Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de abril de 2005
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Objeción de conciencia |
JAVIER ORTIZ Vamos a ver. Cuando alguien asume el cargo de alcalde, se compromete a atenerse a las leyes vigentes, y a aplicarlas. Y si la ley dicta que los alcaldes deben cursar las peticiones casamenteras de las personas que lo soliciten en forma debida, sea su sexo el que sea, a ellos no les queda más narices que hacerlo. Les guste más o menos. Si el PP fuera un partido propenso a la insumisión
contra el Estado, no diría nada. Respeto mucho a los insumisos. Pero la gente
del PP, Acebes mediante, suele transitar por las antípodas. Resulta tirando a
chocante que el mismo partido que ha coreado el procesamiento de tres
miembros de la Mesa del Parlamento Vasco porque se negaron a aplicar una
sentencia del Tribunal Supremo que interfería en terrenos que no son de su
competencia -según el criterio de los procesados, respaldado por el de un
buen número de reputados juristas y avalado en último término por la Fiscalía
General del Estado- predique ahora que se incumpla una ley que podrá gustarle
más o menos, pero que es inequívoca y que, a efectos procesales, no tiene
vuelta de hoja. Insisto: no me cuesta nada aceptar que haya personas a
las que la aplicación de una determinada ley les fastidie de lo lindo. Lo
acepto: si hay alcaldes del PP que no quieren sancionar matrimonios
homosexuales, están en su derecho. Pero no como alcaldes. Si sus convicciones más íntimas
les impiden colaborar en una ceremonia así, si consideran que hacerlo los
colocaría en una senda de degradación moral comparable a la que llevó a
algunos a cerrar los ojos ante el horror de Auschwitz, como ha dicho el
cardenal emérito de Barcelona, Ricard María Carles -supongo que sin pretender
con ello enlodar la memoria de Pío XII-, entonces nada les impide mostrar su
perfecta coherencia y dimitir del cargo. Imagínense ustedes lo que sucedería si hubiera alcaldes
que se negaran a colaborar con la Iglesia católica por razones de principio,
en rechazo de su comportamiento, y que no le permitieran usar las calles para
procesiones, por ejemplo. Pondrían el grito en el cielo. ¿Dimitir? ¿Asumir las obligaciones del cargo? Sólo a
ellos les corresponde evaluar qué pesa más en la balanza de sus devociones:
si el bastón municipal o el hisopo episcopal. Admito que, si optaran por la dimisión, me tomaría en
serio su objeción de conciencia. Porque los gestos de desobediencia que
acarrean un perjuicio para los propios intereses materiales son los
inequívocos. Recordemos el ejemplo que dieron los muchos jóvenes que hace no
tanto se avinieron incluso ir a la cárcel para mostrar su rechazo a las
armas. No les pido que se dejen llevar a la arena del circo
para que los leones los destrocen. Sólo que demuestren que se toman su fe más
en serio que su sueldo. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 30 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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La dictadura del relativismo |
JAVIER ORTIZ No he visto que esa requisitoria haya merecido las
exégesis necesarias. «La dictadura del relativismo» es un concepto absurdo. Es una pura contradictio in terminis. Por las mismas podía haberse metido con el dogma del antidogmatismo. O con la libertad opresora. O con la oligarquía democrática. El relativismo es el alma viva del conocimiento científico.
Sólo quien duda de la exactitud de sus ideas puede sentirse impelido a
ponerlas a prueba y, llegado el caso, a descartarlas, o a restringir su campo
de validez, abriendo paso a ideas nuevas, ellas mismas igualmente
cuestionables. El elogio general del dogmatismo que hizo el nuevo Papa
-al que, por cierto, ignoro por qué llamamos por aquí Benedicto, en vez de
Benito, que es lo mismo, pero más fácil- no resulta sólo llamativo por lo que
tiene de hostil a la esencia misma del pensamiento científico, sino también
porque desdeña la propia experiencia de la Iglesia católica, tan abundante en
errores, a veces muy aparatosos, e incluso sangrientos, cometidos en nombre
de tales o cuales dogmas. El dogmatismo es esencialmente excluyente y agresivo; el
relativismo, de natural pacífico y tolerante. Nadie de espíritu relativista
habría montado la Santa Inquisición, ni las Cruzadas. Ningún relativista
habría propiciado el asalto de Béziers, en el que los soldados adictos al
Vaticano pasaron a cuchillo a 20.000 personas, incluyendo mujeres y niños, en
nombre de la ortodoxia católica. Las personas propensas al relativismo renuncian a
considerar las ideas y los comportamientos de los humanos conforme a un
patrón universal único. Saben que muchos fenómenos que les resultan
extravagantes, o incluso aberrantes, se explican -aunque no se justifiquen- a
partir de su vinculación con tradiciones culturales que les son ajenas. Benedicto XVI debería sentirse agradecido a los
progresos del relativismo cultural. Porque, de no ser por ellos, sería
imposible entender que las sociedades civilizadas modernas acepten la
pervivencia de un Estado como el que él ha pasado a encabezar: un Estado que
niega la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, que proscribe las
libertades de expresión, de asociación y de culto, que rechaza el sufragio
universal y elige a sus mandatarios por cooptación... Y paro, que tampoco es
cosa de recorrer toda la Declaración Universal de Derechos Humanos. «Hay que entender que el Vaticano es un Estado, sí, pero
que responde a unas pautas muy especiales», replican algunos. Sí, a las
pautas de la teocracia. Que sólo valen para quienes creen que algunos mandan
«por la gracia de Dios». ¡Ah, si la democracia fuera dogmática! Es copia de la columna publicada en El Mundo el 27 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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El peso de la demagogia |
JAVIER ORTIZ El PP sigue empeñado en ilegalizar la realidad. Lo hace apelando a argumentos de escasa consistencia jurídica (sus defensores a ultranza harían bien en repasar la sentencia 68/2005 del Tribunal Constitucional, en la que se afirma, entre otras cosas, que a ningún partido político se le puede exigir como condición para su existencia legal que condene de manera expresa el terrorismo de ETA). Pero eso es secundario, a estos efectos. Lo que me parece más digno de mención es que, además, esa política no sirve para los fines que pretende. A las pruebas me remito: tras cuatro años de esfuerzos sistemáticos para silenciar la expresión política de la izquierda abertzale, ésta ha pasado de tener siete escaños a contar con nueve. No puede haber demostración más clara de los efectos
contraproducentes que se derivan de la obsesión prohibicionista. En 2001, EH
sufrió un fuerte revés en las urnas por culpa de sus propios errores
políticos. En 2005, EHAK ha subido con fuerza gracias a la política errónea
cuya máxima expresión ha sido la Ley de Partidos. Rodríguez Zapatero parece haber entendido que por esa
vía no se avanza en la transformación del sustrato social vasco, necesaria
para asentar sobre bases firmes la pacificación y la normalización política
de Euskadi. Quisiera dar un giro, y en parte lo está dando, pero tropieza con
muchas dificultades. Él y su partido han pasado demasiado tiempo coreando las
consignas del PP, y ahora se encuentran con que buena parte de su base social
y de su electorado no entienden que explore otras vías. Durante años ha contribuido a que algunos tópicos hueros
pasen por principios incontrovertibles y ahora no sabe cómo orillarlos. ¿Por
qué, cada vez que los del PP proclamaban que con Batasuna no se podía ni
hablar, no les contestó que ellos bien que lo habían hecho, y al más alto
nivel, aunque fuera en Burgos y a escondidas? ¿Por qué llegó a rivalizar con
los del PP, presumiendo de que él, por no hablar, no hablaba ni siquiera con
el presidente del PNV? ¿Por qué no recordó que Aznar envió a sus emisarios a
negociar con la dirección de ETA? Y, sobre todo, ¿por qué no explicó a la
ciudadanía que nada de eso tenía nada de infamante, porque un Gobierno debe
moverse en todos los terrenos cuando están en juego intereses superiores? Maleducó a sus seguidores y ahora es rehén de lo que dio
por bueno, sabiendo que no lo era. Va a costarle contrarrestar tantos años de
demagogia. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 23 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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Un lugar en la cumbre |
JAVIER ORTIZ Empecemos por el diagnóstico. Los tres partidos que respaldan a Ibarretxe han logrado
el 44% de los votos. En cualquier otro lugar y momento, eso se consideraría un
éxito total. De contar con el apoyo -factible- de Aralar, el porcentaje se
elevaría al 46,3%. Tómese como referencia, por el aquel de comparar: Zapatero
llegó a la Presidencia del Gobierno de España con el 42,6% de los votos.
Aznar obtuvo la mayoría absoluta en 2000 con el 44,5%. En 1998, el propio PNV
consiguió la victoria con el 28%. Dicen: «Pero Ibarretxe había pedido un respaldo masivo
para su plan, y no lo ha obtenido.»
Claro que no lo ha logrado, pero no porque el electorado
lo haya considerado extremoso, sino porque el 12,5% lo ha tenido por
demasiado tibio. Hagan cuentas los que se dicen constitucionalistas: sumados quienes han apoyado a Ibarretxe y
los que no lo han hecho porque lo querían más audaz, estamos ante casi al 60%
del electorado. Otra cosa es que las matemáticas parlamentarias den de
sí lo que dan y que se vea mal qué gobierno podría trenzarse con los mimbres
resultantes del domingo. Hay desde hace tiempo una disputa sorda -no demasiado
sorda, en realidad- dentro del PNV, que enfrenta a quienes consideran que la
primacía nacionalista en la comunidad autónoma precisa de un acuerdo con el
PSOE, semejante al que funcionó en los tiempos de Ardanza, y quienes
entienden que eso supondría retornar a un pasado no muy glorioso de reparto
de prebendas y de conchabanzas varias, que dejaría intacto el conflicto
nacional y no permitiría avances reales ni en la pacificación ni en la
normalización de la vida política vasca. Estos últimos prefieren intentar una
ampliación de las alianzas dentro del campo abertzale, propiciando el
acercamiento al trabajo institucional de la gente de Batasuna -se llame como
se llame- y favoreciendo por esa vía el destierro de la violencia política. Es una tensión interna que ya se hacía notar en el
pasado, pero de modo más tenue, debido a que la autoridad moral de Ibarretxe
dentro del PNV se tenía por indiscutible. Pero parece que desde el domingo ya
no lo es. O eso creen algunos. El PNV es el PNV y su circunstancia. Al margen de sus
disensos internos, ha de contar con que una parte de sus diputados electos no
son suyos, sino de EA, que tiene sus propios criterios. Igual que EB. Igual
que Aralar. Supongo que sabrá que hacer nuevos amigos está muy bien...
siempre que no sea a costa de quedarse sin los de siempre. Los buenos montañeros lo tienen asumido: nunca hay que
ceder a las prisas de quienes sólo piensan en llegar a la cumbre para hacerse
la foto. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 20 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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De fieles y domésticos |
JAVIER ORTIZ Bueno: pues, lejos de corregir ese absurdo del Código Civil, nuestros legisladores se disponen a añadirle otro semejante. Ahora quieren que la ley obligue también a los cónyuges a «compartir las responsabilidades domésticas». Se ha puesto de moda aprobar normas muy vistosas, pero perfectamente
inaplicables. Me malicio que las legislan para que no se diga que no hacen
nada para corregir la mala educación cívica imperante, que es de pena.
Primero se acomodan a un modelo social en el que la chavalería es educada en
el individualismo más feroz -en las normas patriarcales más chirriantes, en
la división de papeles más obvia, en el autoritarismo, en la ley del más
fuerte-, y luego pretenden que van a arreglar los efectos devastadores de esa
espantosa educación metiendo a un juez en el pasillo de cada casa, para que
evalúe, con docta imparcialidad, si hay igualdad, trato exquisito y, por
supuesto, un «reparto equitativo de las funciones domésticas». ¡Cuanta hipocresía! ¿Por qué no empiezan por rechazar la
obvia desigualdad de trato entre los sexos que se produce, por ejemplo, en la
Iglesia católica? Han tenido ocasión de verlo en vivo y en directo: se han desplazado en masa a Roma para
arrodillarse y cantar loas al «hondo contenido social» de esos santos varones
que no permiten a ninguna santa hembra meter baza en sus asuntos. ¿Han
constatado si hay un «reparto equitativo de las tareas domésticas» en el
Vaticano? O tal vez no nos haga falta viajar tan lejos. ¿Lo hay en
el palacio de La Zarzuela? Me pregunto si habrán previsto la posibilidad de que los
tribunales juzguen, cuando se apruebe esta nueva redacción del artículo 68
del Código Civil, si en las casas bien hay
un reparto equilibrado de las tareas domésticas entre el señor y la señora
(una vez descontada, claro está, la labor del servicio). Nos reímos en nuestra juventud -unos pocos, a decir
verdad- de Francisco Franco, porque el dictador promulgó un decreto que
prohibía la lucha de clases. «¡Qué ridículo!», dijimos. «¡Como si las
realidades sociales pudieran suprimirse por decreto!». Pues los hay que siguen en ese mismo empeño. Ellos
prohíben. Y si luego los hechos no tienen nada que ver con lo
legislado...pues peor para los hechos. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 16 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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Con los sondeos a cuestas |
JAVIER ORTIZ ¿Cabe que se produzca ese bajón? Cabe. Podría ser resultado de la conjunción de diversos factores. Hace algunos días le oí decir a Joseba Azkarraga que hay votantes de la izquierda abertzale que no darían jamás su voto a un partido que se proclama comunista. Eso no lo sé. Más probable me parece que los haya que no vean nada clara la maniobra que ha hecho Batasuna escudándose en ese partido y que no se fíen del papel que pudieran hacer en el Parlamento de Vitoria sus representantes, a los que no conocen de nada. Hay también bastante gente que antaño votó a Batasuna, con unas u otras siglas, y que rechaza la deriva que han seguido Otegi y los suyos en los últimos años, no sólo por sus paseos por la cuerda floja cada vez que ETA se ha metido de por medio, sino también por las supuestas astucias parlamentarias que han desplegado durante la pasada legislatura votando repetidamente lo mismo que el PP y el PSOE, con resultados prácticos harto problemáticos. Hay un desánimo importante en amplios sectores de la
izquierda abertzale, y eso tendrá su reflejo en las urnas. Reflejos, en
plural: se pronostica un ascenso de PNV-EA, Aralar, Ezker Batua...y la
abstención. El fenómeno de la decadencia electoral de HB merece un
análisis específico. No representa al 5% o el 6% del electorado, como tal vez
pueda parecer tras las elecciones del próximo domingo. Su magma social es bastante más amplio;
muy probablemente superior al 15%. Pero, con sus torpezas, con sus anuncios
de mucho y sus avances de nada, se las está arreglando para que ese magma, del que forman parte decenas y
decenas de miles de nacionalistas vascos que se sienten más radicales que el
PNV (más radicales en su nacionalismo, más radicales en sus planteamientos
sociales o en ambos terrenos a la vez), se vaya disgregando, sea en favor de
opciones con más posibilidades de hacer algo práctico, sea fondeando en las
apacibles aguas de la abstención. Eso podría dar lugar a un debate realmente profundo y
clarificador en Euskadi, si no fuera por el empeño que ponen muchos en tratar
los problemas políticos vascos como meros asuntos de orden público. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 13 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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Don José Quiroga López |
JAVIER ORTIZ La calle en la que vivo tiene dos aceras, como casi todas las calles. Pero en nuestro caso las dos aceras no marcan sólo la existencia de un lado derecho y un lado izquierdo, según se mire, sino también la frontera entre la parte bien y la parte más modesta, las más castiza y, hoy en día, también la más cosmopolita de nuestro barrio. De un lado, las casas nuevas, con grandes ventanas e imponentes galerías. Del otro, las típicas de ladrillo visto, con balconcillos llenos de tiestos y cachivaches. La tienda de don José estaba de ese lado. Solía visitarla para comprar patatas fritas, almendras,
pipas con sal y gajos de naranja y limón, mayormente. Aprovechaba para
charlar un rato con él. Tenía un conocimiento enciclopédico del barrio.
Seguro que se sabía toneladas de maldades de todo pichichi, pero nunca
hablaba mal de nadie. Me fascinaba la paciencia con la que atendía a los
críos, que entraban en su local con cuatro perras y querían comprar un poco
de todo. Les sonreía sin pizca de malicia y les aconsejaba con aire de
experto, cómplice de sus gustos: «Casi coge dos de éstos y uno de estos
otros, y así tienes para pillar este chicle, que es buenísimo». Y los
chavalines, lo mismo los oriundos de Ventas que los venidos del Ecuador, se
dejaban aconsejar por él, porque sabían que les hablaba un entendido. Tiempo ha, un día me preguntó: -Y usted ¿a qué se dedica? -Escribo -le respondí. -Ah, ¿sí? ¿Y qué escribe? -se interesó. -Soy periodista -suspiré mirando hacia la calle, a
través del escaparate. -¡Vaya por Dios! -dijo el buen hombre. Y cambió de tema. Se lo agradecí. Hace un par de semanas entré a comprarle pipas con sal,
porque con tanto fútbol se me estaban agotando las existencias, y le vi con
unas bolitas de algodón en los agujeros de la nariz. Me explicó que estaba
fastidiado porque sangraba espontáneamente, sin razón aparente. -Hipertensión, tal vez -le dije, por decir algo. -Algo así. No era tan mayor. Anteayer me acerqué para comprarle patatas fritas -él
sabía con qué cantidad de sal me gustan- y me encontré con que la tienda
tenía la persiana echada. Y sobre la persiana, un cartelito: «Cerrado por el
fallecimiento de José Quiroga López». Entré en la farmacia de al lado. -¿Es Pepe el que ha muerto? -Sí, el pobre. Una pancreatitis. Me quedé hecho polvo. Pepe. ¿Y por qué él? Karol Wojtyla
no formaba parte de mi vida. Rainiero de Mónaco, aún menos (o igual, no sé).
Pero José Quiroga López -Pepe, el de los frutos secos-, sí. Lo que más
lamento en no haberle dicho nunca que me parecía un tipo estupendo. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 9 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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Precampaña sin campaña |
JAVIER ORTIZ Todo lo que cada candidatura tiene que decir está ya dicho desde hace meses, si es que no años. Y lo que éste o el otro no quiere decir -porque cree que no le conviene, o porque espera a conocer los resultados electorales para ver por dónde tira- no lo va decir ahora. Al debate de ETB me remito: no hubo manera de que Patxi López soltara prenda sobre sus planes futuros de alianzas ni hubo modo humano de que Ibarretxe explicitara en qué medida está dispuesto a replantearse los términos de su famoso plan y en qué medida no. Se hace tanto trabajo hoy en día en las precampañas que
las campañas propiamente dichas se quedan vacías de contenido. Los partidos
prefieren las precampañas por muchas razones: están sujetas a menos
restricciones legales, dan más tiempo para que calen sus discursos (tal como
dicen los campesinos, agua de lluvia no quita riego), resultan más baratas...
Además, la experiencia ha demostrado que los acelerones electorales de última
hora son muy peligrosos: pueden provocar el patinazo. Que se lo pregunten si
no a Mayor Oreja, que lanzó tal ataque en tromba en los últimos días de la
campaña de 2001 que logró justo lo contrario de lo que pretendía: consiguió
que se movilizara como nunca el electorado nacionalista, al que logró
atemorizar. Sabedores de ello, los candidatos prefieren atenerse fielmente al
guión planificado. O sea, que se repiten más que la morcilla. Por supuesto que durante las campañas pueden producirse
sucesos imprevistos de importancia mayor. Si lo sabrá Aznar. Pero lo
imprevisto no se puede planificar, por definición. Llegado el caso, cada cual
improvisa lo mejor que sabe. Cuando sabe. En el caso de las vecinas elecciones autonómicas vascas
existen varias incógnitas. Una es el comportamiento que tendrá el electorado
abertzale radical: en qué medida optará por abstenerse y en qué proporción
decidirá votar (y, en tal caso, a qué listas). Otra, qué efecto tendrá en la
distribución de escaños la menor afluencia a las urnas, que parece
inevitable. Pero ninguna de esas incógnitas, precisamente porque lo son,
alterará los mensajes electorales de las diferentes candidaturas. Quiero decir con todo esto que, bien mirado, podría
votarse el próximo domingo y un rollo menos que nos tocaba aguantar. Con una semana de campaña basta y sobra. Que ya están de
por sí bastante plastas los noticiarios. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 6 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
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Por sus hechos los conoceréis |
JAVIER ORTIZ Los católicos deben asumir que los no católicos examinemos la personalidad de Karol Wojtyla desde una perspectiva desprovista de la menor dimensión trascendente: para nosotros, con toda la razón (o con toda la Razón, con mayúscula), se trata del dirigente mortal de una congregación humana, cuyas acciones evaluamos con criterios éticos y políticos estrictamente terrenales. Fijada esta premisa elemental, ¿qué balance cabe hacer
del largo ejercicio de Wojtyla como jefe del Estado vaticano y de la Iglesia
católica? Apuesto cualquier cosa a que las páginas de cientos de
periódicos de todo el mundo incluirán hoy artículos editoriales que se
referirán a la trayectoria del Papa polaco con idéntico criterio: figura controvertida,
lo positivo y lo negativo, personaje de difícil clasificación, luces y
sombras... Y que, cuando entren en materia, dirán que las luces hay que
ponerlas en su honda preocupación social y su lucha por la paz, mientras las
sombras recaen sobre sus posiciones retrógradas en materia de costumbres,
familia, sexo, etcétera. Harán trampa. Un balance correcto requiere el uso de
magnitudes comparables. La supuesta «honda preocupación social» y la tan mentada
«lucha por la paz» de Karol Wojtyla no ha traspasado jamás la frontera de las
proclamas y los discursos. En la práctica, ha mantenido siempre excelentes
relaciones con los alimentadores del becerro de oro, lo mismo que con los señores de la guerra del mundo entero.
Nunca rompió relaciones con ninguno de ellos. Para juzgar su preocupación por
la pobreza, me basta con constatar que ni se le ocurrió la posibilidad de
poner en venta así fuera una pequeña parte de las inmensas riquezas que posee
la Iglesia católica -en terrenos, en edificios, en obras de arte- para dar
con ello algún socorro a los parias del orbe entero. En cambio, las batallas que ha encabezado contra el
control de la natalidad, contra el uso de profilácticos en las relaciones
sexuales, contra la igualdad de derechos de las mujeres (dentro de su propia
Iglesia, para empezar), contra el derecho al aborto, contra el divorcio,
contra los avances de la genética con fines terapéuticos... y un largo
etcétera, han sido reales y muy reales, materiales y muy materiales, y han
tenido graves consecuencias para millones de personas a lo largo y lo ancho
del mundo. No lo digo yo, ni la sentencia es mía: «Por sus hechos
los conoceréis.» Es copia de la columna publicada en El Mundo el 2 de abril de 2005 Para volver a la página de inicio, pincha aquí |
Columnas publicadas con
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