[Del 29 de octubre al 4 de noviembre de 2004]

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Tendencialmente iguales

(Jueves 4 de noviembre de 2004)

Desde que se confirmó la contundente victoria electoral de George W. Bush, se nos ha venido encima un aluvión de comentarios destinados a subrayar cuán diferentes son las sociedades estadounidense y europea. En resumen –y llevando las cosas a la caricatura–, lo que se viene a decir es que allí reina el carquerío más penoso, en tanto que aquí somos de un progre que da gusto.

Lo primero que hay que objetar a esos comentarios es que comparan dos categorías («la sociedad estadounidense» y «la sociedad europea») demasiado abstractas, que es obligado desmenuzar si no queremos quedarnos en el terreno de los tópicos.

No podemos olvidar, en primer lugar, que la población de los EEUU está muy dividida. Los 58 millones de votos logrados por Bush le han dado el triunfo, pero no anulan los más de 55 millones de votos obtenidos por sus rivales (dicho sea en plural para dejar constancia del 1% del electorado que ha dado su respaldo a Ralph Nader). Los Estados Unidos no están nada unidos. Basta con mirar el mapa electoral para darse cuenta de que el viejo fantasma de la guerra civil –yanquis contra confederados– se pasea de nuevo por aquellos lares.

Y por el lado de Europa, lo mismo. Los mitificadores del Viejo Continente, que tratan de presentarlo como el baluarte del Estado del Bienestar y de la defensa de las libertades, parecen no darse cuenta de la velocidad con la que está avanzando la derecha europea, desde los Urales hasta el Támesis. Un avance que, para más inri, la supuesta izquierda trata de parar asumiendo ella misma los postulados de la derecha. Los valores que se supone que nos caracterizan están en franco retroceso. Berlusconi es Europa. Putin es Europa, y Europa lo respalda. Durão Barroso, el anfitrión de las Azores, es Europa. Blair es Europa. Aznar es Europa.

Comparados los EEUU y Europa con sus respectivas imágenes congeladas, por supuesto que se aprecian todavía diferencias importantes. Pero si seguimos el rastro de las tendencias históricas que siguen, es evidente que convergen. Europa está asumiendo con creciente fidelidad las pautas características del actual american way of life. Su insulso bipartidismo. La sensiblería hipócrita de su moral de conveniencias. Su estomagante ultranacionalismo. Su desconfianza hacia lo diferente. Su estilo de vestir, de comer, de hablar. Su cultura de usar y tirar.

No presumamos de nada. Lo mejor que nos quedaba lo estamos dilapidando, o dejando dilapidar, que viene a ser lo mismo. En cierto modo, no es que seamos mejores: tan sólo un poquito más antiguos.

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Tan sólo una carta

(Miércoles 3 de noviembre de 2004)

Tomo nota de la carta que seis militantes de ETA han dirigido a la dirección de su organización y que ha acabado apareciendo en las páginas del Diario de Noticias de Navarra.

Ante hechos de este género, cuando son tantas las ideas que le vienen a uno a la cabeza, es preferible pronunciarse en forma de esquema, dejando para otro momento las explicaciones que serían de rigor en un texto más amplio y reposado.

Así que me dejo de preámbulos y voy al grano.

Los miembros de ETA firmantes de la misiva aciertan cuando diagnostican que su organización está de capa caída. Pero se equivocan cuando atribuyen a la represión del Estado el pésimo momento por el que pasan.

Por supuesto que les han hecho daño los golpes policiales, particularmente los recibidos en territorio del Estado francés. (No sólo los directos y publicitados. Seguro que también han sentido los efectos corrosivos y deprimentes de la infiltración policial dentro de sus propias filas.)

Pero la derrota más irreversible que está sufriendo ETA no es militar, sino política.

Técnicamente hablando, nada le impide seguir adelante, puesto que cuenta con suficientes voluntarios y con dinero (lo que se traduce en armas).

Ése no es su problema principal. Lo peor para ella es que cada vez tiene menos apoyo social.

No es sólo que cuente con menos respaldo en cantidad, sino también en intensidad. El apoyo que recibe de la ciudadanía abertzale está perdiendo fuelle a ojos vista. Aunque no pueda admitirlo, sus militantes y simpatizantes se sienten progresivamente desamparados, marginados de su propio pueblo.

Los autores de la carta ni siquiera mencionan ese panorama, que es el capital. Para ellos, la clave única está en que su organización se equivocó de táctica.

Siguen sin comprender que se equivocó en casi todo. Particularmente cuando se atribuyó una representación del pueblo vasco que nadie le había conferido, y en nombre de la cual se puso a matar, a torturar y a extorsionar a cuantos le vino en gana.

Otro aspecto crucial de la carta: su hipotética eficacia.

Si la idea de filtrarla a la prensa ha partido de quienes la suscriben, lo único que cabe decir es que se han asestado un bofetón de primera en sus propios morros.

ETA siempre ha odiado las discusiones en la plaza pública. Su idea es que al opositor interno que levanta la voz se le cierra la boca manu militari, y a otra cosa.

Tampoco ha sido nunca amiga de sentarse a hablar en condiciones de manifiesta debilidad.

Si ha de negociar su desaparición, den ya ustedes por seguro –y perdonen el lúgubre augurio– que lo hará tras demostrar fehacientemente que no ha perdido su capacidad de matar.

Me preocupan los ejercicios de triunfalismo a los que se está dedicando tanta gente. ¿No se estará dando cuenta del peligro de que sus albricias acaben contabilizándose en lápidas?

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Predicciones

(Martes 2 de noviembre de 2004)

Constato que, cuanto más aumenta el rigor científico de los medios dedicados a las predicciones, menos se atreven sus responsables a dar por seguro ningún pronóstico. Es una demostración de sabiduría: cuanto más sabe uno de algo, más consciente es de todo lo que ignora. En EEUU, las empresas más solventes del ramo no sólo se han negado a augurar un vencedor en las elecciones en las horas previas a la votación, sino que incluso han tomado toda suerte de precauciones para no errar en la extrapolación de los resultados provisionales. Han aprendido de los errores que cometieron en 2000. Se han vuelto mucho más conscientes de lo aleatorios que resultan algunos factores (entre ellos, la capacidad que tienen los candidatos y los hermanos de los candidatos para hacer trampas).

Lo que nos lleva a una situación un tanto paradójica, e incluso un punto cómica: las empresas especializadas sólo se atreven a hacer pronósticos tajantes cuando las cosas están tan cantadas que su trabajo no hace falta para nada, porque la gente se las arregla muy bien por su cuenta para pronosticar lo que va a suceder.

Hace meses me interesé por las razones que explican que otras predicciones que suelen interesar mucho, las meteorológicas, difieran tanto entre sí según qué medio las emita (eso de un lado) y fallen tanto con tanta frecuencia (eso del otro). Hubo expertos que me ilustraron sobre ello. De sus enseñanzas aprendí que la fiabilidad de los pronósticos, una vez establecidas unas correctas pautas de trabajo científicas, depende decisivamente de los medios con los que cuenten para llevarlos a cabo. De la misma manera que hay sondeos electorales que se hacen con medios tan modestos que su fiabilidad se mueve en una horquilla de error que los vuelve casi insignificantes (téngase en cuenta que un ± 3% equivale a una oscilación de seis puntos porcentuales, lo que en la mayoría de las elecciones es todo un mundo), hay predicciones meteorológicas que abarcan territorios tan grandes y tan variopintos que pueden no valer gran cosa para la mayoría de quienes viven en ellos.

Por eso es preferible acudir a las previsiones de quienes cuentan con más medios concentrados en un menor espacio (en el caso de España, el Instituto Nacional de Meteorología). Pese a lo cual, tampoco es nada raro que se equivoquen, porque una cosa es la probabilidad y otra –me atrevo a decir que por fortuna– la certeza.

Soy capaz de entender todo eso.

Lo que excede mi capacidad de comprensión es que la Dirección General de Tráfico española no sólo se equivoque cada dos por tres en sus pronósticos –lo que la incluiría en el campo de lo anteriormente comentado–, sino que se muestre también incapaz de informar sobre lo que ya está sucediendo. Ayer, por ejemplo, la DGT estaba anunciando que en la N-I, dirección Madrid, había «tráfico lento con paradas intermitentes» entre San Agustín de Guadalix y San Sebastián de los Reyes. Lo cierto es que en ese tramo y en ese mismo momento los conductores tenían que circular a 120 km/h como poco, si no querían que los siguientes se cabrearan. A cambio, en idéntico tramo, sólo que en sentido contrario, había un pollo de aquí te espero, del que nadie estaba informando. ¿No cuentan con equipos de radio los helicópteros de la Guardia Civil que sobrevuelan las carreteras? ¿No los llevan los motoristas? ¿Los tienen, pero no los usan? ¿Los usan, pero su información duerme el sueño de los justos hasta que a alguien le da la gana de cursarla? ¿Qué utilidad tienen las cámaras de televisión situadas en las entradas y salidas de las grandes ciudades? ¿Nadie ve lo que trasmiten? ¿Lo ven, pero no se lo cuentan a quienes proporcionan la información radiofónica? Lo ignoro. Lo único que sé, por triste experiencia privada, es que, por lo general, para lo único que sirven las informaciones de la DGT es para saber (más o menos) cómo estaban hace varias horas las carreteras por la que uno planea circular.

Guardarse de predecir el futuro puede ser una muestra de prudencia científica. No atreverse a contar lo que ocurre parece, en cambio, una reserva un tanto excesiva. Sobre todo cuando a uno le pagan por ello.

 

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Sería un error

(Lunes 1 de noviembre de 2004)

El Mundo asegura saber que el PNV va a pedir el «Sí» en el referéndum sobre la llamada Constitución Europea.

La noticia, que aparece hoy, cita fuentes nacionalistas que el periódico no identifica.

Hay que tomarse la información con reservas, puesto que la dirección del PNV tiene aún pendientes varias reuniones destinadas a debatir el asunto.

En todo caso, si fuera ése el sentido final de su decisión, creo que cometería un grave error.

El Mundo asegura que el «Sí» del PNV será «crítico» y «con reservas». Como si eso tuviera trascendencia. El escrutinio de los votos depositados en las urnas no computa ni síes críticos ni noes dudosos. Se cuentan los votos afirmativos, los negativos, los nulos, los que están en blanco y las abstenciones, sin más. Tan síes serían los votos promovidos por el PNV como los recolectados por el PSOE y el PP.

Sé cuáles son los sentimientos históricos del PNV con respecto a la construcción europea y hasta qué punto ha creído siempre en la importancia de una convergencia continental que asiente las bases sobre las que pueda llegar a edificarse una «Europa de los pueblos». Pero la actual UE no apunta por ahí y, en la pobre medida en que lo hace, lo va a hacer con el «apoyo crítico» del PNV o sin él. El modo más eficaz de obligar a los dirigentes europeos a replantearse la vía de construcción europea que están siguiendo no pasa por respaldar sus proyectos, sino por plantarles cara. O por darles la espalda. Si obtienen una mayoría confortable de síes en el referéndum, se sentirán reafirmados en sus errores. Si por el contrario se encuentran con una fuerte tasa de abstención, se verán obligados a dar explicaciones y a tomar medidas que cuenten más con esos pueblos de Europa a los que ni siquiera citan en sus documentos.

El PNV tiene otra razón –doble razón– para no propugnar el «Sí»: estar del lado de sus socios de Gobierno, EA y EB, y no del de los dos partidos de la alternancia al frente del Estado.

Debería aprender de sus errores. Ya ha habido varios referendos en las últimas décadas en los que los dirigentes del PNV creyeron que convenía arrostrar ciertas dosis de impopularidad en aras de intereses más elevados y que luego, con el paso de los años, resultaron un churro del que Euskadi no sacó nada bueno.

Ellos verán. Pero no estaría mal que, antes de decidirse, pulsaran el estado de ánimo de su propia base social. No la veo yo con muchas ganas de dar su apoyo al engendro de Chirac, Berlusconi, Zapatero y compañía.

 

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Mediocres a gogó

(Domingo 31 de octubre de 2004)

Aprovechando la tranquilidad del puente, unos cuantos amigos y amigas de distintas procedencias nos hemos refugiado en una bonita casa rural situada en las cercanías de Markina, en Vizcaya, para pasear –que el tiempo acompaña–, comer bien y charlar sin prisas ni temario específico, disfrutando de nuestra mutua compañía. (Nos solemos ver, pero rara vez todos juntos.)

Ayer, ya entrada la noche, dimos en intercambiar impresiones sobre la situación política actual, sobre todo en el terreno autonómico, aprovechando que parte de la gente congregada maneja información relativamente buena.

La conclusión que saqué es que nadie tiene demasiado claro en qué punto estamos y por dónde puede derivar la cosa.

Deduje que en Cataluña una parte del personal se muestra moderadamente esperanzado, o en todo caso menos escéptico de lo que es común por Euskadi, pero lo que no vi es que nadie tuviera un diagnóstico claro de la situación y se creyera en condiciones de establecer predicciones, lo cual, habiendo entre los congregados varios especialistas en ese género de dictámenes, no dejaba de resultar chocante.

El factor que más mueve al desconcierto es, sin duda, la incoherencia territorial del PSOE y la evidencia de que Rodríguez Zapatero carece de una línea política perfilada. Ese hombre se mueve a bandazos, como nave al pairo, en función de las presiones del momento. No se le ve personalidad, ni convicciones. Sólo ganas de agradar, de caer bien a tirios y troyanos... y de mantenerse. Para su desgracia, está instalado en un entorno partidista tan navajero como inmisericorde, en los que cada jefe de taifa va a lo suyo sin la menor consideración.

De lo cual puede salir cualquier cosa... y su contrario.

Tampoco ayuda nada –aunque prefiero que sea así, por razones estrictamente sectarias– que en el PP el ambiente esté igual o todavía más envenenado. En ese partido tienen también un grave problema de liderazgo: Rajoy es un hombre tirando a irresoluto, sin una línea propia y con unas capacidades de mando muy limitadas. Una persona que lo conoce de cerca y de antiguo me lo dijo: «Mariano se las arregla para ser un excelente segundo, pero no tiene virtudes para ejercer de primero». Entre Aznar, que sigue metiendo la gamba a diario, Fraga, que nunca se sabe por dónde va a salir, Esperanza Aguirre, a la que la ambición se le trasluce «como el rayo de sol pasa por el cristal, sin tocarlo ni mancharlo», según la fórmula del catecismo del padre Astete... y todos los demás, que son igual de finos, se lo están poniendo más que difícil.

No sería nada de extrañar –en eso coincidimos anoche varios– que tirara la toalla antes de las próximas elecciones.

Si los dos más importantes partidos estatales navegan en la incertidumbre, tampoco está como para revolcarse de gozo el panorama comunitario. En la cumbre de la UE hay un aire brumoso, espeso, ausente de metas y de liderazgo claros.

Con todo lo cual, parece lógico que la sensación de desconcierto y de confusión gane terreno magnis itineribus.

Quizá no haya motivos para que salten todas las alarmas, pero lo que no parece ofrecer duda es que la mediocridad reinante en el campo de la política profesional es cada vez más llamativa. Escandalosa, incluso.

 

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La Constitución Europea

(Sábado 30 de octubre de 2004)

Hay un buen puñado de asuntos que merecen un comentario, tratándose de la llamada «Constitución Europa».

El primero ya lo he hecho alguna vez de pasada y tiempo habrá de retomarlo con más detalle: no es realmente una Constitución. Es otro tratado europeo, como el de Maastricht. Algo más ambicioso, quizá, pero tampoco nada del otro jueves.

El segundo asunto se refiere a su valoración. Tiene cosas positivas, qué duda cabe, pero en lo esencial retrata con fidelidad el modo en que conciben la construcción europea los globalizadores mierdosos que nos gobiernan. Excuso decir que ese tratado no tendrá mi voto positivo. Tampoco veo que tenga demasiado sentido votar «No», de modo que supongo que optaré por la abstención, una vez más. Entre otras cosas, para chincharles: parece que es lo que más les preocupa es que se demuestre que sus manejos por las alturas no consiguen ni siquiera interesar.

Pero el tercer punto, y el que puede resultar más gracioso, es el de su legalidad. El Consejo de Estado ha dictaminado –si he entendido bien la papela– que la aceptación de ese tratado altera principios fundamentales de la Constitución Española y que, por tanto, si quieren ratificarlo, deben seguir los trámites necesarios para la reforma de la Constitución, incluida la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones generales.

Jo, jo, jo.

El pasado jueves, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que estuvo con nosotros en un acto organizado por Elkarri en Madrid, comentó como de pasada, haciendo mofa de los que tienen en los labios «la soberanía del pueblo español» día sí día también y luego se la regalan a los organismos comunitarios cada dos por tres sin pestañear, que, para cesión de soberanía, la de la llamada «Constitución Europea». Me pareció un comentario bien traído –cómo no, si coincide con mis propios criterios, reiteradamente expuestos–, pero no me di cuenta de un detalle del mayor interés: que Miguel Herrero es miembro del Consejo de Estado, organismo consultivo encargado de emitir un dictamen sobre la entrada en vigor en España del tratado recién firmado en Roma. Nos estaba avanzando de hecho el sentido de su dictamen.

Bueno, ya veremos. Pero lo mismo nos divertimos. Recordemos que Rodríguez Zapatero ganó las elecciones como las ganó, y los riesgos que corre si se ve obligado a repetir la proeza.

 

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Como por ejemplo

(Viernes 29 de octubre de 2004)

No he seguido con detalle el juicio por el asesinato de Ndombele Augusto, el joven angoleño al que mataron de una puñalada hace algo más de dos años en la puerta de un pub de la llamada «Costa Polvoranca», en Alcorcón, cerca de la capital del Reino. Lo que sé –y lo adelanto, para no fingirme experto– es sólo lo que he leído en los periódicos.

Por esas informaciones me he enterado de que el acusado por el homicidio, un individuo de aire patibulario llamado José David Fuertes, ha sido absuelto por un jurado popular.

De la lectura de las informaciones publicadas he sacado algunas conclusiones, que sintetizo a continuación:

1ª) El acusado, José David Fuertes, que ejercía aquella noche de portero del pub en cuestión, es un facha racista de aquí te espero. De ello hay testimonios suficientes y su propia actitud en el presente no permite albergar la más mínima duda al respecto.

2ª) El tal Fuertes ha reconocido que agredió a la víctima a puñetazos («Le di un guantazo». declaró). Aunque los testimonios no coincidan, no parece haber dudas de que le golpeó y le causó lesiones.

3ª)  Tras los sucesos, el individuo escapó de Madrid. Alquiló un piso en Torrevieja y se encerró en él. Cuando la Policía fue a detenerlo, intentó huir. Llevaba una pistola con quince cartuchos, una navaja y un machete.

4ª) No obstante, y por lo visto en la vista, nadie vio a Fuertes apuñalar a Ndombele Augusto. No hay ningún testimonio ni ninguna prueba que permita incriminarlo sin sombra de duda.

Si de dejar constancia de impresiones y sospechas se tratara, yo no tendría duda alguna: para mí que el pájaro ése, que tiene la peor de las pintas, fue quien lo hizo.

No sé si en el jurado popular habrán influido prejuicios racistas. Lo que sí sé es que, si las cosas han sido como he leído que han sido –insisto en la advertencia–, si me hubiera tocado formar parte del jurado, yo también habría emitido un voto de «No culpable». Por la razón elemental de que no ha quedado establecida su culpabilidad sin ninguna posibilidad de duda.

Aplico el principio imperativo: In dubio, pro reo.

En no pocas ocasiones, gentes no muy benevolentes con mi persona han dudado de las verdaderas razones por las que me he opuesto a sentencias de culpabilidad de escaso fundamento probatorio, atribuyéndome inconfesables complicidades ideológicas con los condenados. Este caso me vale como ejemplo de lo contrario. El tal José David Fuertes me produce una repugnancia que se acerca al siempre inalcanzable techo de lo absoluto. Mi animadversión hacia su persona, su estilo, sus maneras, su modo de hablar –hacia su facherío esencial, por resumir–, es total.

Pero si no hay pruebas de que él matara a Ndombele Augusto, no puede ser condenado.

Es así de sencillo. Por complejo que sea.

 

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