Apuntes del natural
[Del 12 al 18 de diciembre
de 2003]
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La propuesta de Otegi
(Jueves 18 de diciembre de 2003)
Tal como lo contó la Cadena Ser, me pareció imposible:
que Arnaldo Otegi iba a anunciar que había llegado a un compromiso con Joseba Egibar,
suscrito por éste sin consultar al Euskadi Buru Batzar (a la Ejecutiva del
PNV), para presentar listas conjuntas en las próximas elecciones generales. Una
lista única de todas las fuerzas nacionalistas.
La supuesta noticia no tenía ni pies ni cabeza.
Hubiera supuesto el suicidio político de Egibar. Un suicidio absurdo, por lo
demás, porque él no tenía autoridad para comprometerse a algo así en nombre del
PNV, y menos aún de EA, Aralar y demás eventuales participantes.
Era falso, por supuesto. Egibar lo desminitió,
francamente cabreado, y atribuyó la especie a las luchas internas por el poder
que están teniendo lugar en el PNV de cara a la elección de hoy. Alguien había
querido perjudicarle, dijo, presentándolo públicamente como un insensato. Él se
había reunido con Otegi y los otros hace un par de semanas con conocimiento del
EBB, había tomado nota de su propuesta... y punto. Ni acuerdo ni vainas.
De todos modos, lo que finalmente sucedió tampoco es
que tenga mucho sentido. Aparecieron públicamente Otegi y Usabiaga y leyeron
una declaración proponiendo la formación de ese frente electoral nacionalista.
¿Para qué? ¿Qué sentido tiene hacer en público una
invitación a otros partidos? Lo lógico es hacérsela discretamente, sondear sus
reacciones y ver en qué medida cabe llevarla adelante. Además, ¿adónde pensaban
que iban con un plan en el que ni siquiera se menciona a ETA? Otrosí: ¿qué
sentido tiene lanzar esa propuesta en público a tres días de la elección de
sustituto de Arzalluz al frente del PNV? ¿Querían perjudicar la candidatura de
Egibar o pensaban que iban a ayudarlo? En fin, ¿estaba su
propuesta dirigida realmente a los partidos nacionalistas o tenía por
destinataria a la propia base de HB, desconcertada y no precisamente
entusiasmada por el horizonte político que se le ofrece?
En todo caso, y por no eludir el fondo del asunto: la
propia propuesta me parece mal. No creo que sea bueno para Euskadi que se
establezca un frente electoral nacionalista único. La reivindicación de los
derechos nacionales vascos es un aspecto importante de la vida política de
Euskadi, pero no el único, ni mucho menos. Un partido político –sobre todo si
se trata de una fuerza de izquierda– no puede diluir todas sus aspiraciones
programáticas en una plataforma unidimensional de ese género. Me parecería bien
que se estableciera una alianza social para llevar adelante las aspiraciones
nacionales de la mayoría de la sociedad vasca, o para promover el referéndum de
autodeterminación. Pero no a costa de desdibujar los perfiles propios de cada
alternativa política.
Otegi dijo que un frente de ese tipo permitiría al
pueblo vasco presentar al Estado español «una interlocución única». Dejando de
lado el recurso a la jerigonza politiquera, que confunde interlocución con
interlocutor –la interlocución no puede decidirla una de las partes, por su
cuenta–, lo cierto es que dejó en evidencia uno de los problemas de su
propuesta: el pueblo vasco no puede hablar por una sola voz, porque tiene
varias. Una voz nacionalista sería sólo eso: una. Porque los no nacionalistas
son igual de vascos que los nacionalistas y tienen el mismo derecho a hablar.
Así que muy mal. Todo.
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La verdadera
anti-España
(Miércoles 17 de diciembre de 2003)
Comentaba ayer unas declaraciones del ministro del
Interior, Ángel Acebes, prodigiosas tanto por su incoherencia gramatical (casi insuperable)
como por su estupidez argumental (insuperable).
Que un político francamente reaccionario se muestre
como un político francamente reaccionario resulta natural, y hasta
reconfortante. Nada tan irritante como un político reaccionario que se las da
de progre. Pero no veo por qué un político, por el mero y común hecho de ser
reaccionario, haya de ir por la vida dando patadas al diccionario y diciendo
imbecilidades. Uno mira la política francesa, sin ir más lejos, y se topa con
tropecientos políticos reaccionarios que hablan un francés culto y florido, que
se pasan el día diciendo montones de reaccionarieces, pero reaccionarieces
ingeniosas y bien traídas. Refutables, pero astutas; dignas de comentario.
Aquí tenemos una clase
política que, como clase, es de párvulos. Y unos líderes de opinión que sólo ejercen de líderes en la medida en que
la palabra les suena a inglés.
Lo que más me toca las narices es que seamos algunos
militantes de eso que ellos consideran la
anti-España los que debamos salir en defensa de lo más preciado del
patrimonio de España: su lengua, destilado de siglos de historia y de ingenio
popular.
Políticos, periodistas, publicitarios... Todos
rivalizan a la hora de maltratar el castellano. Son la verdadera anti-España.
Acabo de oír en la radio un anuncio en el que la
empresa pagante, financiera e internacional ella, afirma: «Le auguramos un
futuro prometedor». Tócate los pelendengues. Lo que uno espera del futuro es
que sea bueno; para las promesas ya está el presente. ¡Pedirte que les des tu
dinero para que cuando llegues al futuro –cosa imposible, por otro lado– debas
conformarte con más promesas!
Todos esos bodoques no sólo no dicen lo que piensan,
sino que –y de eso es de lo que me quejo hoy, en concreto– tampoco piensan lo
que dicen.
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No está en
condiciones
(Martes 16 de diciembre de 2003)
Preguntan al ministro Ángel Acebes por la reforma
legal que pretende el Gobierno, de acuerdo con la cual un agente de Policía, guardia
civil o municipal, podrá retirar el carné a los automovilistas que él considere
que no reúnen condiciones o conocimientos suficientes para conducir. Y el
ministro, siempre con ese aire como de aspirante –me refiero a su respiración–,
contesta literalmente: «En el último año no son pocos los que se han visto
involucrados en accidentes de circulación en el (sic) que personas
escayoladas en una pierna... precisamente en la pierna que acciona el
acelerador y el freno... lo hacían con una escayola, creyendo que no iba a
pasar nada... y eso ha producido un (sic) accidente, en algún caso
accidentes (sic) con consecuencias graves. Si eso lo aprecia un guardia
civil, ¿qué es lo que tiene que hacer? ¿Dejar que
cambie de coche y coja otro si es el que ha intervenido en el accidente (sic),
como realmente ha ocurrido, después de intervenirle el coche que ha ocurrido (sic!)
el accidente, o porque en el accidente el coche estaba... había tenido
daños como que no le permitían ocurrir (resic!)... ha montado en otro y ha
seguido conduciendo? ¿Esto es lo que tenemos que
hacer?»
Insisto en que lo anterior es la transcripción literal
de las palabras del ministro.
De lo que deduzco la conveniencia de adoptar dos
medidas.
Primera: habría que retirar ipso facto al ministro los títulos académicos que tenga y obligarle
a estudiar y a examinarse de nuevo, hasta que pruebe que ha adquirido los
conocimientos de lógica y de gramática necesarios para conducir asuntos
públicos.
Segundo: en los exámenes de referencia debería ponerse
especialmente a prueba su capacidad para responder a las preguntas con
explicaciones que no obliguen a concluir que toma al público por idiota. Porque
el ejemplo que puso para justificar la innovación legislativa de marras no
justifica ninguna innovación legislativa: el comportamiento al que alude –en la
medida en la que ese galimatías verbal permite entrever alguno– ya está
castigado en los artículos 381 y siguientes del vigente Código Penal, que se
refieren muy directamente a «el que condujere un vehículo a motor o ciclomotor
con temeridad manifiesta y pusiera en concreto peligro la vida o la integridad
de las personas».
El agente de la autoridad que constate un
comportamiento así lo que debe hacer es plantar al infractor ante un juez, que
ya se encargará de retirarle todo lo que se le deba retirar. Pero con las debidas garantías legales.
Quizá sea por los malos hábitos que ha adquirido
ejercitándose en el relato de la valiosa captura de células durmientes de Al
Qaeda que atesoraban poderosos explosivos detergentes y vídeos de edificios
emblemáticos estadounidenses, asuntos que luego se han ido quedando en nada uno
tras otro Garzón mediante, pero el caso es que este hombre cada vez se pasa
más, y con más desenvoltura. Ahora, que si la mayoría le aplaude, ¿a cuento de
qué tendría que corregirse?
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Y ya que estamos en esto de la circulación. Constato
que la mayoría de los comentaristas sigue insistiendo en la importancia de la
limitación de velocidad como medida preventiva de accidentes. Me escribe un lector,
profesional de la carretera, que se pregunta cómo puede ser que en Alemania, en
cuyas autopistas no hay límite de velocidad, se produzcan menos accidentes que
en España. Y responde: porque la red de autopistas es mucho más densa allí que
aquí. Según él –yo no puedo ni confirmarlo ni desmentirlo: no soy experto–, un
porcentaje muy elevado de accidentes se produce por estos pagos a resultas de
adelantamientos en vías de doble circulación, que siguen siendo demasiadas.
Está de acuerdo conmigo en que el individualismo y la insolidaridad propios de
nuestras sociedades pinta mucho en el cáncer del asfalto, pero cree que la
bondad de las infraestructuras es un paliativo de primera importancia.
No lo sé. Supongo que las diferencias orográficas que
existen entre Alemania y España también tendrán algo que ver. Porque una
autopista con curvas pronunciadas –los vascos sabemos algo de eso– también es
propicia a los accidentes, por muy autopista que sea.
Y lo que no cabe es pedir que haya autopistas, que las
autopistas no degraden el medio ambiente y que los montes no estorben, todo a
la vez.
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Un encuentro de
viejos amigos
(Lunes 15 de diciembre de 2003)
No se resistió. Yo tampoco lo habría hecho, pero yo no
soy Sadam Husein –cosa que seguro que ya os barruntabais– y jamás he dicho que
preferiría la muerte a la humillación de la captura (aunque es probable que,
llegados a ese punto, la hubiera preferido).
La detención del ex jefe de Estado de Irak me produjo
ayer un doble sentimiento inicial. De un lado, me fastidió el éxito
publicitario que supone para las fuerzas invasoras de Bush. Una reacción
comprensible, dada mi profunda y justificadísima enemistad hacia el poder de
Washington. Pero no me dolió ni un pimiento por el lado interior del asunto. Estoy convencido de que para la resistencia
popular iraquí lo sucedido es, en el fondo, ganancia neta: mejor que no tengan
a ese maldito plasta sanguinario ni como referencia lejana.
Husein puede ser, además, mucho más útil capturado que
oculto. Quiero decir: en el supuesto de que sea sometido a juicio, y no guantanamizado. Algunos han comparado su
posible enjuiciamiento con el de Milosevic. Recuérdese que el juicio contra el
ex dictador yugoslavo empezó con muchas luces y cientos de taquígrafos, pero
que, en cuanto el procesado se puso en plan «Pues mira que tú» y empezó a
presentar las pruebas que evidenciaban las muchas vergüenzas de los estados
patrocinadores de su encarcelamiento, la noticia perdió por completo su
atractivo para los grandes medios occidentales. Y eso que Milosevic no gozó ni
del 10 por ciento de las complicidades de las que se benefició Sadam Husein
cuando era el ariete del «mundo libre» frente a los integristas iraníes y los
comunistas kurdos.
Sería interesante oír a Husein –digo «sería» porque
dudo que nos den ocasión de ello– contar de dónde sacó las armas químicas que
utilizó en esas empresas militares tan bien vistas en su momento por
Washington. Por ejemplo. Que hable a sus anchas sobre los favores que le
concedieron sus viejos amigos del Pentágono y la CIA.
Según lo que se ha difundido hasta ahora, Sadam Husein
no tenía ningún papel práctico en las actividades de la resistencia iraquí
contra las fuerzas de la coalición invasora. Lo único que ha hecho desde su
derrocamiento es lanzar un par de mensajes grabados, cuyo rastro es –tiendo a
suponer– el que han seguido las fuerzas estadounidenses para localizarlo. No
parece que su caída vaya a tener ningún efecto material sobre las actividades
de lo que Bush llama «la insurgencia».
De modo que –y vuelvo a lo del principio– su captura
es un éxito publicitario para las fuerzas de la coalición pro-estadounidense,
pero poco más. A cambio, puede entrañar una bomba de relojería. Tal vez no de
destrucción masiva, pero puede que bastante sonora.
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La manifestación más
o menos fallida
(Domingo 14 de diciembre de 2003)
No he visto imágenes de la manifestación de ayer en
Donostia, pero hay un par de datos que me llevan a la conclusión de que no
respondió a las expectativas de los organizadores.
Uno es el hecho de que las fotografías difundidas
muestran la marcha a ras de suelo. Cuando las manifestaciones son realmente
multitudinarias, las fotos que publican sus partidarios están siempre sacadas
desde arriba, en perspectiva, aprovechando las facilidades que presenta San
Sebastián para ese tipo de tomas.
El otro dato, todavía más transparente, es que los
periódicos partidarios hablan de «miles de manifestantes» o, como mucho, de
«decenas de miles», pero ninguno se ha animado a destacar cifras más precisas o
más abultadas en sus titulares. El único que aporta una cifra concreta es el
abertzale Gara, que –con la esperable satisfacción por lo magro del guarismo–
sitúa en 14.000 el número de asistentes, basándose en un cálculo propio.
Considerando que el PP –sobre todo– y el PSOE habían
utilizado incluso las instituciones para difundir la convocatoria (la propia
oficina de prensa de Jiménez de Parga se apuntó a la campaña) y que habían
fletado autobuses en casi todas las comunidades autónomas con ofertas de viaje
muy atractivas (la más llamativa: 24 euros por el desplazamiento y la estancia
en hotel de 4 estrellas), parece obligado hablar, directamente, de fracaso.
Lo que no se entiende es por qué se meten en estos
berenjenales. Supongo que será culpa del afán de notoriedad de la gente de «¡Basta ya!», que los dirigentes del PP y el PP alimentan
por evidentes razones de agitación política pero que, en ocasiones, como ésta,
les juega malas pasadas.
Lo suyo no son las manifestaciones a piñón fijo.
Consiguen ciertos resultados cuando se produce un suceso concreto que indigna a
su base social y puede servirles de percha para la convocatoria. Pero el plan Ibarretxe ni es un suceso ni es
concreto: se encuentra en trámite y carece de texto definitivo. Vete a saber
cuándo y cómo se concreta, si es que se concreta. Las huestes del españolismo pepero no lo ven como una amenaza
inminente. Además, es posible que a muchos de sus integrantes la idea de pasar
un fin de semana en Donosti dando el
cante no les acabara de resultar apasionante. Porque la manifestación
estuvo rodeada de «muy fuertes medidas de seguridad», según dicen las crónicas,
pero antes y después del desfile cada turista político tenía que arreglárselas
por su cuenta.
Se han equivocado tratando de plantear su envite
político en frío y en la calle. Ése no es su terreno. Pero no nos tomemos esta
manifestación más o menos fallida como prueba de la debilidad de sus
convocantes reales. A los fans del españolismo, exceptuados los grupos de
jóvenes ultras con ganas de pegar al
lehendakari, no les va demasiado la
lucha en la calle (la kale borroka, traducida
literalmente). Hay entre ellos demasiada gente entrada en años y acostumbrada a
la vida muelle. Pero, a cambio, se manifiestan con una rotundidad y una
eficacia demoledoras en las urnas. También en Euskadi.
Mejor no olvidarlo, para evitarse sorpresas
posteriores.
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El grito
(Sábado, 13 de diciembre de 2003)
Algunas reacciones instintivas, al igual que los
lapsus, son como grietas que se abren en la superficie de nuestra personalidad
y dejan ver por un momento el fuego subterráneo de nuestro inconsciente.
Recordé ayer esta idea, pirateada a don Segismundo
Freud, mientras veía el partido de fútbol del Mundial Sub-20 entre las
selecciones de los Estados Unidos de América y Argentina. Estaban ya en tiempo
añadido –ese tiempo que los comentaristas deportivos, ignoro por qué, llaman
«de descuento»– e iban ganando los EUA. Habían jugado mejor los chavales
argentinos, pero su mala suerte y la calidad del portero norteamericano se
habían aliado para mantener el 0-1 en el marcador. Y en esas estaban, a un par
de minutos del final, cuando un cabezazo impecable dio el empate a los que el
locutor de Localia que retransmitía el encuentro llamaba sin parar «los albicelestes»
(que, por cierto, vestían de riguroso azul marino).
Marcaron el tanto del empate, digo, y en ese momento
mis vísceras, liberadas súbitamente del control de mi cerebro, hicieron que me
pusiera en pié y lanzara un sonoro «¡¡¡¡¡Gol!!!!!».
Me senté de inmediato, avergonzado. No por el
espectáculo ofrecido a nadie (me hallaba solo) sino ante mí mismo. Se suponía
que estaba viendo aquel espectáculo deportivo sin pasión partidaria alguna,
interesado tan sólo por los lances del juego, con el mismo espíritu frío y
distante con el que había visto una parte del anterior partido, en el que la
selección de la Federación Española de Fútbol («de fúbol», que diría su
presidente) había derrotado a los representantes de Canadá en el tiempo de
prórroga. ¿Entonces? ¿De dónde me había salido esa actitud de forofo argentino?
Reflexioné sobre ello. Mi primera reacción fue
contarme una milonga, dicho sea en honor de la ocasión. Pretendí que me había
puesto instintivamente del lado de los argentinos porque habían jugado mejor y
era de justicia que ganaran.
Paparruchas: mi instinto sabe de sobra que el fútbol
es un juego en el que, por definición, el azar puede tener un papel decisivo.
Hube de desechar esa explicación edulcorada y seguí
pensando. Hasta que admití que mi salto no tenía nada que ver con el fútbol.
Que, si me había puesto tan en contra del equipo de los Estados Unidos de
América, es porque mis vísceras llevan fatal la prepotencia del Gran Gigante
del Norte y estaban rabiando porque veían que los EUA iban a ganar también en eso.
En ese momento, los jugadores argentinos habían
funcionado en mi inconsciente peleón como la representación de las víctimas del
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la globalización y los mil
demonios.
He discurseado mil veces sobre lo tonto que es
politizar los deportes y sobre el infantilismo de las transferencias
sentimentales que conducen a convertir contiendas deportivas en guerras
simbólicas y, de repente, me descubro a mí mismo tomándome un partido sub-20 como
una versión actualizada de Evasión o
victoria.
Me había olvidado de lo importante que es no fiarse de
uno mismo.
Me quedé tan mosqueado que ni siquiera sonreí cuando
finalmente ganaron los argentinos.
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Las consejerías
«políticas»
(Viernes, 12 de diciembre de 2003)
Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i
Alternativa (ICV-EuiA) reclamó a sus proyectados socios, tanto socialistas como
republicanos –toma ya la imprescindible distinción: tiene bemoles–, que les
reservaran tres consejerías en el próximo Gobierno autónomo de progrés, una de las cuales
–insistieron– debía ser «política». Según ellos, las consejerías de Vivienda o
de Medio Ambiente no eran suficientes, porque no son «políticas». Al final, han
obtenido dos consejerías, pero una es la de Relaciones Institucionales y de
Participación, lo que satisface sus expectativas, porque se ve que ésa sí es
una Consejería que les merece la consideración de «política».
La distinción entre consejerías propiamente políticas
y consejerías no políticas –técnicas, o de gestión, se supone– no sólo es
errónea, sino también peligrosa en el plano ideológico.
Es errónea, en primer lugar, porque materias como la
vivienda o el medio ambiente tienen un gran contenido político que, debidamente
resaltado, puede aportar mucho prestigio a quien lo gestiona. En Euskadi, el
modo en que Madrazo está orientando las políticas de extranjería, vivienda y
bienestar social ha dado a Izquierda Unida-Ezker Batua una imagen de
competencia práctica –de capacidad para convertir los discursos generales en
medidas prácticas de gobierno con beneficio contante y sonante para sectores
sociales con poca capacidad económica– que ha sorprendido favorablemente a
buena parte de la ciudadanía y que con toda probabilidad se reflejará en un
incremento de su peso electoral en las próximas elecciones. Eso es política. 100% pura política.
Toda el área de Barcelona padece gravísimos problemas
de vivienda. En la actualidad, en Euskadi, el 40% de la vivienda que se
construye es de protección oficial, frente al 8% de media en el conjunto del
Estado. Y las viviendas se asignan por un sistema de sorteo que impide el
comercio negro de vivienda social que
tan frecuente es en otras zonas. Si ICV-EUiA da un impulso semejante a la
política de vivienda social en Cataluña habrá justificado sobradamente ante la
ciudadanía su presencia en el Govern. Habrá hecho política de la buena. A
raudales.
Otro tanto cabría decir de la gestión del medio
ambiente. Cataluña tiene pendiente una ristra larguísima de medidas de
protección medioambiental que hasta ahora no se han dictado o no se aplican
debidamente. A ICV-EUiA no le va a faltar materia, tampoco en ese terreno, para
dar prueba de su capacidad específicamente
política de trabajar a favor de la sociedad catalana.
He escrito antes que la distinción entre consejerías
«políticas» y «no políticas» es, además de errónea, ideológicamente peligrosa. Y
lo es porque tiende a difundir en la población la nefasta idea de que algunas
áreas de la gestión pública son meramente técnicas, es decir, políticamente
neutras. Es una idea muy cara a los políticos del establishment actual, sean cuales sean las siglas de su partido:
para ellos, se puede gobernar mejor o peor; no diferente. Dan por hecho, verbi
gratia, que sólo hay una política económica posible, matices aparte, que es
la oficialmente establecida por el FMI, el Banco Mundial y el Banco Central
Europeo. Luego, cada cual hace mejor o peor «los deberes», que diría
Aznar.
Pero la realidad no es ésa. Cada área de gobierno
puede abordarse de diversas formas. Y por supuesto que las hay mejores –más
competentes– y peores –más torpes–, como saben todas las víctimas de Álvarez
Cascos. Pero, en último término, hay dos modos fundamentales de plantearse la
gestión de un área de gobierno: a favor de la casta dominante o en beneficio de
la gente que lo tiene peor en la vida. ¿Que hoy en día ya no funciona esa
opción, propia de los tiempos de la lucha de clases? Que se lo pregunten a
Pimentel. Y que cuente lo que le pasó en El Ejido.
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