Apuntes del natural
[Del 14 al 20 de mayo de
2004]
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El éxito
(Jueves 20 de mayo de 2004)
Hacía meses que mi buen amigo Gervasio
Guzmán venía hablándome de su primo Ernesto, que quería conocerme porque le
gusta lo que escribo. Ayer, ya por fin, quedé a tomar café con los dos. Tenía
razón Gervasio: su primo Ernesto me mostró su entusiasmo muchas veces y con
mucho calor. Sobrado.
–Lo que no entiendo es que tu obra no tenga
un éxito muchísimo mayor –me dijo.
–Yo sí –le respondí.
Se lo tomó como una muestra de modestia.
–¡Qué dices! Hay un puñado de columnistas
en España que no valen un pimiento y sin embargo salen en todas partes, como
auténticas vedettes, en tanto que a
ti apenas se te ve. Eso es injusto.
–No lo creo –insistí.
Le pedí que me permitiera explicarme.
–Mira, Ernesto: a ti te gusta lo que
escribo porque te sitúas en una onda política e ideológica semejante a la mía.
A partir de esa sintonía, aprecias mi estilo, simpatizas con mis razonamientos
y compartes mis conclusiones la mayor parte de las veces. Bien. Pero tus
planteamientos son bastante minoritarios
en la España de hoy. Lo mismo que los míos. Son más minoritarios incluso de lo
que inicialmente podrían parecer, porque ni siquiera coinciden con la franja de
la población que vota a IU. De hecho, una parte no ya de los votantes, sino
incluso de los militantes y los dirigentes de IU, creen que desbarro en algunos
asuntos de primera importancia. Por ejemplo, en relación a los problemas de
Euskadi, o sobre el apoyo parlamentario prestado por Llamazares al PSOE. Dicho
de otro modo: la inmensa mayoría de la población está en contra de mi forma de
pensar. Del conjunto de mi forma de pensar, se entiende, porque éstos o
aquéllos pueden coincidir circunstancialmente con lo que digo en una u otra
ocasión, claro está.
Proseguí:
–¿Es imposible tener éxito en esta sociedad
si te opones a la ideología dominante? No. Cabe que alcances un éxito grande, incluso,
si lo que haces tiene calidad, o si incluye algunos elementos que puedan
inducir a pensar que la tiene. Pero eso puede suceder sólo en el caso de que la
actividad a la que te dediques no te obligue a estar constantemente afeando al
personal su manera de pensar y de sentir. Porque entonces les estás tocando las
narices todo el rato y, en esas condiciones, es poco probable que les entren
muchas ganas de aplaudirte. Yo no soy actor, ni escribo novelas, ni hago
poesía, ni pinto. Practico una especialidad que es ideológicamente muy
explícita. Demasiado. Nadie puede hacer abstracción de mi manera de pensar a la
hora de apreciar mi trabajo. En razón de lo cual, tengo un éxito bastante
limitado. Lógico.
Ernesto sonrió.
–¡No, si todavía vas a decirme que te va
mejor de lo que te corresponde!
–Pues en parte sí –le contesté–, aunque
tampoco ignoro que esta sociedad necesita para sentirse satisfecha que existan
ciertas dosis de disidencia. Siempre que no pongan en peligro el orden general,
claro.
Captó la idea a la primera.
–O sea que, en términos generales, no te
quejas de cómo te tratan por no parar de quejarte.
–Exactamente.
Y pasamos a hablar de otras cosas.
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Mami, qué será lo que
quiere el negro
(Miércoles 19 de mayo de 2004)
Estaba limpiando la mesa de papeles, hoy de
madrugada, cuando me he encontrado con uno que me ha dado pena tirar sin
haceros partícipes de su contenido.
Mi única duda era si incluirlo aquí o en la
sección de humor.
Es un recorte tomado de un boletín
confidencial que se elabora en Bilbao y que dice llamarse bilbaoconfndencial.com.
El amigo que me lo manda me dice que el
boletín está auspiciado por un concejal del PP en el Ayuntamiento de la capital
vizcaína.
Copio el texto:
«Se sabía que Iñaki Anasagasti tenía un
negro que escribía para él a destajo. Tantos libros sobre Aznar o su abuelo y
tantos artículos (uno semanal en De) firmados por un hombre que no para quieto
y del cual se sabe que es un analfabeto funcional con sólo oírle hablar no
podían ser posibles sin alguien que trabajara para él de sol a sol.
»Se rumoreaba que ese negro era el
periodista Javier Ortiz. Lo que no se sabía es que entre Anasagasti y su negro
han crecido las tensiones hasta llegar a un punto alarmante. Al parecer todo
empezó a ir mal con aquella intervención de Anasagasti en el Congreso de
Diputados en el que repitió textualmente las palabras de un artículo publicado
en el diario El Correo y firmado por un conocido analista político.
»El plagio fue atribuido directamente a
Anasagasti pero nadie reparó en que respondía a una verdadera traición de su
negro semejante a la que sufrió con el suyo Ana Rosa Quintana. Entre las
razones por las que ese "esclavo sesual" (o sea de "seso" y
no de "sexo") no ha sido despedido parecen pesar sobre todo la
imposibilidad de Anasagasti de buscarse otro negro igual de eficiente y la
posibilidad de que el que tiene decida tirar de la manta y contarlo todo. Desde
aquí le animamos a que lo haga. La esclavitud es contraria nuestra Constitución
y a la Carta Universal de los Derechos Humanos.»
Con un par, que diría el otro.
Cuando en mis años mozos fui ilustrado
sobre las técnicas más adecuadas para salir airoso de los interrogatorios de la
policía franquista, había un punto sobre el que los expertos nos insistían
mucho: «No os paséis mintiendo. Decid todas las verdades que os sea posible.
Mentid sólo en los aspectos clave. De ese modo, vuestros relatos serán más
verosímiles y podrán colar».
Es obvio que el patrocinador pepero de este «confidencial» no ha
recibido nunca ese buen consejo, porque mete tal cantidad de falsedades por
párrafo cuadrado que convierte el conjunto de su presunta noticia en un bodrio
infumable.
Para empezar, Anasagasti no tiene fama de
ágrafo. Al contrario: todo el mundo sabe que es un escribidor impenitente.
En segundo lugar, no ha publicado nada
sobre el abuelo de Aznar: escribió en colaboración con Josu Erkoreka un libro
titulado «Dos familias vascas:
Areilza–Aznar» (Foca, 2003) en el que él asumió la parte dedicada a los
Areilza. Lo referente al abuelo de Aznar fue obra de Erkoreka.
En tercer lugar, el volumen total de lo que
publica Anasagasti al año sólo le puede parecer enorme a alguien que sude tinta
hasta para hacer la lista de la compra. Redactar un artículo por semana no es
precisamente como para herniarse.
El problema de los autores de este
«confidencial» es que, con tanta chapuza y tanta imprecisión por delante,
cuando les llega el momento de colar la trola esencial, sus posibilidades de
éxito son ya mínimas.
Les daré una noticia, y ésta rigurosa a más
no poder: en el balance de cuentas
entre Iñaki Anasagasti y yo, compuesto por ahora sólo de facturas de
restaurante, el saldo me es favorable. Si la memoria no me falla, yo le he
invitado a tres cenas y él a mí sólo a una comida.
Ahora que lo pienso, tendré que poner
remedio a eso cuanto antes.
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Los otros
fundamentalistas
(Martes 18 de mayo de 2004)
Estoy preparando la presentación del último
libro de Antoni Segura, Señores y
vasallos del siglo XXI (*). Toni ha tenido la amabilidad de pedirme que
participe en la puesta de largo de la
edición en castellano de la obra, que tendrá lugar el jueves en Madrid.
Me pasa con Toni Segura lo mismo que con
algunos otros compañeros de fatigas más o menos conocidos públicamente: que,
cuando hablo de ellos y canto sus virtudes, siempre hay alguien que sale
diciendo: «Claro, lo alabas porque es tu amigo». Tengo entonces que aclarar que
la verdad es la contraria: primero fue el reconocimiento de su trabajo y luego
la amistad. A Segura, del que ya
tenía noticia como experto en Irak y Oriente Medio y como analista de la realidad
política internacional, lo conocí a través de las tertulias de Radio Euskadi,
en las que recaló durante un cierto tiempo. Hicimos buenas migas y empezamos a
tratarnos, primero profesionalmente, luego ya como amigos.
Valga este inciso para explicar por qué hoy
en concreto me da por hablar de lo que viene.
Denuncia Toni Segura en su libro la
creciente islamofobia que se vive en
Occidente y pone de manifiesto el escaso fundamento que tiene el tópico,
ampliamente instalado en medios intelectuales y periodísticos, según el cual el
Islam es incompatible con la democracia y los Derechos Humanos. Se refiere a la
teoría de Samuel P. Huntington, que atribuye los conflictos internacionales del
presente a un supuesto «choque de civilizaciones», y critica la grosera
identificación que se está haciendo entre el islam, en general, y su versión
saudí, el wahabismo, que es
«beligerante, rígido, reductor, simplista y hace una lectura miope del Corán».
Una tendencia totalmente minoritaria en el mundo islámico que, sin embargo, ha
sido apoyada política y militarmente en diversas ocasiones por las potencias
occidentales y, más en concreto, por los EUA.
Leyendo esas precisiones, necesarias y
urgentes, pensé en los infinitos artículos de prensa publicados en España
durante los últimos años, dedicados a propagar la idea de que el islam
representa un obstáculo insalvable para el avance de las ideas de progreso,
libertad y democracia. Artículos escritos desde la sobreentendida superioridad
que se supone proporciona estar asentado en una cultura de tradición cristiana
(o hebraica, según los casos).
Pensando en ello, me vino a la memoria lo
que explicaba el astrofísico Carl Sagan (**) en el primer capítulo de su serie
de divulgación científica Cosmos, titulado
En la orilla del océano cósmico. Daba
cuenta allí Carl Sagan de lo avanzadas que llegaron a estar las Ciencias en
Egipto en tiempos del apogeo de Alejandría y cómo la victoria militar del
catolicismo supuso la muerte y el entierro de la libertad de pensamiento y del
espíritu crítico... ¡por más de catorce siglos! Sagan ponía un ejemplo muy
gráfico: dos siglos antes de nuestra era, el astrónomo, geógrafo, matemático y
filósofo griego Eratóstenes, director de la biblioteca de Alejandría, no sólo
demostró que la tierra es redonda, sino que calculó con notable precisión la
longitud de la circunferencia del planeta. Casi dieciséis siglos después,
todavía la Iglesia de Roma se planteaba la posibilidad de quemar vivo a quien
dijera que la tierra es esférica y el propio Colón manejaba medidas mucho menos
exactas que las establecidas por Eratóstenes y algunos de sus colegas griegos y
árabes. Hasta los inicios del Renacimiento (¡se dice pronto!), la larguísima
tiranía política e ideológica del ala más reaccionaria del cristianismo sobre buena
parte del mundo civilizado se basó en
el imperio asfixiante de la intolerancia y el oscurantismo, impuesto en nombre
de la Verdad Indiscutible de los Evangelios.
Bien puede decirse que a lo largo de esa
inacabable travesía del desierto, y en comparación con ella, el espíritu del
islam representó muchas veces un oasis para quienes preconizaban la libertad de
pensamiento y de creación artística.
¡Tiene narices que los herederos de los
cultos cerrados y fanáticos que dieron soporte doctrinal a aquella larga noche de piedra, el periodo más
prolongado, desagradable e improductivo de nuestra Historia –de «la Historia escrita», según la fórmula de Marx–, se permitan ahora decir que la
tradición católica se acomoda
perfectamente con los principios de la libertad y la democracia, en tanto el
islam es «esencialmente incompatible» con ellos! ¿Y qué no decir de los
aburridos dogmáticos del Antiguo Testamento, adoradores del Dios más
antipático, vengativo y malhumorado que haya producido la mente humana, tan fértil
en divinidades?
Vale, termino con mi desahogo. Creo que
valía la pena, para contribuir a que no olvidemos, cuando algunos se echan
mítines sobre la maldad intrínseca del islam, desde qué bases culturales y con
qué antecedentes nos están soltando el rollo.
(*) Antoni Segura Mas, «Señores y vasallos del siglo XXI. Una explicación de los conflictos internacionales», Alianza Ensayo, 2004, 292 páginas. Traducción de Ana Blay. El original, en catalán, ha sido publicado simultáneamente por la editorial La Campana.
(**) Ya me he referido en otras
ocasiones a Carl Sagan (1934-1996). Sagan, que llegó a ser presidente de la
Academia de Ciencias de los EUA, fue un gran astrofísico, pero también un
excelente pedagogo y divulgador científico. Hombre de profundas convicciones
materialistas, dedicó ímprobos esfuerzos a difundir la curiosidad científica,
la pasión por el saber y el rechazo de los prejuicios de toda suerte. Debo
reconocer que, en mi caso, esos esfuerzos no fueron baldíos: consiguió
comunicarme su entusiasmo, ya que no sus conocimientos. Apasionado por la
posibilidad de la existencia de otras formas de vida inteligente en el Cosmos,
hipótesis a la que consagró buena parte de su labor científica, en sus últimos
años se volcó en la lucha antinuclear y en la defensa del medio ambiente. Dijo:
«Antes de saber si hay vida inteligente en otros planetas, debemos combatir
para que la vida inteligente se mantenga en el nuestro». Sus repetidas críticas
a la política de Washington hicieron que acabara siendo muy mal visto por las
autoridades de su país. La serie de televisión Cosmos, difundida en 1980 y posteriormente publicada como libro,
consta de 13 capítulos de una hora de duración cada uno. Está disponible en DVD
(en Amazon, por ejemplo) al no muy accesible precio de 130 dólares
estadounidenses. Tengo entendido que hay gente que se la ha bajado de Internet en versión doblada al
castellano.
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La prensa impúdica
(Lunes 17 de mayo de 2004)
Oído ayer en la radio, dentro de la
información sobre la destrucción de casas palestinas llevada a cabo por el
ejército israelí: «Colin Powell ha
criticado estas acciones y ha afirmado que destruir casas no es constructivo».
He repasado con atención los periódicos de
hoy para confirmar la frase, que me encantó. ¡Todo un hallazgo del secretario
de Estado! ¡Destruir no es constructivo!
Pero no aparece por ningún lado. El
hallazgo, según todas las trazas, fue del periodista que redactó la noticia.
(*)
Según constato el patinazo, la vista se me
va a un recorte de periódico que traje en mi último viaje y que dejé en un
rincón de la mesa. Procede del Diario de
Burgos del martes 11. Es una columna titulada «Torturas», firmada por una
conocida periodista y comentarista radiofónica. «Una firma», que se diría en el
gremio.
La recorté no porque lo que dice me
pareciera mal –que también– sino por la extraordinaria desidia y desaliño de su
redacción, realmente ejemplares.
Tras aludir un tanto caóticamente a las
noticias sobre malos tratos a los prisioneros iraquíes, aborda la columnista el
segundo párrafo de su artículo. Y escribe: «Es
una vergüenza para EEUU y el Reino Unido que esos hechos miserables estaban
protagonizados por un puñado de hombres, no por todos los soldados».
¡Curiosa vergüenza, a fe!
Toda la columna es de traca, pero tampoco
la voy a reproducir entera. Me conformo con dar cuenta del final: «No es que esos métodos vayan contra la
Concención (sic) de Ginebra; es que
va (sic) contra todo lo humanamente
aceptable, va contra la ética y la estética, va contra los sentimientos, contra
el respeto a los demás, contra todo aquello que da grandeza a los hombres
frente a los animales. Y es que ni los animales tratan a sus víctimas como han
sido tratados los presos iraquíes.»
Espectacular.
Una cosa es que las ideas de la periodista
sean las que son, en cantidad y en calidad, y otra es esa exhibición de
verborragia estrafalaria, que pasa cual panzer sobre el sentido común y sobre
la gramática.
Dad por hecho que ni siquiera releyó lo
escrito. ¡«Va contra los sentimientos»! ¿Contra qué sentimientos? ¡«Ni los
animales tratan a sus víctimas...»! ¿Y qué son los hombres? ¿Vegetales? ¿Habrá
visto esta señora cómo se comportan los buitres, las pirañas y las hienas,
mejorando lo presente?
Es obvio que vende sus escritos a tanto el
kilo. Como tantos otros.
Y a eso es a lo que iba. A que cada vez
esta profesión se ejercita con menos respeto hacia las víctimas –la audiencia,
los lectores– y con más desgana, más incompetencia y más impúdica codicia.
Dicho sea para empezar con buen ánimo la
semana. Ea.
(*) Según me informa mi
amigo Alberto Piris, lo que dijo Powell, en concreto, fue: "We oppose the destruction of
homes, we don't think that is productive." Es decir: «Nos oponemos a la destrucción de casas. No creemos que sea
productivo.» La frasecita también se las trae, desde luego, pero la gracia
definitiva estaba en el uso en paralelo de las ideas de construcción y
destrucción. Y eso fue obra del traductor.
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El comité de sabios
(Domingo 16 de mayo de 2004)
Oí el pasado fin de semana en el magazine de la mañana de Radio Nacional
una conversación, aparentemente inocua, sobre la denominación del Comité de sabios que ha nombrado
Rodríguez Zapatero para que elaboren una propuesta de reforma de
Radiotelevisión Española. Alguien –no recuerdo quién– apuntó que esa
utilización del término «sabio» es un barbarismo. Supongo que estaría pensando
en el francés sage: en Francia suelen
formar comités de sages para que
dictaminen sobre asuntos complicados. Pero sage
(aunque procede del latín sapius, igual
que el castellano sabio) se refiere más a la sensatez que a los
conocimientos científicos.
«Entonces, ¿qué término sería el más
apropiado para este caso?», planteó, como si se tratara de un asunto de mera
precisión lingüística. «¿Comité de expertos?», se preguntó. Y se respondió con
aparente candor: «No, porque experto
viene de experiencia, y los miembros
de este Comité no tienen ninguna experiencia en el trabajo televisivo».
Fue un modo un tanto jesuítico, pero
eficaz, de denunciar uno de los problemas principales que presenta el comité en
cuestión: con la excepción parcial de Enrique Bustamante, que es un conocido (1)
estudioso de los medios audiovisuales, y la aún más parcial de Fernando
González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, sus
integrantes no tienen más experiencia en la materia que la que acumula todo
aquel que se sienta de vez en cuando delante de la pantalla de un televisor (2)
y reflexiona sobre lo que ve.
Parece poco probable, por no decir
imposible, que ese grupo de intelectuales pueda emitir un dictamen que vaya más
allá de algunas generalidades y enunciados de principio. No veo cómo podrían
arreglárselas para establecer las vías prácticas y los medios técnicos
necesarios para su realización. Y todos los que tenemos alguna experiencia en
organización sabemos que señalar las metas pero no fijar el camino y proporcionar
los medios para alcanzarlas es lo mismo que no hacer nada.
Por lo que llevo oído hasta ahora sobre el
asunto, aunque parezca que todo el mundo habla de lo mismo, se perciben dos
centros de preocupación diferentes, aunque conexos. Uno se refiere a la conversión
de la radiotelevisión pública en un instrumento informativo y formativo no
partidista y situado en unos niveles de dignidad cultural aceptables. El otro
apunta a la necesidad de sanear los presupuestos de RTVE y acabar con el
agujero negro de su deuda, que se acerca a los 7.000 millones de euros o, como
les gusta decir, «al billón de las antiguas pesetas» (3).
Entre lo uno y lo otro hay mucha relación.
En parte, bien visible: si se decide suprimir la inserción de publicidad
comercial en las dos cadenas públicas de televisión, los ingresos disminuirán
de manera muy considerable y, del mismo modo, si se decide realizar programas
más ambiciosos, subirán los gastos. Evidente.
Pero, antes de plantearse esos asuntos,
conviene no olvidar que lo más gravoso del déficit acumulado por RTVE, según
cuentan los que saben de esto, no procede de lo que se gasta en la
programación, sino de lo que se precisa para la cobertura de la financiación
exterior del gasto, esto es, de los intereses de los créditos con los que se ha
ido afrontando el déficit. Qué duda cabe: si el Estado hubiera ido pagando
sobre la marcha las pérdidas de RTVE, ahora las cosas serían muy diferentes.
Añadamos a ello que una parte importante
del déficit que acumula TVE ha venido dada por la mala gerencia de sus
recursos. Es realmente aberrante que una empresa que tiene miles de empleados
bien preparados (y retribuidos) encargue tantos y tan caros programas a
empresas ajenas. Bueno, relativamente ajenas, porque casi todas ellas
pertenecen a personas vinculadas de un modo o de otro al propio Ente, aunque con cuenta corriente aparte. Con frecuencia, se encarga fuera lo
que podría hacerse muy bien dentro y se alquila lo que ya se tiene. Entretanto,
se paga por el mantenimiento de lo que se tiene y no se utiliza. Ateniéndose a
esas pautas, es muy fácil acumular déficit. Muy fácil, muy gravoso para las
arcas públicas y muy rentable para determinadas cuentas privadas.
Un miembro del Comité de sabios nombrado por Zapatero ha declarado que no han
dedicado «ni un minuto» a discutir lo dicho por Miguel Ángel Fernández Ordóñez
sobre la posibilidad de privatizar parte de RTVE. Me da que lo ha dicho como un
modo de demostrar que ellos están muy por encima de esos pequeños asuntos
empresariales.
Con ello ha demostrado que, en efecto, no
tienen ni idea de lo que se traen entre manos. La economía de TVE y su
conversión en un servicio público digno de ese nombre son dos asuntos
diferentes, pero estrechamente relacionados. Antes de pensar en «rediseñar» lo
que TVE proporciona a la ciudadanía es imprescindible hacer balance de los
medios con los que cabría contar si se gestionara el negocio con decencia y
buen sentido. Sólo después de sanear lo
que hay cabe determinar lo que podría hacerse.
En TVE no hay de un lado un problema de
adecentamiento político-ideológico, que corresponda estudiar al Comité de sabios, y del otro un
determinado caos económico, que habrán de analizar los técnicos. Las gravísimas
dificultades económicas provienen de una gestión volcada en la obtención
simultánea de beneficios políticos partidistas y de réditos económicos
particulares. De los unos y de los otros. El mismo establishment que creó el desastre trata ahora de aprovecharlo para
justificar la liquidación de una radiotelevisión pública que, de estar bien
organizada y bien regida, tendría toda la razón de ser.
La idea que se está tratando de difundir, como
si fuera una evidencia, es que RTVE, para ser políticamente imparcial y
culturalmente digna, ha de convertirse en una cosa pequeña, modosita y barata
(y, claro está, muy minoritaria). Para lograr lo cual, obviamente, sobran las
tres cuartas partes de los medios materiales y humanos con los que cuenta en la
actualidad.
Al Comité
de sabios le han asignado la tarea de proponer el modelo. Y me temo muy
mucho que, unos sin querer y otros queriendo, acabarán proponiendo el modelo
que les interesa a los poderosos para lograr una vez más sus fines.
–––––––––––––––––––––
(1) No tan conocido, a lo que parece. Algunos periodistas siguen refiriéndose a él llamándolo Emilio Bustamante, error en el que incurren porque copian su nombre de la referencia del BOE que dio cuenta de su nombramiento. El BOE incluyó esa errata y ellos la reproducen, demostrando que no saben de quién hablan.
(2) Aunque depende. Yo paso no pocas horas semanales delante de la televisión, pero no creo que haya estado en lo que va de año ni una sola hora viendo la programación de La Primera de TVE, excepción hecha de las imágenes –que no el sonido– de algunos partidos de fútbol. Caso similar es el de un miembro del «Comité de sabios» quien, según cuenta El Mundo, ha reconocido en privado que no ve nunca la televisión.
(3) Esto de «las antiguas pesetas», además de ser un aburrido tópico, para mí que se ha convertido en un modo de despistar al personal. Se toma como referencia la paridad de la peseta en el momento de su desaparición. Yo soy un desastre en materia de economía, pero me da que, de seguir existiendo, la peseta ya no valdría lo mismo, así fuera sólo como efecto de la inflación. De lo cual deduzco que la equivalencia sólo sería significativa si se mantuvieran los salarios y los precios de entonces, pero que, como tal cosa no ocurre, hacer esas conversiones en pesetas de los precios de hoy no sirve para gran cosa. ¿Me equivoco? Espero noticias de los sabios en esta materia.
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Una banda de ingratos
(Sábado 15 de mayo de 2004)
Lo más preocupante del rápido viaje que
realizó anteayer el secretario de Defensa de EEUU a Irak es que tuviera
intenciones electoralistas, como se ha dicho. Porque si lo que hizo y dijo le
añade prestigio, vamos buenos.
Para empezar, Donald Rumsfeld no movió ni
un dedo para enterarse de lo sucedido realmente en la prisión de Abu Ghraib. No
se entrevistó con ningún iraquí, ni siquiera de los que colaboran con las
fuerzas de ocupación a su mando. No tuvo contacto con ninguna persona
independiente que pudiera aportarle información desinteresada sobre las
denuncias de torturas a los prisioneros. No pidió perdón al pueblo de Irak, a
quien de hecho no se dirigió en ningún momento, ni directa ni indirectamente.
Sin contar con ni un solo dato más de los que ya tenía antes de emprender vuelo
hacia Bagdad, acusó a los medios de comunicación de haber exagerado lo ocurrido
e incluso de haberse «servido de mentiras», aunque se cuidó muy mucho de
señalar cuáles.
En defensa de sus posiciones, Rumsfeld
empleó argumentos que obligan a preguntarse si es él quien no da los mínimos o
si se expresa así porque piensa que es la audiencia la que no se merece nada
mejor. Por ejemplo, llegó a decir que no es verdad que las denuncias de
torturas hayan debilitado gravemente el prestigio de su país en el mundo y
aportó como prueba... que cada vez hay más extranjeros que quieren hacerse
ciudadanos de los Estados Unidos.
Otra joya de no menos quilates: informó de
que sus soldados tienen encargo de tratar a los prisioneros «humanamente y de
acuerdo con la Convención de Ginebra» salvo si se trata «de talibanes o de
personas vinculadas a Al Qaeda». Como quiera que los encargados de hacer esa
catalogación son ellos mismos, lo que Rumsfeld dijo en realidad es que tratarán
humanamente a los prisioneros que les venga en gana. ¿Alguien sabe de algún
artículo de la Convención de Ginebra que autorice a no «tratar humanamente» a
los prisioneros –es decir, a tratarlos inhumanamente– en tales o cuales casos?
Anteayer también, Human Rights Watch
denunció en Londres que el personal de los servicios secretos y del Ejército de
los EEUU en Afganistán maltrata a los prisioneros «de forma sistemática» y que
los abusos que vienen registrándose allí desde hace meses son «similares» a los
constatados en Irak.
«Ustedes han ayudado a liberar a 25
millones de seres humanos», clamó Rumsfeld en su arenga a la tropa
estadounidense en Bagdad. Casi de forma simultánea, The Washington Post publicaba los datos de un sondeo realizado en
Irak por encargo de la propia Administración norteamericana según el cual el
82% de esos «seres humanos» quiere que sus liberadores
se vuelvan para su casa cuanto antes. ¡Ingratos!
P.S.– Por segunda semana consecutiva y por el mismo error en el manejo de los archivos, durante las primeras horas de ayer apareció en esta página el apunte correspondiente al día de hoy, y no el previsto, que sólo entró a las 12 del mediodía. Lo lamento. Quienes ya tengan leído el de hoy y no el de ayer, pueden consultarlo unas líneas más abajo.
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Las Voces de su Amo
(Viernes 14 de mayo de 2004)
Leo los muy sentidos lamentos de algunos
columnistas por la desaparición provisional de las tertulias de Radio Nacional
de España. Lo consideran un atentado a la libertad de expresión.
Me parecen de coña.
Lo primero que convendría que hiciéramos
todos es distinguir entre medios privados y públicos. Cosa de la que algunos
prescinden.
En un medio privado, quien recibe el
encargo de realizar un determinado programa es libre de escoger a los
colaboradores que le parezcan mejor (dentro de los límites establecidos por su
contrato, se sobreentiende).
No cabe reprocharle que prefiera a éste o
deje fuera a aquel.
De acuerdo con ese criterio, yo nunca he
puesto el grito en el cielo cuando han prescindido de mí en alguna tertulia
–incluso cuando lo han hecho por razones palmariamente ideológicas– y menos aún
se me ha ocurrido reprochar a mis compañeros de tertulia que no salieran en mi
defensa, aunque yo lo haya hecho por ellos en otras ocasiones, más que nada
porque cada uno es como es.
Un medio público tiene que ser diferente.
Por fuerza. Por la razón básica de que el propietario de los medios públicos es
el conjunto de la ciudadanía.
Si una radio pública organiza una tertulia
política, los responsables del programa deben cuidar de que refleje la
pluralidad de opiniones existentes en la sociedad.
Todo lo contrario de lo que sucedía en las
tertulias de Radio Nacional de España, que no acogían más que a simpatizantes
permanentes o circunstanciales del ideario gubernamental. Cuando daban voz a
alguien situado en otra onda –que sólo podía ser la del ala más derechista del
PSOE–, lo obligaban a estar permanentemente a la defensiva, subrayando sin
parar sus muchos puntos de coincidencia con la ideología del PP. No tenían ni
un solo contertulio próximo a CiU, al PNV o al BNG. Ni uno sólo tampoco que
pudiera dar la cara, llegado el caso, por las posiciones de Izquierda Unida.
¡Qué gran pluralismo! Se dedicaban básicamente a jalearse entre sí.
Dicen ahora que Manuel Antonio Rico –que ha
dimitido de su puesto de agitador nocturno en la radio pública... justo unas
fechas antes de que lo destituyeran– era un gran paladín de la libertad de
expresión. Aún recuerdo la noche de su estreno en el programa: dedicó más de
una hora a retransmitir en directo un mitin de Aznar. Lo oía y no me lo creía.
Eso sí que fue libertad de expresión.
Me temo que aquellos que se lamentan del punto
y aparte de las tertulias de RNE son los que consideran: a) que los medios públicos sólo deben hacerse
eco de las opiniones de su bando, y b) que deben hacer lo posible por
desprestigiar las demás opiniones.
Aunque quienes las sustenten paguen sus impuestos
con tanta o más fidelidad que ellos.
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