Apuntes del natural
[Del 19 al 25 de diciembre
de 2003]
Tópicos navideños
(Jueves 25 de diciembre de 2003)
Hay ya para estas alturas dos noticias inevitables de
la Navidad. Una: el rey de España expresa sus buenos deseos para todos, aprovechando
la ocasión para meter alguna morcilla política (que, como suelen hacer las
malas morcillas, se repite durante horas y horas). La otra: la policía ha
impedido que ETA realice un atentado en Madrid.
De lo del rey ya he dicho en años anteriores todo lo
decible. No quisiera hacer lo mismo que él y repetirme. Me limitaré a subrayar
la parte que retrata no al personaje, sino a la prensa española, que año tras
año insiste en atribuirle unas ideas que él no ha producido –de hecho, él nunca
produce nada, por definición– y que todo el mundo sabe que han sido cocinadas
en la Moncloa y remitidas luego a la Zarzuela para que los politicastros de la
Casa Real les den su visto bueno o hagan tal o cual retoque antes de que el
caballerete salga por la tele leyéndolas. Es una pantomima ridícula que todos
los medios –salvo EITB: otra tradición– hacen como que se toman en serio.
En cuanto a lo de ETA, no me queda sino manifestar la
extrañeza que me produce la capacidad específicamente navideña de la policía
española para pillar a los activistas según viajan camino de Madrid, sea en
furgoneta (Calatayud), en coche (Collado Villalba) o en tren, como ayer.
Sé que las casualidades existen, por supuesto, pero
hay algunas en las que me cuesta creer. Ésta es una.
El relato de los hechos realizado ayer por el ministro
del ramo, que supongo trufado de mentiras –todos sabemos que el titular de
Interior es un mentiroso compulsivo–, no incluyó un dato de primera
importancia: no dijo cómo supo la policía dónde estaban esos dos militantes de
ETA.
Hace meses, una persona a la que se suele considerar
experta en los entresijos de ETA me dijo que tal vez una de las razones que
expliquen la poca actividad de la organización en los últimos tiempos sea la
sospecha de que tienen algún topo dentro.
Me señaló declaraciones de altos mandos policiales franceses en las que
insisten en que ETA cuenta con gente, con dinero y con armas suficientes para
seguir actuando. Y me hizo ver que nadie les ha oído decir que estén en tregua,
ni oficial ni tácita. ¿Entonces? ¿Cabe que les frene el convencimiento de que
tienen un policía infiltrado, o de que alguno de los suyos está colaborando con
la policía y pasándole información, por unas u otras razones?
Hombre: caber, lo que se dice caber, claro que cabe.
Sea como sea, me alegro de que ayer no estallara
ninguna bomba en Madrid.
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Nafarroa bai
(Miércoles 24 de diciembre de 2003)
Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.
–Hoy no has estado en la tertulia de Radio Euskadi.
Gervasio suele conectar los miércoles con Radio
Euskadi a través del canal de radios de Canal Satélite Digital, para escuchar
mis intervenciones y hacerme luego el balance: «Eso que dijiste me pareció
bien, aquello otro, en cambio...», etc.
–No, hoy no he participado, porque estoy fuera de casa
y sólo podía conectarme por teléfono convencional.
–Pues otras veces has entrado por teléfono.
–Sí, pero han optado por cortar con ese sistema,
porque la calidad de sonido es mala.
–Te habrá molestado.
–Claro, porque me encanta opinar, y cuanto más, mejor.
Pero entiendo que tienen razón, porque es verdad: se oye mal, y la audiencia no
tiene la culpa de tus desplazamientos. Si yo dirigiera una radio, haría lo
mismo. Vale conectar por teléfono con uno al que entrevistas, porque no tienes
más remedio, pero la gente que cobra por hablar debe entrar en condiciones.
A Gervasio le resulta chocante que en determinadas
ocasiones yo entienda a quien me fastidia. Cuando me echaron de las tertulias
de Onda Cero y no protesté, se quedó de piedra. «¿No
vas a decir nada?», me soltó en cuanto pudo. «¿Y qué
podría decir?», le respondí. «Cada director de programa tiene los contertulios
que mejor le parece. Javier Algarra me tenía a mí. Lo quitaron para poner a
Victoria Prego y ella decidió prescindir de mis opiniones. Estaba en su
derecho. Si me hubieran nombrado a mí director del programa, probablemente yo
habría hecho lo mismo con ella.» Y es que, de la misma manera que a ella le
desagrada lo que yo opino, yo no le veo la chispa a lo que opina ella. Me
resulta tan predecible que habría podido decirlo yo mismo, imitando su voz. ¡Un
sueldo menos!
Gervasio vuelve a la carga.
–¿Y
qué te has quedado con ganas de decir esta mañana en la radio?
–Cosas varias. Algunas de broma: maldades sobre
Parmalat y el patrocinio del Real Madrid, por ejemplo. Y otras en serio, por
supuesto. Tenía ganas de hablar sobre la candidatura de Nafarroa Bai, en concreto. Porque el otro día dije que no estaba a
favor de candidaturas conjuntas y puede haber quien deduzca de ello que no veo
bien esta propuesta de candidatura, cuando no es verdad.
Mi oposición a la propuesta de candidaturas autodeterministas únicas que presentó Otegi
la pasada semana se basó en dos criterios: el primero, que no cabe pasar por
alto la posición de HB ante ETA, como si ése fuera un asunto secundario; y
segundo –y principal– que considero que a unas elecciones legislativas cada
partido tiene que ir con su propio programa, para que el personal pueda votar
en razón no sólo de la opción «autodeterminación sí / autodeterminación no»,
sino del conjunto de los planteamientos que cada candidatura hace ante cada
asunto importante de la vida social.
Pero en el caso de Navarra/Nafarroa hay una variable
que merece consideración. Me refiero al hecho de que si Aralar, PNV, EA y
–eventualmente– Batzarre se presentan por separado, lo más probable es que
ninguno de ellos logre ningún escaño en el Parlamento de Madrid. Con lo cual no
obtendrá representación nada: ni lo unitario ni lo específico. Juntos, en
cambio, pueden conseguir la elección de un diputado. Si además, como han dicho,
ofrecerán la cabecera de la lista a una persona de consenso, que no milite en
ninguno de los partidos suscriptores del acuerdo, pues mejor todavía. Han
anunciado también que uno de los pilares de la coalición será «el rechazo de
toda violencia»: una fórmula muy poco rigurosa, pero que ya sé lo que pretende
decir, y no me parece mal.
Con lo cual no quiero decir que respalde la
iniciativa, porque no tengo el conocimiento en detalle que precisaría para ello
–trataré de que me lo proporcionen los amigos y amigas que viven el asunto in situ–, pero me habría gustado decir
en la radio que tampoco me opongo a ella, de entrada.
Bueno, tiempo habrá de enterarse mejor y de opinar lo
que haga falta.
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Tapar agujeros
(Martes 23 de diciembre de 2003)
Es significativa la frecuencia con la que los
premiados en la lotería de Navidad
declaran que van a dedicar el dinero «a pagar cosas que se deben y a
tapar agujeros», como dijeron ayer, de un modo o de otro, varios de los
entrevistados (todos ellos premiados con cantidades menores, porque los más agraciados nunca aparecen en público: se
convierten en reservados en cosa de minutos).
Se desprende de ello –y de muchas cosas más, claro–
que por estos pagos el común de los mortales está entrampado. Quien no tiene un
crédito hipotecario pendiendo sobre su cabeza de mes en mes tiene los plazos
del coche, o del mobiliario de la casa, o de la línea blanca de la cocina. La mayoría llama suyo lo que es sólo
relativamente suyo, porque su propiedad real sigue siendo cosa del Banco Tal o
de la Caja de Ahorros Cual que, como deje de recibir los plazos acordados –así
sean los últimos–, puede reclamar la posesión de los bienes adquiridos con el
dinero que concedieron a crédito o, si hace al caso, llevar al deudor ante la justicia.
Hay una diferencia esencial entre quien no tiene para
vivir y quien tiene para vivir pasablemente bien, pero de prestado. Quien no
gana para cubrir sus gastos más elementales pese a romperse el espinazo
trabajando no es imposible que acabe soñando con un cambio sustancial de las
condiciones sociales. Quien consigue sacar adelante a los suyos entrampándose
hasta las cejas vive con el pánico de que alguien o algo mueva las frágiles
piezas de su apaño. Se vuelve conservador hasta la médula, aunque sea consciente
de que el régimen político, económico y social que contribuye a mantener
destila avaricia, explotación e injusticia a manos llenas.
Para mí que hay en España mucho conservador funcional.
Mucha gente que es crítica a la hora del sondeo y reaccionaria a la hora del
voto.
En tiempos se hablaba de «el voto del miedo» con
referencia al Ejército. Había que tener cuidado con lo que se votaba, no fueran
a enfadarse los militares y dieran otro golpe de Estado.
Ahora lo que funciona es el voto del miedo al Banco.
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El Estado antipático
(Lunes 22 de diciembre de 2003)
Hoy me he levantado también tarde. A partir de las 7, más
o menos, he estado dormitando, disfrutando del calorcito de la cama, y oyendo
la radio. Cada tanto, como se sabe, repiten las mismas noticias, con ligeras
variaciones. Hoy, una de las variaciones ha sido el cambio de orden en la
lectura de las noticias: a una locutora que no lograba leer las novedades sobre
el entierro del príncipe Alfonso de Hohenlohe sin que le entrara la risa –lo
cual, decididamente, no quedaba muy estético– le han quitado ese encargo.
Las revistas de prensa rara vez cambian, de modo que
me he tragado media docena de veces la de hoy, en la que recogían
sistemáticamente que Josep Lluís Carod Rovira ha declarado a La Razón: «España es un Estado
antipático; queremos la independencia». Cada vez que lo oía, se me ocurrían más
objeciones: España es más que un Estado, todos los estados son antipáticos, si
Cataluña se hiciera independiente también sería un Estado, antipático, por
ende...
Luego, cuando me he levantado, he mirado en
Internet la entrevista en cuestión. El titular de La Razón no refleja bien el espíritu de las declaraciones de Carod
Rovira. Esto es lo que él dijo, según aparece en el cuerpo de la entrevista: «Europa sólo entiende los estados, con lo cual no nos
queda más salida que tener estado. Es decir, si el Estado que pagamos hace que
para muchos catalanes no sea un estado útil, porque ni nos es útil desde el
punto de vista del bienestar material y económico ni tampoco garantiza la
expresión nacional de la cultura. Entonces queda claro que, como Estado, España
no sirve para muchos catalanes ni para los intereses de Cataluña. Y si encima
es un Estado poco amable con los catalanes porque te pone como sospechoso a
cada instante, es un estado antipático, poco atractivo, que no nos deja otra
salida que tener un Estado propio. Esto se ha acentuado, sobre todo, en la
etapa del Sr. Aznar.»
Carod no dice que «España» sea antipática;
lo dice del Estado y apunta claramente a la actitud propiciada por las
autoridades centrales del Estado. Lo que cabría reprocharle al conseller en cap es que hable «del
Estado» como si la Generalitat, de la que él es la segunda autoridad, no
formara parte de la estructura del Estado. En rigor, él es en estos momentos la
segunda autoridad del Estado español en Cataluña. Y las normas y leyes que
hacen que el Estado no sea «útil» para muchos catalanes tanto en el plano
social como en el cultural y nacional son normas y leyes acordadas –y a veces
incluso promovidas– con los votos parlamentarios de la federación de partidos
gobernante en la Generalitat hasta su propia llegada. Dicho de otro modo: el
Estado español no es ese «Madrid» abstracto, ese «Madrid» ente de maldad del
que a veces se habla en Cataluña (y en Euskadi, y en Galicia, y en Andalucía, y
en Valencia, y en Canarias... y en casi todo los puntos geográficos que no son
Madrid), sino un entramado de gestión, administrativo, auxiliar y represivo,
que se alimenta de personajes de muy diversa procedencia y que extiende sus
tentáculos por el conjunto del territorio, donde nutre no pocos partidos... y a
no pocos partidarios locales.
Por lo demás, la frase de Carod Rovira
recogida en el titular de La Razón no
tiene ni por asomo la extravagancia y espectacularidad que se le trata de dar.
Como suele ocurrir con tanta frecuencia en los periódicos... de Madrid.
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El 20 de diciembre de
1973
(Domingo 21 de diciembre de 2003)
El 20 de diciembre de 1973, aproximadamente a la misma
hora que en la calle Claudio Coello de Madrid saltaba por los aires el coche
oficial del almirante Luis Carrero Blanco, otro coche daba un brinco bastante
menos aparatoso pero también trágico en una carretera de las Landas, no lejos
de la capital del País Vasco francés, Baiona.
Aquel otro coche, un Citroën Amie-6 azul claro,
matrícula 5152-BV-33, lo conducía este servidor de ustedes, que se vio
complicado en una colisión múltiple causada por un conductor portugués,
emigrante, que se durmió adelantando la
larga caravana de automóviles llenos de gente que salía de vacaciones. Él
llevaba en su viejo Mercedes a otros cuatro trabajadores de su tierra, también
dormidos. Murieron los cinco al chocar
de frente contra un camión.
Su coche rebotó contra el nuestro. Mi pobre cascajo
quedó hecho unos zorros –siniestro total–, pero a nosotros no nos ocurrió nada.
De todos modos, tuve que quedarme hasta que llegaron las ambulancias y la
Policía, y luego me tocó ir a declarar a la Gendarmería, con lo que no llegué a
Baiona hasta las tantas. Fue entonces cuando me enteré de la aventura estelar
que había emprendido en Madrid el presidente del Gobierno de Franco.
Mi odio por el almirante era notable –sobresaliente,
más bien–, por lo que mi primera reacción fue de satisfacción: el franquismo
había probado el amargo sabor de su propia medicina.
Pero pronto se impuso el análisis que a la sazón hacía
de las acciones de ETA. Desaprobaba la tendencia de mis coterráneos a hacer las
veces de Vengador Solitario y a suplantar lo que, en mi criterio, debía ser
resultado de la acción de los movimientos populares. El activismo armado no
ayudaba a la organización de los trabajadores. Al contrario: propiciaba un
nivel de represión policial que retraía a mucha gente y que impedía el
crecimiento normal de esos
movimientos. No tenía nada en contra de la acción armada, en general: como casi
todos los militantes de la izquierda revolucionaria europea de entonces, la
consideraba necesaria en determinadas condiciones. Pero no aquí. No así.
Ahora, 30 años después, admito que no tengo ni idea de
qué habría sido de Euskadi y de España si no se hubiera producido el atentado
contra Carrero. ¿Fue positivo? ¿Fue negativo? Franco dijo en televisión aquello
tan misterioso de que «no hay mal que por bien no venga». De haber vivido
Carrero, es posible que el aparato de la dictadura hubiera afrontado la muerte
del dictador en condiciones de menor debilidad, es decir, de mayor rigidez, lo
cual tal vez habría retrasado la instauración del sistema parlamentario pero a
cambio quizá lo habría hecho con menos hipotecas; menos deudor del pasado. Al
modo de Portugal, por así decirlo. De todos modos, todo lo que cabe hacer son
especulaciones más o menos lógicas, pero sin la menor posibilidad de
verificación.
Por otro lado: ¿en qué ha quedado lo de Portugal?
En general, y sin predicar ningún tipo de fatalismo,
soy del criterio de que los accidentes de
la Historia influyen menos en la marcha de los acontecimientos de lo que a
menudo se cree. O, por decirlo de un modo algo más pedante: que la necesidad se
las arregla para abrirse paso a través de las
casualidades y las contingencias. Si España no vivió en los
setenta una verdadera ruptura con el régimen anterior –si triunfó la
reforma– fue porque las fuerzas exteriores e interiores con más capacidad para
fijar el rumbo de los hechos tenían miedo de lo que esa ruptura pudiera
deparar. Los unos temían que se pusieran en peligro sus privilegios. Los otros,
lo que podían decidirse a hacer los primeros en caso de ver en inminente
peligro sus privilegios: militares, policías, políticos y adinerados con amigos
pistoleros... y norteamericanos, y demás gente con fuerza bruta disponible.
De modo que voló, Carrero voló, pero es harto posible
que, en el fondo, tanto le haya dado a nuestra Historia.
Posible, digo.
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La lección deGadafi
(Sábado 20 de diciembre de 2003)
Me despierto con la voz de Tony Blair que se felicita
por el acuerdo alcanzado con Gadafi para que Libia ponga fin a su programa de fabricación
de armas de destrucción masiva. Lo que viene a decir el premier británico –cito de somnolienta memoria– es que Gadafi ha
visto pelar las barbas de Husein y ha puesto las suyas a remojar, lo que
demuestra que es posible frenar la proliferación de las armas de destrucción
masiva sin necesidad de declarar nuevas guerras.
Me quedo perplejo. La lección que debería haber
extraido Gadafi de lo ocurrido en Irak es que Washington y Londres son
perfectamente capaces de declarar la guerra a cualquiera pretextando cualquier
cosa, aunque sea falsa. De hecho ahora, cuando quieren justificar la invasión
de Irak, ya no mencionan las armas de destrucción masiva, sino el fin de la
tiranía de Sadam Husein. Un argumento que les permitiría invadir mañana mismo
Libia. Porque supongo que no pretenderán que el régimen de Gadafi se ha vuelto
democrático de ayer a hoy.
La argumentación de Blair carece de lógica. Pero da
igual, porque lo que importa hoy no es que lo que digas tenga sentido, sino que
lo sueltes con mucho aplomo, como si se tratara de verdades incontrovertibles,
evidentes por sí mismas.
Aznar ha volado por sorpresa a Irak para visitar a las
tropas españolas: ésas que, según él, están allí cumpliendo exclusivamente
tareas humanitarias, razón por la cual están trufadas de espías. Le oí decir
hace unos días que Sadam Husein asesinó «a millones de personas». «¿No serán pocas?», me pregunté al oírle, acordándome del
chiste de los bilbaínos. Supongo que incluye en la cifra a los miles de kurdos
que el régimen turco ha matado con ayuda de las armas que le vende el Gobierno
español.
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Josu Jon y Joseba
(Viernes 19 de diciembre de 2003)
Joseba Egibar tenía –o le han puesto– una imagen que inquietaba a una parte
considerable del nacionalismo moderado. Se le tenía –se le tiene– por demasiado
intransigente. Por demasiado próximo a eso que llaman el mundo de HB. Todo lo contrario que Josu Jon Imaz, que es
discreto, afable y cualquier cosa menos áspero.
Para mí que las formas, tan importantes en estas
sociedades mediáticas, engañan.
Porque Egibar será cortante, pero me consta que sabe mostrarse muy flexible
cuando la situación lo requiere. E Imaz sonríe mucho y habla sin levantar nunca
la voz, pero ése es también el estilo de Ibarretxe, y ya ven.
Desde la crisis que condujo a la escisión de
Garaikoetxea, el PNV ha optado por la bicefalia: un ideólogo al frente del
partido, un gestor como lehendakari. Hasta que llegó Ibarretxe, al que eligieron
como gestor y resultó también ideólogo. Ahora el PNV va a funcionar como el
común de los partidos de gobierno: con un solo jefe.
Supongo que Imaz será consciente del perfil de algunos
de sus apoyos. De dentro del PNV y de fuera. Imagino que, como el viejo Augusto
Bebel, se preguntará qué habrá hecho mal para que tantos impresentables lo
prefieran. Pero, sobre todo, espero que Ibarretxe se lo pregunte también, y
acierte con la respuesta.
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