[Del 24 al 30 de diciembre de 2004]
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Enmendalla y no
sostenella
(Jueves
30 de diciembre de 2004)
La
costumbre suele ser «sostenella y no enmendalla». No entiendo esa tendencia tan
común y, en la medida en la que la entiendo, no me gusta nada. Si escribo algo
que alguien me objeta y la objeción me resulta mejor argumentada que mis
exposición previa, enmiendo.
En
las últimas horas he recibido un par de correos electrónicos que me parecen
dignos de mención.
Llamo
la atención sobre el hecho de que se trata de dos misivas privadas escritas a
vuelapluma. Sus autores no pensaron en que iban a ser publicadas, de modo que
no debe ser tenido en cuenta el –por otro lado escaso– desaliño de las redacciones
respectivas.
El
primer correo no rectifica nada de lo escrito por mí, pero añade una
consideración que yo no tuve en cuenta en mi apunte de ayer y que me parece muy
estimable.
Dice:
«Supongo que lo
verías por televisión. Ocurrió hace unos cuatro años en la liga inglesa de
fútbol. En un balón largo al área, el portero chocó y quedó tendido en el suelo
con el balón en juego, llegando en ese momento a un delantero completamente
solo. El tipo (italiano por cierto), sin inmutarse, cogió el balón y lo lanzó
fuera del campo por entender que esa no era manera de marcar un gol.
»No era una
jugada clara, de ésas en las que, casi por obligación, se lanza fuera el
balón para que atiendan al contrario. Era una jugada muy rápida y casi
terminada. A nadie hubiera extrañado que Di Mateo (así creo recordar que
se llamaba) empujara a gol el balón. Tanto es así, que recibió algunas críticas
de su afición en la web del equipo, si bien en el campo fue ovacionado.
»En el tema de la
votación de ayer y, sin tener más datos acerca del fallo o no del sistema
electrónico, parece claro que no hubiera pasado nada si Atutxa para el balón,
lo tira fuera y manda repetir la votación. No estamos hablando de un Mayor
Oreja que, tal y como hacía habitualmente, llega tarde a la votación en claro
desprecio al Parlamento Vasco. Hablamos de una parlamentaria a lo sumo torpe (in dubio pro reo) que estaba presente
en la Cámara y que no tardó ni un minuto en levantar la mano señalando que algo
raro ocurría.
»Aún situándonos
en el caso extremo de que realmente no hubiera fallo electrónico sino de la
parlamentaria, tal como se desarrollaron los hechos me parece que Atutxa perdió
una excelente ocasión de no pasar a la historia del Parlamento Vasco como un
trilero, sobre todo en el día en el que el TSJPV le daba la razón en un tema
que no debía ni siquiera haber sido admitido a trámite.
»No me da ninguna
pena ver al Sr. Ares con cara de susto viendo el marcador de la votación, pero
me da mucha pena ver que en mi país se utilizan las mismas técnicas
parlamentarias que en Taiwán o Filipinas. El reglamento parlamentario y el
diario de sesiones lleno de antecedentes de este tipo revisten de legalidad la
decisión, pero Di Mateo habría mandado repetir la votación; claro
que Di Mateo tampoco fue Consejero de Interior ni hizo oídos sordos
a las denuncias de tortura sobre la policía que dirigía.»
Hasta aquí la
carta. Creo que la posición de este lector está muy bien argumentada y
transpira un rigor moral con el que me sería difícil no simpatizar.
La segunda carta
se refiere a mi apunte de anteayer, que fue columna en El Mundo de ayer.
Dice:
«Hoy [por el martes] he leído tu apunte del natural en el que
haces una referencia a Bush y la capa de ozono.
»Últimamente tengo muy poco tiempo para
leer el periódico, así que desconozco si te refieres a alguna noticia de
actualidad de la que no me haya enterado, pero me temo que no es así, sino que
haces algo que, de forma natural, hace mucha gente, y es mezclar dos problemas
completamente distintos que suceden en la atmósfera. Y te digo que lo hace
mucha gente porque lo he llegado a leer en prensa medioamientalista "seria
e informada", así que me temo que el error se está propagando.
»Vaya aquí mi pequeña contribución a
aclararte las cosas.
»El primer problema es el problema de la
destrucción de la capa de ozono por las sustancias de tipo fluorocarbonos. Ya
hace muchos años que se tomaron medidas en contra de este problema (1987,
Protocolo de Montreal), y, las ultimas informaciones de las que tengo noticia
(no soy químico atmosférico, así que es un campo que me pilla un poco fuera de
onda) indican que en los últimos años la efectividad de las medidas que se
tomaron ha sido bastante alta. El problema no ha desaparecido, porque por la
geoquímica del ozono y las sustancias que le afectan en la estratosfera tardará
decenios en volver al estado natural, pero, al menos, parece que el problema
simplemente no se está agravando, que ya es mucho. (Ver
http://www.undp.org/seed/eap/montreal/ozone.htm y links en esa pagina.)
»En 1987, George W. Bush (afortunadamente)
no era presidente de los USA. Si no, seguramente no habría ratificado el
protocolo de Montreal (a mi juicio, escaso, pero bueno, no soy químico
atmosférico, como ya te he dicho).
»El segundo problema, independiente al 99%
del anterior, es el problema (para algunos teoría catastrofista, para otros
problema real) del incremento atmosférico de la concentración de gases con
poder de calentamiento global. Entre ellos (y no solo) el CO2 o dióxido de
carbono. Este es el problema ante el que G. W. Bush ha echado pie a tierra y ha
dicho «Yo de aquí no me muevo», y es el que afecta a los intereses de la
industria petrolífera y la estructura de la sociedad capitalista actual, tal
como la conocemos. Éste es el problema afectado por el protocolo de Kyoto, que
G. W. Bush no quiere firmar bajo ningún concepto.
»La relación entre el agujero de ozono y el
problema del calentamiento global es meramente circunstancial. De hecho, si
hubiera más ozono habría más calentamiento estratosférico. Desde ese punto de
vista, el agujero de ozono es "beneficioso" para el clima terrestre
(aunque letal para la vida en cualquiera de las formas en que la conocemos
actualmente).
»La segunda relación circunstancial es que
resulta que las sustancias que se emplean para sustituir a los CFCs que
destrozan el ozono son potentes gases con poder de calentamiento global (los
CFCs también lo eran). En todo caso, como te digo, son relaciones puramente
circunstanciales. La clave está en que, en el primer caso, si desapareciera el
ozono palmaríamos todos. Y las sustancias responsables son CFCs (y otras). En
el segundo caso, si cambia el clima, palmaran millones (no todos, pero sí
muchos). Y la sustancia implicada es, simplemente, CO2 (y otras, pero el meollo
está en el CO2). Bush se opone a reconocer este hecho, pero del O3 (ozono) y
los CFCs no dice nada (salvo que haya habido novedades de las que yo no me haya
enterado).
»Todo lo cual, de todas maneras, no afecta
para nada al razonamiento fundamental del párrafo que te "critico":
Pasa lo mismo con la protección de la capa de ozono: saben muy bien que el
beneficio desaforado de hoy representa una hipoteca terrible para el mañana.
»Si sustituyeras "protección de la
capa de ozono" por algo así como "preservación de la concentración
geoquímica atmosférica normal" o "preservación de la concentración
atmosférica de CO2", no tendría nada que objetar. Es la mención a la capa
de ozono lo que me ha hecho escribirte. He pensado que te interesaría saberlo,
ya que sueles acoger con interés este tipo de comentarios constructivos.»
Un texto largo para lo que es costumbre en
esta sección pero, efectivamente, muy instructivo.
Esto de aprender cosas nuevas y aprender a
pensar contando con ellas viene a ser algo así como una muy larga y dura
travesía sin meta posible.
Pese a lo cual, es bonito reemprender la
marcha cada día.
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Vías de
dirección única
(Miércoles 29 de diciembre de 2004)
Las resoluciones judiciales
me merecen un respeto más bien limitado. Sé, por amplia experiencia, que los
jueces tienden a acomodar sus decisiones a sus personales opciones ideológicas,
de manera a veces deliberada, pero con más frecuencia inconsciente (lo que no
es necesariamente mejor). Siendo esa mi
posición declarada y no fiándome ni un pimiento de los jueces, nada me impide
aplaudir algunas decisiones judiciales –pocas, la verdad– y poner a caldo
otras.
Pero los dirigentes políticos
con mando en la Villa y Corte y sus voceros de la Prensa central tienen la
enojosa costumbre de perorar retóricamente día sí día también sobre el «debido
respeto a las resoluciones de la Justicia», tomadas «en función de su
independencia», para luego, en cuanto tal o cual instancia del Poder Judicial
les lleva la contraria en algún asunto por el que han apostado fuerte –lo que
no suele ocurrir demasiado a menudo, es verdad–, poner de vuelta y media a sus
autores.
Hoy le toca el turno a la
magistrada del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que ha decido
archivar las actuaciones contra Juan María Atutxa y otros miembros de la Mesa
del Parlamento Vasco. La están poniendo a caer de un burro. Para mí, lo que
dice el auto suscrito por la magistrada no sólo es justo, sino incluso
elemental. La embestida que desarrolló en su momento el Tribunal Supremo contra
las resoluciones de la Mesa en cuestión, cuyos integrantes se declararon
incapaces de disolver el grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak con el Reglamento
de la Cámara en la mano, tuvo casi nada de jurídica y casi todo de política.
Pero a esa gente no le gusta quedar con el pompis al aire.
Establecen dogmas de
aplicación circunstancial, lo que no sólo es un contrasentido, sino un
contrasentido particularmente estúpido, por evidente.
Estamos en las mismas con el
lío que se montó ayer en el Parlamento vasco a partir de la abstención (se
supone que) involuntaria de la diputada socialista Irene Novales en la votación
del proyecto de Presupuestos del Gobierno Vasco. Se trata de un asunto que está
más que trillado en la práctica parlamentaria: si un diputado no vota porque se
produce un fallo técnico ajeno a su responsabilidad –porque se estropea el
mecanismo electrónico, por ejemplo–, la votación se suspende sobre la marcha o,
si es necesario, se repite. Pero si no vota –o vota lo contrario de lo que
pretende– porque se equivoca, o porque maneja mal el sistema, o porque se le va
el santo al cielo, o porque llega tarde a su escaño o por cualquier circunstancia
pareja... pues se chincha. Hay antecedentes de ello para dar y tomar.
La señora Novales, no muy
ducha en las lides parlamentarias –lleva sólo siete meses en la Cámara,
vacaciones parlamentarias incluidas, y su actividad durante este tiempo ha sido
cualquier cosa menos destacada–, dice que su kit de votante falló. No parece muy creíble que funcionara bien
hasta un momento antes y volviera a funcionar bien poco después. Oí ayer noche
en la Ser a alguien que aseguraba conocer bien el sistema electrónico de voto
que se utiliza en el Parlamento de Vitoria (a alguien que, además, no
manifestaba ninguna simpatía por el Gobierno de Ibarretxe). Dijo que la
pretensión de Irene Novales no se tiene en pie, porque se trata de un sistema
electrónico que, si tiene un fallo, lo registra y lo pone de manifiesto de
inmediato. Me da igual. Que se haga un examen técnico y se emita el dictamen
correspondiente. Pero es ridículo que, quienes se indignan porque Atutxa no
dudara ni por un momento de que la abstención había sido fruto de un error de
la propia Novales, no duden ellos ni por un momento de que la diputada no se
equivocó y que se pongan a hablar de «pucherazo». Lo menos que se puede
reclamar a quienes exigen a los demás que duden es que den ejemplo y empiecen
por dudar ellos.
Pero estamos en las mismas:
reclaman a los demás lo que ellos no respetan. Viajan siempre por vías de
dirección única.
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Verdades que no
interesan
(Martes 28 de diciembre de 2004)
En el mucho tiempo que llevo
dedicado al problemático oficio de opinar, la realidad me ha obligado a
escribir una y otra vez sobre algunos problemas que tienen solución, pero que
no se solucionan.
Acabamos de ver otro terrible
desastre de ésos que llaman «naturales». Cuando hace unos pocos años viajé por
Indonesia, vi muchos núcleos de frágiles barracones situados a la orilla misma
del agua. «El más ligero embate y se les va todo al guano», pensé.
Lo que sobrevino el sábado no
tuvo nada de ligero. Y se fue todo al guano.
Cada vez que sucede un
desastre de ese género, muchos insistimos en la misma idea: allí donde hay
edificaciones de buena calidad, dotadas de las medidas antisísmicas adecuadas,
las catástrofes se minimizan; cuando las casas o sus remedos son una porquería
y han sido levantadas en terrenos inestables, las víctimas se cuentan por
miles.
A las 4/5 partes de las
víctimas no las mata el terremoto. Las mata la pobreza.
¿Hay alguna autoridad que
ignore eso? Desde luego que no. Pero nuestros próceres prefieren mirar para
otro lado, para no tener que maldecir a los gobiernos y a quienes detentan el
poder económico en esos países, que no mueven un dedo para cambiar la realidad.
Hay muchas verdades como
ésta, que son de cajón, pero que no son tenidas en cuenta por quienes podrían
corregirlas. Un enésimo informe acaba de repetir lo que muchos venimos diciendo
desde siempre: que en el mundo hay suficientes alimentos para todos, que las
hambrunas son resultado de las desigualdades sociales a escala internacional y
que, incluso considerando el problema del modo más egoísta –pero no a corto,
sino a medio y largo plazo–, al Primer Mundo le convendría favorecer un reparto
más equitativo, porque el hambre sale cara y porque está dando origen a flujos
migratorios incontrolables. Sin embargo, los gobiernos de la mayoría de los
países se llaman andana. Ni siquiera cumplen los compromisos adquiridos, como
el del 0,7%.
Pasa lo mismo con la protección
de la capa de ozono: saben muy bien que el beneficio desaforado de hoy
representa una hipoteca terrible para el mañana. Pero ahí está George W. Bush,
que no sólo no propicia la reducción de las actividades contaminantes de la
industria de su país, sino que la ayuda a incrementarlas.
A su pequeña escala, pasa lo
mismo en España con las grandes nevadas y los tremendos atascos que propician.
Se planifican mal, no se dispone de las maquinaria que haría falta... Pero da
igual apuntar las soluciones. Las conocen de sobra. Cuando el PSOE estaba en la
oposición, denunció la situación de manera muy certera. Igual que hace ahora el
PP.
La cuestión no es que quienes
ocupan el poder, aquí o en donde sea, no sepan qué hay que hacer para resolver
los problemas. Lo saben. Pero prefieren gastarse el dinero en otras cosas. En
otros negocios.
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Improvisando
(Lunes 27 de diciembre de 2004)
La simpática alarma
antirrobo del simpático coche de un simpático automovilista simpáticamente
alejado de su simpática propiedad me ha despertado de muy buena mañana y ya no
me ha permitido dormir más, lo que me ha proporcionado el singular privilegio
de seguir por radio las incidencias –o más bien las no incidencias– de los
miles de pretendidos viajeros en automóvil que se han quedado atrapados en las
carreteras que unen Castilla con Madrid y Euskadi.
Mi solidaridad con
ellos era –y sigue siendo, porque ahí siguen muchísimos– plena, no sólo en razón
de mi bondad natural, que me lleva a solidarizarme con cuanta persona sufre
desgracia, sino también porque lo que esa pobre gente ha pasado y sigue pasando
me ha tocado sufrirlo en persona varias veces. Sin ir más lejos, hace un par de
años me quedé atrapado en la nieve durante un taco de horas a la altura de
Briviesca. En compañía de varios miles más, por supuesto.
Y de veras que esa
situación llega a hacerse angustiosa. Empiezas a calcular para cuántas horas
tienes combustible, cuánto te durará la bateria del móvil, cómo deberías
administrar los cuatro caramelos y las tres galletas que llevas... y se te pone
un mal cuerpo de mucho cuidado.
Pero lo que más
cabrea, y con gran diferencia, es oír por la radio los extraordinarios
esfuerzos que están haciendo las autoridades para resolver la situación y no
ver ninguno de esos esfuerzos por ningún lado por muchas horas que transcurran.
Ni una sola máquina quitanieves en el horizonte. Ni un solo helicóptero que
sobrevuele la zona por si se impone alguna evacuación urgente. Nada.
Para esas alturas,
uno ha tenido ocasión de acordarse no muy amablemente de los astutos
responsables de Protección Civil que le recomendaron en las horas anteriores
que no viajara en automóvil «a no ser que no tenga más remedio». Ayer lo
dijeron también. ¿Qué clase de recomendación es ésa? La vez que me quedé atrapado en la nieve me decidí a
viajar en coche porque debía dar una conferencia a 400 kilómetros. Si no
acudía, hacía una buena faena a los organizadores. Pero, si me hubieran dicho
que corría el grave riesgo de no llegar en ningún caso, me habría quedado en
casa. La recomendación correcta habría sido: «No trate de atravesar la A-1 a su
paso por tales y cuales puntos porque lo más probable es que no lo consiga».
Otro motivo de cabreo:
uno se pregunta cómo puede ser que los helicópteros de la DGT no informen a la
Guardia Civil de Tráfico de que esta o la otra carretera se ha puesto
intransitable, de modo que sus agentes corten la circulación y obliguen a los
automovilistas a dar la vuelta antes de que se metan de lleno en el follón. La
respuesta ya la he dado antes: los helicópteros no pueden informar de nada
porque no hay helicópteros que sobrevuelen nada.
Lo más enojoso de
todo ello es que se trata de un fenómeno que sucede, si no todos los años, sí
con mucha frecuencia, y en ocasiones más de una vez por temporada. ¿Es tan
difícil planificar la emergencia con detalle, sacando lecciones de las
experiencias vividas, sin dejar tantos aspectos a la improvisación? Hay zonas
en las que ya le tienen cogido el punto a la cosa, a fuerza de verla, y les
pilla preparados. En el puerto de El Escudo, en Cantabria, caen todos los años
unas nevadas del copón, pero no se cierra al tránsito: las máquinas quitanieves
actúan rápida y ordenadamente. El pasado jueves, según iba para Bilbao, vi en
el tramo alavés de la autopista bastantes máquinas quitanieves aparcadas en las
zonas de descanso, dispuestas para ponerse en marcha en caso de necesidad. La
necesidad se produjo, y la autopista ha estado expedita todo el tiempo, aunque
se haya regulado la circulación de camiones, dejándolos pasar poco a poco, para
impedir que se agolparan. ¿Por qué no se generalizan esas iniciativas?
Pues muy sencillo: en
aplicación del principio celtibérico según el cual tampoco es cosa de hacer el
trabajo bien pudiendo hacerlo peor y más caro.
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Los perros
flacos
(Domingo 26 de diciembre de 2004)
Estuve en
Indonesia hace cuatro años. Conté los pormenores de aquel viaje sobre la
marcha, en mi Diario de un resentido
social de entonces.
El fuerte terremoto
que se ha producido allí esta madrugada ha tenido su epicentro al norte de la
isla de Sumatra. Yo recalé en la de Java. Relaté el muy visible contraste,
presente en toda la isla –y en el conjunto de Indonesia, según me dijeron–
entre la opulencia en la que vive una pequeña minoría y la miseria
impresionante en la que sobrevive el ingente proletariado que constituye la inmensa
mayoría.
Hice algunas fotos
que reflejaban esa realidad. La de arriba es una muestra. Es lo que Aznar
llamaría «una foto demagógica». La demagogia de los hechos. Las casuchas de
esos bidonvilles en los que se
hacinan cientos de miles de personas no necesitan más que un suave meneo para
venirse abajo. Sólo tienen una ventaja: son chabolas de una sola y exigua
planta. Si se hunden, quienes las habitan tienen ciertas posibilidades de
sobrevivir.
Dicen las primeras
crónicas que en Indonesia el terremoto ha provocado medio centenar de muertos
(*), pero añaden que se trata sólo de un primer recuento. Puede que sean muchos
más. Allí se tarda mucho en hacer ese género de balances, no sólo por la
precariedad de los medios, sino también porque el archipiélago indonesio se
compone de más de un millar de islas.
Los flashes de Prensa sostienen que los
mayores desastres han tenido lugar en Malasia, Tailandia y aún más al oeste, en
Sri Lanka, la Unión India y Bangladesh. Se ve que el seísmo ha encontrado más
facilidades telúricas para expandirse hacia el norte y el oeste.
Aunque las noticias
sean aún pocas y muy imprecisas, constato que ningún teletipo habla de que en
Singapore se hayan registrado víctimas. Tal vez me precipite adelantando
hipótesis, pero no me extrañaría que la ciudad-estado se haya beneficiado de la
muy alta calidad de sus edificaciones, la mayoría construidas con sistemas
antisísmicos.
Singapore, paraíso
fiscal que acumula inmensas fortunas y que acoge las sedes centrales de
importantísimas empresas, tiene uno de los niveles de vida más altos del mundo.
No hace falta decir que ese tipo de cifras medias se obtiene sumando lo que
tienen los que tienen más con lo que tienen los que tienen menos y dividiendo
por el total, pero, con todo y con eso, Singapore cuenta con un nivel de vida
general que está a años luz de los característicos de la zona (las vecinas
Indonesia y Malasia en particular).
Pasé allí unos días y
sentí verdadero agobio. No se ve pobreza. Lo que sí se ve es un régimen
policial de aquí te espero, que deja la imaginación de George Orwell a la
altura del betún. Viví la estancia con verdadera angustia, sobre todo porque
por aquel entonces yo fumaba y en ese mini-país puedes verte entre rejas por
haber arrojado una colilla al suelo en la vía pública o por haber cruzado la
calle por donde no hay ni semáforo ni paso de cebra. Durante mi estancia en
aquella ciudad, a la vez bellísima y horrible, ejecutaron a un chaval alemán
que fue detenido en el aeropuerto con una partida de hachís. Y eso que se había
detenido en Singapore sólo por unas horas, haciendo escala para otro destino.
Sea como sea, doy por
hecho que, como siempre ocurre, este terremoto se cobrará sobre todo vidas de
gente paupérrima, que es la que vive en los terrenos más inestables y en las
casas más frágiles.
Pero Dios, en su
infinita sabiduría, lo tiene todo previsto: es la gente a la que le importa
menos morirse.
_____________
(*) Una hora después de escrito este Apunte, las noticias hablaban ya de 150 muertos.
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Otra vez él
(Sábado 25 de diciembre de 2004)
Alguna vez
creo haber comentado –hace años de ello, en todo caso– una cosa que dijo Xabier
Arzalluz la primera vez que lo vi en petit
comité. Debió de suceder allá por 1990. Fue –de eso sí me acuerdo bien– en
el curso de una comida más o menos protocolaria de las muchas que montamos para
ir presentando en sociedad la edición
vasca de El Mundo, que estaba a punto
de salir. El ágape tuvo lugar en el restaurante Goizeko Kabi, de Bilbao, y acudimos Pedro J. Ramírez y yo en
representación del periódico y Xabier Arzalluz en representación del PNV.
El caso es que estaba
próxima una visita del rey a Euskadi y estuvimos charlando un rato sobre los
problemas que la tal visita iba a provocar con toda seguridad. Arzalluz
intervino y dijo, sobre poco más o menos, lo que sigue: «Yo no soy monárquico.
A nosotros no nos gusta la Monarquía. Pero tampoco tenemos mayor interés en
estar dentro de una República española. Si hubiera República y se eligiera un
presidente, seguro que sería o del PSOE o del PP; nunca del PNV. Vistas así las
cosas, tampoco nos incordia tanto que haya un rey. Si el jefe del Estado no va
a ser de los nuestros, mejor que no sea de nadie».
Me hizo gracia el
razonamiento, pero ni lo compartí entonces ni lo comparto ahora. A decir
verdad, lo comparto cada vez menos. Basta con seguir la trayectoria del rey
para constatar que es falso que no sea «de nadie». Sin ir más lejos, su discurso
de ayer, que no oí, pero que he visto hoy en Internet: se largó un mitin que
oscilaba entre el PSOE (en su versión más centralista) y el PP. Qué cargante,
con sus insistentes arengas a favor de la intangible unidad de la Patria, de la
que se declaró garante. (Por cierto: ¿con qué medios cuenta él, que carece de
atribuciones políticas ejecutivas, para garantizar algo de ese tipo, como no
sea en su condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas?)
Estoy convencido de
que, en el caso de que el Estado español fuera una República y contara con un
presidente electo, el cargo estaría en manos de alguien que mostraría algo más
de pudor a la hora de evidenciar su hondo carácter centralista y reaccionario.
El Borbón éste, por lo menos de cintura para arriba, es de un carca que da
grima.
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Controles
(Viernes 24 de diciembre de 2004)
Me relataron
ayer con todo lujo de detalles –nombres, lugar, fecha– un suceso singular, que reproduzco
dejando todas esos datos al margen, para evitar la identificación de los
protagonistas (y porque, además, no importan).
Esto era un caballero
altamente aficionado a la ingesta de bebidas alcohólicas y a la conducción a
gran velocidad –combinación peligrosa donde las haya– que regresaba a su casa
tras una noche de juerga.
El individuo entra en
un túnel a toda pastilla y, de súbito, se topa con un coche de la Policía de
Tráfico que se había detenido para prestar ayuda a los pasajeros de otro coche
que se había quedado averiado en tan incómoda circunstancia. Por supuesto, los
agentes, que acababan de detenerse y estaban bajándose del coche, habían
activado las luces intermitentes de rigor. Pero nuestro hombre, que iba
demasiado deprisa y no tenía sus reflejos precisamente al 100%, no acertó a
frenar a tiempo y dio un impresionante golpetazo al vehículo policial, que
salió dando trompos con los policías a medio bajar. Resultado: los dos agentes
heridos, con lesiones no graves, pero tampoco desdeñables.
Llega al poco otro
vehículo policial que, de inmediato, hace el test de alcoholemia al conductor
causante del golpe. Oh sorpresa: da negativo. Entonces, el individuo reclama
que se les haga el mismo test a los policías. Y, mira por dónde, ambos dan positivo:
venían de tomarse unas cañas. El juicio resultante tuvo como resultado la
absolución del imprudente y la condena de los policías.
Espero que de
entonces a aquí haya mejorado la calidad del instrumental utilizado para esos
controles, pero el caso vale para ilustrar lo aleatorio de esas situaciones. El
Tribunal Constitucional acaba de absolver a un conductor que dio positivo en el
control de alcoholemia pero sobre cuyo estado físico los guardias civiles
autores de la denuncia se permitieron hacer observaciones de tipo médico para
las que carecían de la cualificación necesaria, sin preocuparse de que fueran
ratificadas en forma debida posteriormente.
Es todo un lío. Me
cuentan que la misma cantidad de alcohol en sangre puede tener efectos
totalmente diferentes en unas u otras personas, según su constitución física.
Se sabe que hay individuos que, incluso después de haberse tomado unas copas,
tienen reflejos mucho más vivos que otros que conducen perfectamente sobrios. Y
luego están los problemas que se derivan del modo de ser de cada cual. Muchos
se envalentonan cuando beben –ayer lo comprobé viajando de Bilbao a Santander:
¡qué cosas pude ver!–, pero otros acentúan su prudencia y moderan su marcha,
conscientes de que, dado su estado, pueden necesitar más tiempo para reaccionar
de manera adecuada. Y es que, como muy sabiamente decían los latinos: «In vino veritas» (*): el alcohol saca a
relucir lo que cada cual lleva dentro. Las copas pueden desinhibir al agresivo
reprimido que muchos llevan en sus vísceras, pero no vuelven violento a quien
es pacífico de corazón.
Pero, siendo todo
esto así, y así es, ¿qué cabe hacer? No es factible elaborar una ley que tenga
en cuenta las ciento un variables posibles. La norma puede resultar excesiva
para algunos –y benigna para otros (los hay que con un solo vino se ponen ya
imposibles)– pero en algún punto ha de poner el listón.
Lo que no me parece
aceptable es que la Policía se dedique a detener coches de manera perfectamente
aleatoria, con independencia de que el conductor o conductora no haya realizado
ninguna maniobra irregular y aunque circule a velocidad moderada. A mí me ha
ocurrido y he perdido hasta media hora con la gracia, obligándome a incumplir
deberes profesionales, dejándome en mal lugar y haciéndome perder dinero. Eso
se parece mucho a lo que siempre se ha llamado detención ilegal.
Con la cantidad de
gente que conduce haciendo tonterías, ¿qué necesidad tienen de molestar a los
juiciosos que quedamos?
____________
(*) In vino veritas podría traducirse libremente por «En el vino (aparece) la verdad».
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