Apuntes del natural
[Del 31 de octubre al 6 de
noviembre de 2003]
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La boda: ¡esto se
anima!
(Jueves, 6 de noviembre de 2003)
Dejé demostrada mi
inicial predisposición a no tomarme la historieta de la boda demasiado en
serio. A no convertir lo principesco en principal, por así decirlo. Pero veo
que me van a obligar a ponerme trascendente, a fuerza de ponerse trascendentes
ellos.
En principio, me
importan una higa los derechos de sucesión de las eventuales hijas de la irreal
pareja, básicamente porque me importa una higa la sucesión. Pero me parece
realmente impúdico que argumenten que no pueden aplicarse directamente al caso
las leyes de la igualdad, porque éste es un asunto «muy delicado». ¿Tratan tal
vez de decirnos que, según ellos, puede haber en un Estado de Derecho materias
más delicadas que las referidas a los derechos y libertades de la ciudadanía?
Pues si eso es lo
que pretender afirmar, díganlo, y lo discutimos. Y ya verán como, en cosa de
nada, de lo que estamos hablando es de la congruencia o incongruencia
democrática de la monarquía. Del absurdo ése que llaman “Monarquía
democrática”. ¡Una monarquía democrática! Pocas propuestas más obviamente
contradictorias en sus propios términos. Un Estado puede ser monárquico y, aparte de eso, funcionar de modo
pasablemente democrático. Pero nada menos democrático que tener derecho a
ocupar el cargo de máxima representación de un Estado en virtud de la
genealogía familiar. Es como si yo pretendiera poseer «el muy democrático título
de marqués».
Tampoco es moco de
pavo el interés que el Rey ha mostrado al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz, de
que la capital esté muy aseada y muy mona el día de la proyectada boda. La tal
comunicación permitiría a la Academia Española incluir una nueva acepción de la
palabra «segundo». Diría: «Espacio de tiempo que tardó en hervirle la sangre a
Javier Ortiz Asecas cuando se enteró del deseo regio de que la capital de
España sirviera de adecuado atrezzo al
bodorrio de su hijo».
La demanda
evidencia hasta tal punto la utilidad meramente decorativa que atribuye la
monarquía al pueblo, tratado como amable plebe, que supera todos los niveles de
impudicia imaginables. Sencillamente: algo así no se reclama, no ya por razones
de consideración ajena, sino de puro y simple pudor propio. Para que a la
institución que se representa no se le vean tan claramente las vergüenzas.
En fin, que también
esto se está animando.
P.D. Ayer, por razones que se me escapan, esta página web registró un nuevo máximo de visitas desde sus orígenes, en julio de 2000. El contador estadístico independiente Nedstat anotó 1.347 visitas desde las 0 horas a las 24 horas del miércoles. Gracias.
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Dos familias vascas
(Miércoles, 5 de noviembre de 2003)
Acto de
presentación del libro de Erkoreka y Anasagasti Dos familias vascas: Aznar-Areilza en el salón de actos de las
Juntas Generales de Bizkaia. Media hora antes de comenzar, el pequeño local ya
estaba hasta los topes. Los medios locales habían anunciado que, junto a los
dos diputados autores, se preveía la intervención del prologuista, Xabier
Arzalluz, lo que multiplicó no poco la expectación.
Previamente había
estado comiendo con dos amigos que se habían hecho unos cuantos kilómetros para
la ocasión –uno desde Donostia, el otro desde Cantabria– y con una amiga
bilbaina. Tuvimos una larga y entretenida sobremesa, a la que, por desgracia,
no pudieron incorporarse otros dos amigos más, venidos también de Cantabria,
que llegaron justo para asistir al acto. Me quedé con las ganas de charlar
relajadamente con ellos. Quedamos en hacerlo cuanto antes, pero en su tierra.
Al final, con el
salón de actos a rebosar y tropecientos micrófonos y cámaras por delante,
iniciamos el acto.
Dije cuatro cosas
de presentación, en tanto que director de Ediciones Foca, y pasé la palabra
sucesivamente a Erkoreka, Anasagasti y Arzalluz.
Josu Erkoreka es
como su texto: bienhumorado y minucioso.
Anasagasti también
respondió a las previsiones: se mostró ameno e incisivo.
Arzalluz tampoco
defraudó. Reservó para el acto una primicia que no todos los medios, por lo que
veo, han acertado a valorar debidamente esta mañana. El presidente del PNV
habló ayer –y ésa es la cosa– como alguien que se ve ya fuera de la política
activa. Dicho de otro modo: confirmó su retirada.
Dedicó a la
política, incluida la de su propio partido, palabras con un cierto poso de
amargura: «La gente mira con desconfianza a los políticos. Y, en términos generales,
tiene razón».
Al acabar, nos
fuimos a cenar. Y a parlotear.
Terminamos a las 2
de la mañana. Yo, divertido con de la charla (y horrorizado por el día que me
espera hoy).
Iñaki Anasagasti me
recordó las muchas maldades que he escrito a lo largo de los años sobre él... y
sobre su peinado. Le dije lo que pienso: que no habría pasado nada si hubiera
encontrado materias más interesantes que su peinado para mis reflexiones.
La verdad es que no
siempre estoy muy de acuerdo conmigo mismo. Pero, por lo general, me divierto
con esta vida que me ha tocado.
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¡Gracias, Letizia!
(Martes ,4 de noviembre de 2003)
No me cae
especialmente mal la chica. Tiene cara de lista. Ya sé que la cara no es el
espejo del alma, diga lo que diga el refranero, pero estaréis de acuerdo
conmigo en que más vale tener cara de lista que de tonta. Y de eso saben
bastante en La Zarzuela.
En todo caso,
agradezco al noviazgo de estos dos ya no tan jovencitos el espacio que han
robado en los noticiarios al monotema gubernamental. A más Letizia, menos
anti-Ibarretxe. Menos plan Ibarretxe, menos santa indignación por los acuerdos
pesqueros con Mauritania (como si sólo los estados soberanos pudieran
establecer acuerdos: aquí los tenemos a montones firmados con empresas
extranjeras que no han venido de la mano de sus gobiernos), y menos furia por
la catalogación como inmigrantes de los inmigrantes (qué absurdo y qué manera
de enseñar la oreja: ¡les parece un insulto el término “inmigrante”!).
Gracias,
colombroña. Todo lo que se hable de ti y del pavo ése que te has echado de
novio, tanto menos que nos dan la vara con lo otro. O sea, con lo de siempre.
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Tigres de papel (y 2)
A petición del
personal, cuento lo que iba a decir sobre la fragilidad de las posiciones de
Aznar en materia vasca. Lo relato a escape, porque hay pocas cosas que odie
tanto como tener que escribir algo por segunda vez.
Lo que tenía
escrito ayer, que se fue al carajo por desastres informáticos varios, se resume
así: en contra de lo que puede parecer, Aznar está políticamente solo en su
campaña contra Ibarretxe.
Hago el repaso.
Al PSOE lo tiene de
su lado porque los que mandan ahora en Ferraz son unos pusilánimes y temen que,
de distanciarse, el PP ponga en marcha su maquinaria propagandística y les eche
encima las turbas electorales. Pero, así que hablan en privado, los Zapatero y
sus Calderas reconocen que la actual política vasca de Aznar –y suya también,
de rebote– es un disparate. Salvo el puñado de fanáticos con los que cuentan,
que son de armas tomar –los Rodríguez Ibarra, Paco Vázquez y demás
neofalangistas–, el resto ve con franco disgusto su subordinación al PP.
En esas mismas
está, muy en especial, la jefatura del Partido Socialista de Euskadi, que manda
recados nerviosos al PNV por debajo de la mesa –alguno me ha tocado
interceptar– en plan «De verdad, que no somos lo que parecemos».
Otro tanto puede
decirse del PSC de Maragall.
IU tampoco secunda
la Cruzada de José María Aznar. Tienen a su Paco Frutos y a su Rosa Aguilar,
sin duda –que son como son: lo suyo no es navegar contra corriente, desde
luego–, pero Gaspar Llamazares no se ha olvidado todavía de que el programa de
su partido incluye el derecho de autodeterminación y se mantiene firme en él,
soportando con estoicismo los embates de los mass media archicentralistas.
CiU tampoco está
por la labor, y cuidado que le han trabajado los bajos y la cartera para
buscarle el punto débil. Pero no podría ceder en este punto sin comprometer su
propia definición nacionalista. Además, tienen cerca la amenaza de Esquerra
Republicana. Mayor Oreja, en su furor desmelenado, se lanzó ayer también contra
ellos, hermanando a Pujol con Ibarretxe, pero hasta el propio Arenas se ha
creído en la obligación de intervenir, diciendo que ese paralelismo «no vale ni
para charla de café».
De Coalición
Canaria es ocioso hablar. Su voto está en permanente venta. Basta con
comprarlo.
¿Qué tiene a su
favor Aznar? Una opinión pública que le apoya porque no ha oído otra cosa,
constantemente bombardeada con mítines de un solo signo.
Eso mismo da
muestra de su consciente debilidad: si se sintiera seguro, admitiría un debate
más libre.
En resumen: todo el
tinglado anti-vasco de Aznar es un tigre de papel, que da grandes rugidos de
tramoya pero no tiene sangre en las venas.
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Tigres de papel
(Lunes ,3 de noviembre de 2003)
Llego a Madrid ya
de noche. Como sé que hoy, lunes, tengo que plantarme otra vez en la carretera,
aprovecho para adelantar el apunte del
día. Escribo en el pc fijo, de sobremesa, que había dejado conectado a Emule.
Dejo la cosa
prácticamente terminada y me voy a la cama.
Cuando me pongo en
funcionamiento esta mañana, a las 6:30, descubro que el pc se ha puesto tonto.
Trato de rearrancarlo y me dice que no encuentra el archivo vmm32.vxd, por lo
que tendré que reinstalar Windows. ¡Como si fuera tan sencillo! Emprendo
diversas maniobras envolventes, incluido un scandisc completo del disco duro,
con procedimiento de autocorrección de errores añadido.
Hay montones de
carpetas con problemas. Las voy dejando de lado, tratando de rearrancar como
sea, a capones si se tercia. Nada.
Trato de trabajar
desde el pc de Charo. Demasiado complicado: compruebo que tendría que bajarme los archivos de la página web,
para después modificarlos. No me deja acceder en red.
Acabo bajando al
garaje y subiéndome el portátil. Pero ya se ha hecho tarde. Renuncio a
reescribir lo que ya había adelantado. Mañana será otro día.
Recuerdo lo que
había escrito y me entra una risita sardónica. Trataba de la aparente fortaleza
de la política vasca de Aznar, en
realidad débil, según mi tesis. La pintaba como un gigante con los pies de
barro. Como un “tigre de papel”, según la vieja imagen de Mao Zedong, que no
resultó demasiado acertada, que digamos.
Lo que se ha
demostrado, más pronto que tarde, es que mi instalación informática sí que es
un tigre de papel: parece poderosa, pero resulta frágil, quebradiza.
Menos mal que, como
no me fío nada –ni de nada ni de nadie–, tengo copia de casi todo lo importante
que guardo en el pc fallón.
Claro que, ahora
que lo pienso, ya no tengo ninguna copia. Lo que me queda es el original.
Estoy casi vendido.
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Letizia a las tres
(Domingo, 2 de noviembre de 2003)
Letizia a la una: «¡Hombre,
se apellida Ortiz, como tú! ¿Sois familiares?».
Parece que no. Ella
es de los Ortiz Rocasolano, de la parte de Asturias, y
yo soy de los Ortiz Asecas, primitivamente oriundos –muy primitivamente– de
Espinosa de los Monteros, provincia de Burgos. Y, si bien es cierto que los
Ortiz de Espinosa repoblamos media España, a Norte y Sur, no hay constancia de
que recaláramos en Asturias. Oficialmente, al menos.
Letizia a las dos: «¡Es divorciada! ¿No
planteará eso problemas?». No de Derecho
Canónico, porque se casó por lo civil,
así que puede insistir ahora en ello por la vía eclesial. Pero, formalidades
aparte, la Iglesia no puede desconocer que ha sido –y sigue siendo, por lo que
parece– una grave pecadora. ¿Qué dirán los ministros legionarios de Cristo, y
la legionaria consorte que ejerce de concejala madrileña? ¿Le harán el vacío,
como a Álvarez Cascos?
Letizia a las tres: «¿Estará preparada
para aguantar impávida cuando el Borbón que le ha tocado en suerte empiece a borbonear? Respuesta: Sí. Si ha
soportado a Alfredo Urdaci durante meses, demos por seguro que puede soportar
cualquier otra inclemencia.
Pero que no crea que
será obligatoriamente reina de España. A su próximo marido le puede ocurrir
fácilmente lo que a su primo Charles: que su predecesor aguante, con ayuda de
los avances médicos de hoy en día, lo que no está en los papeles, y que, en la
larga y aburrida espera, se canse de ella.
¡Cuídate, Letizia,
de las Camilas! Y, sobre todo, y así que pasen unos cuantos años: ¡cuida los
frenos de tu coche!
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Todos los demonios
(Sábado, 1 de noviembre de 2003)
Hoy, día de Todos
los Santos, se me llevan el alma todos los demonios.
Que nadie crea que
hablo de las aparatosas desventuras del plan
Ibarretxe, o de los fantásticos recursos pre-previos que anuncia el
Gobierno central –capaz de recurrir incluso las resoluciones y leyes que aún no
lo son–, o de la refinada delicadeza de Juan José Rodríguez Ibarra, (a) El Bellotari, celoso promotor de la
patriotería de Puerto Urraco elevada al cubo de Rubik (dicho sea por el aquel
de su problemático encaje).
Lo que me hace
rechinar hoy es, lisa y llanamente, la Real. La Real Sociedad Club de Fútbol de
San Sebastián. O, dicho más directamente: el ridículo que viene haciendo en los
últimos tiempos ante equipos de tan variado pelaje como la Juventus de Turín,
el Albacete de Albacete y el Atlético de Madrid.
Los amigos –e
incluso alguna amiga–, sabedores de mis penares de donostiarra en ejercicio, se
me cachondean, los muy sádicos, fingiendo un hondo pesar: «Ay, Javier, parece
mentira», «¿Qué os
está pasando este año?», etc., etc.
Pues diré lo que les está pasando, porque me parece
bastante sencillo.
Sucede que el año
pasado la Real tenía seis o siete jugadores relativamente buenos que estaban en
el mejor momento de sus respectivas carreras. El entrenador supo marcarles un
ritmo de entrenamiento bien adaptado a sus capacidades y al objetivo que se
proponían: rendir al máximo en una sola competición. Les fue muy bien.
Este año no se
encuentran a un buen nivel, ni mucho menos. Más bien todo lo contrario. A la
defensa se la ve lenta e insegura, y los ataques, basados hace un año en los
centros medidos a la cabeza o a los pies de sus dos arietes, brillan ahora por
su ausencia. De Pedro, cuando no está enfermo, tiene una proporción de fallos
verdaderamente deprimente. Karpin, puro nervio y tensión contagiosa durante la
anterior temporada, está convertido en otra penosa fábrica de
despropósitos. Nihat corre, pero apenas
logra sacar provecho de sus sprints,
López Rekarte se hace expulsar por chorradas y Xabi Alonso no es ni la sombra
del organizador del juego al que conocimos hace unos meses.
No veo que haya en
ello ningún secreto. Si pudimos explicar el éxito del año pasado apelando a la
feliz confluencia de varios magníficos estados de gracia, ¿por qué no ibamos a
poder explicar el fracaso de este año aludiendo a la desdichada coincidencia de
varios estados de forma –entendidos en el más amplio de los sentidos–
verdaderamente lamentables?
Están mal, juegan
mal, se equivocan y pierden. C’est tout.
¿La suerte, dicen?
La suerte para el que la trabaja.
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Juegos
(Viernes, 31 de octubre de 2003)
Los niños y las
niñas gustan de jugar a los mayores.
Su deseo de hacerse cuanto antes con las capacidades y el poder de los adultos
les empuja a imitarlos: fingen ser padres –o madres–, se presentan como profesionales
de esto o lo otro, adoptan los aires que perciben en los mayores que les
rodean. Disfrutan creyéndose por un rato que gozan ya de sus privilegios. Y, de
paso, se entrenan en lo que acabarán haciendo en el futuro.
La visión infantil
del mundo de los mayores es caricaturesca. Desdeña muchos matices. Pero los
aspectos que percibe y que reproduce al jugar no son superficiales: acierta a
simplificar con bastante tino. Retiene los rasgos más definitorios de los
adultos y los exagera, convirtiéndolos en grotescos.
Me contaban ayer de
un colegio de Madrid al que acuden –cuando acuden– muchos niños y niñas
gitanos. Me decían que los juegos de los niños no pueden ser más transparentes.
Y más preocupantes. Los hay, por lo visto, que se sirven de las sillas de la
clase como si fueran automóviles y juegan a que escapan de coches patrulla de
la policía, que trata de darles caza. Otros hacen como si estuvieran hablando
por teléfonos móviles y sueltan sin parar frases enigmáticas, del género: «¿Cuánto quieres? ¿Cien?», «En la esquina de siempre, dentro
de una hora», «¿Cuándo dices que llega?», etcétera.
Me acordé de
inmediato de unos críos a los que vi en su tiempo de recreo allá por 1976, en
plena transición, en una ikastola situada en el Paseo de los Fueros, en San
Sebastián. Jugaban a policías y manifestantes. La principal dificultad del
juego estribaba en que ninguno de los chavalitos quería hacer de policía.
Sorteados los respectivos papeles, empezó la cosa. El grueso de los críos se
ponía delante de los ocasionales policías y gritaba: «As-ka-tasuna!» (¡Libertad!),
acompañando los gritos con palmadas rítmicas. «¡Disuélvanse!»,
respondían los otros, en recio castellano. «Amnistia osoa!» (¡Amnistía total!), replicaban los
primeros. Aguantaban así un rato, transcurrido el cual procedían a liarse a
mamporros.
La gente menuda dice
lo que oye y hace lo que ve.
Me pregunto cuanto
tardarán los chavales de la recia España en jugar a vascos y españoles. Y
cuanto tardarán los chavales de la arisca Euskadi en jugar a españoles y
vascos.
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