y habla gracias a unos auriculares que llevan el micrófono incorporado, lo que deja las manos libres para manejar papeles y tomar notas. Requiere una línea aparte y cableado telefónico específico.
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Día presuntamente
electoral
(Domingo, 26 de octubre de 2003)
Hace mal tiempo.
Estaba seguro de que hoy llovería. Lluvia y
frío son sinónimos de poca participación electoral y, según los expertos, en
esta ocasión la poca participación favorece a la derecha.
Daba por supuesto que hoy llovería porque
hace tiempo que coincido con el principio básico del pesimismo –de la
experiencia– según el cual todo lo que puede ir mal va mal. Dado que esta
convocatoria electoral autonómica nació bajo el signo del desastre, daba por
hecho que terminaría en desastre.
Me telefoneó ayer mi buen amigo Gervasio
Guzmán. «No entiendo, Javier», me dijo. «¿Desde cuándo
la abstención es buena para la derecha? El electorado de izquierda tiende a
movilizarse más y mejor que el de derechas...». Tuve que explicarle que esa
afirmación puede ser cierta en general, pero no vale para estas elecciones
madrileñas. Que tanto los dirigentes capitalinos del PSOE como los de IU han
hecho tal cúmulo de patochadas en los últimos meses y han dejado ver hasta tal
punto lo cutre de sus ambiciones políticas que muchos ciudadanos de izquierda
han llegado al final de la campaña sin saber muy bien qué hacer, si votar o
abstenerse. Teniendo la decisión en el canto de un duro, cualquier cosa –el
tiempo desapacible, sin ir más lejos– puede acabar por decidirles a quedarse en
casa.
Es mi caso. Durante toda la campaña, cada
vez que escuchaba a los jefes de fila de la supuesta izquierda, montaba en
cólera y reafirmaba mis firme voluntad de no votar.
Pero cada vez que oía las carquerías insufribles de Esperanza Aguirre, me
entraban unas ganas enormes de montar guardia ante la puerta del colegio
electoral para ser el primero en darle con mi voto en las narices.
Reconozco que, tal como están las cosas,
ambas posibilidades me parecen igual de lícitas y razonables.
No diré por cuál de ellas me he inclinado
finalmente.
Me ampararé en el derecho al secreto que
ampara al votante.
Al votante y al abstencionista, claro.
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La Iglesia de los
pobres
(Sábado, 25 de octubre de 2003)
Hoy es uno de esos
días en los que se hace imposible leer los periódicos que se editan en Madrid sin
pasar alternativamente de la indignación a la tristeza.
Qué
amalgama más penosa de opinión y de información. Y qué opinión, y qué
información. El pluralismo se expresa tan sólo en los grados: unos más, otros
menos. Pero todos lo mismo. El conjunto merecería ser expuesto en las
facultades de Ciencias de la Información como muestra arquetípica de periodismo
sesgado, sectario, de trinchera. Como ejemplo de mal periodismo.
En medio del lodazal, algunas noticias
resultan refrescantemente cómicas. Leo una cuyo titular reza (y nunca mejor
dicho): «El Vaticano subraya su falta de recursos económicos». Y añade: «La Santa Sede incidió en su compromiso para “sanar las
heridas” de Irak, “pese a que no tiene las grandes cantidades de dinero de las
que disponen los gobiernos de muchos estados”. El representante del Vaticano,
el arzobispo Paul Josef Cordes, destacó ayer en su discurso ante la Conferencia
de Donantes que la Iglesia Católica ha recolectado la “considerable suma” de cerca
de 10 millones de dólares, distribuidos para ayuda urgente a través de
asociaciones como Cáritas, Manos Unidas y otras ONG vinculadas a la Iglesia.»
¡Que la Iglesia romana no tiene medios!
Cuenta con uno de los patrimonios más valiosos del mundo. Es propietaria de
obras de arte por las que podría obtener cantidades astronómicas. Por cada una
de ellas. Posee edificios, fincas y terrenos valiosísimos. Simplemente con
poner a la venta tres o cuatro de los bienes inmuebles que atesora en España
obtendría diez veces más de lo que ha decidido aportar para la reconstrucción
de Irak. Un dinero que además no pone de su bolsillo, puesto que admite que lo
ha «recolectado». Y que no va a entregar a las Naciones Unidas, porque va a
distribuirlo a través de ONG «vinculadas a la Iglesia». (Esto último es
igualmente problemático. ¿Con qué derecho se dicen «no gubernamentales» unas
organizaciones que dependen del Estado vaticano?).
Todos los discursos revelan su trastienda
cuando llega la hora de las pelas. El del Vaticano tal vez más que ningún otro.
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Otro anuncio de ésos
(Viernes, 24 de octubre de 2003)
Pase de anuncios en
la radio: «A continuación van a escuchar (sic)
todo lo que podríamos hacer en la lucha contra el cáncer sin su ayuda». Y
se hace el silencio, con lo que escuchas, pero no oyes. «Efectivamente, nada»,
concluye en plan dramático el locutor, que dice hablar en nombre de la
Asociación Española contra el Cáncer.
Comentario: ¿y qué,
si esa asociación no puede hacer nada en la lucha contra el cáncer? Que lo haga
la Seguridad Social, que para eso está.
Lo hará además, por
supuesto, con nuestra ayuda: con la mucha ayuda que prestamos al Estado cada
año por la vía de los impuestos y las tasas.
No dudo de la buena
voluntad de las personas que colaboran gratis
et amore con la Asociación Española contra el Cáncer, pero debo decirles
que, pías intenciones al margen, están haciendo un magro servicio a la comunidad.
La lucha contra el cáncer no debe depender ni de la caridad pública –con o sin
loterías como cebo– ni de la labor de tales o cuales voluntarios. Es una
obligación del Estado y como tal hay que encararla.
Quienes cubren
necesidades sociales cuya atención forma parte de los deberes del Estado
maquillan la incuria de los poderes públicos y educan mal a la ciudadanía,
animándola a esperar de la beneficencia lo que debería exigir al llamado Estado
del Bienestar.
Que me perdonen los
integrantes de la Asociación Española contra el Cáncer –muy particularmente
aquellos de sus miembros que no estén a sueldo– pero me temo que no voy a
contribuir a su mantenimiento ni con un céntimo. Tampoco este año.
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de los Apuntes del Natural – ¿Qué son los Apuntes? –
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