Diario de un
resentido social
Semana del 18 al 24 de
marzo de 2002
Todavía no me he encontrado un solo político profesional que no se declare ferviente partidario de «la sociedad civil». Desde la derecha presuntamente poscavernícola a la izquierda más o menos institucionalizada, todos (y todas) son miembros del club de fans de la «sociedad civil». ¡Uauh, qué guay, la «sociedad civil»! Todos quieren «más sociedad civil».
Ya sólo falta saber qué es eso.
Porque me da que cada cual mete en danza a la «sociedad civil» para lo que le da la gana.
Los políticos de la rama oficial se refieren a la cosa –a la cosa pública, en concreto-- como si funcionara por vasos comunicantes, de modo que, cuanta más «sociedad civil» haya, menos baza habrá de meter el Estado. (El Estado malo, se entiende; o sea, el asistencial. El otro Estado, el del Ejército, la Policía y demás, nadie lo discute: ése va por la vida de dato fijo e inmutable, por definición).
De modo que, en el lenguaje de este personal, «sociedad civil» es el nombre que hay que reservar para la gente que se mete a cubrir las carencias del Estado sin torcer el gesto, sea porque tiene una irrefrenable vocación de panoli, sea porque con esa excusa se pilla una subvención que le permite vivir del cuento.
Luego están los otros políticos, los que se pretenden socializantes. Estos suelen apelar a la «sociedad civil» para referirse a esos líos en los que se meten los ciudadanos cuando se ponen a organizarse porque sí, sin que nadie se lo mande. Líos culturales, recreativos, comunitarios... en fin, rollos de ésos, que normalmente se concretan en la convocatoria de reuniones y más reuniones, algunas de las cuales –porque nada es absolutamente inimpeorable-- acaban realizándose.
Los políticos socializantes dan por hecho que ésa es una gran cosa, porque «expresa la espontánea creatividad de la ciudadanía».
Tócate las narices.
Supongo que la culpa la tendrá Rousseau.
La verdad es que, cuando se pone en marcha «la espontánea creatividad de la ciudadanía», lo que monta la mayor parte de las veces son chirigotas de Carnaval o, alternativamente, Hermandades y Cofradías de Semana Santa, que son fruto de los mismos que hacen lo mismo, sólo que con diferentes disfraces. Porque la ciudadanía que muestra una espontánea creatividad tiene una irrefrenable tendencia a congregar siempre a pedorros con vocación de animadores culturales que, cuando no están ocupados haciendo listas electorales, se meten en cualquier otra fruslería, más que nada para no tener que ir a casa y dar la cena a los críos.
=
Os voy a ser sincero. Yo había empezado a escribir esto con la intención de meterme con esa cosa tan de la «sociedad civil» española que consiste en poner en libertad a un preso con motivo de la Semana Santa, lo cual me parece una mezcla caótica de religión civil y de Estado incivil. Pero el caso es que me he liado, por culpa de mi permanente cabreo de amplio espectro... y ahora ya no tengo tiempo de volverme atrás y rehacer lo escrito, porque se me ha hecho tarde y tengo un montón de tareas en mi diaria lista de espera.
Así que dejadme que cambie de tercio a escape: estoy en Las Palmas, ha asomado el sol y la vida está ahí fuera, sonriéndome. Lo mismo cruzo los escasos cien metros que me separan del mar y empiezo el día dándome un baño.
Un baño civil, por supuesto.
(23-III-2002)
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Todo el mundo está de acuerdo: ETA mató anteayer al concejal oriotarra Juan Priede para condicionar el Congreso Extraordinario que el PSE va a celebrar este fin de semana.
Es cierto que no hay coincidencia en la identificación de los objetivos perseguidos por la organización terrorista. Según algunos, estaría tratando de provocar una reacción visceral de los militantes y dirigentes socialistas vascos que reforzara las posiciones más hostiles al nacionalismo y enmudeciera a los partidarios de distanciarse de la política del PP. Otros, por el contrario, pretenden que lo que ETA busca es acoquinar a los socialistas para que se decidan a pastelear con el PNV.
Sea como sea, y al margen del mayor o menor fundamento que puedan tener estas o aquellas interpretaciones, vale la pena retener el punto en el que hay unanimidad. Me refiero a la consideración de que ETA ha matado para alterar la marcha que estaba siguiendo el proceso de reflexión política de los socialistas vascos. Para desviarlo del cauce por el que estaba marchando por sí mismo.
Porque, habiendo acuerdo sobre eso, hay una conclusión que –creo yo– cae por su propio peso: la respuesta más contundente que el PSE puede dar a ETA pasa por no permitir que el crimen de Orio altere ni los plazos ni el tenor de su debate interno.
Es una consideración que a menudo se desdeña. Cosa muy lamentable, porque reviste la mayor importancia.
Hay quien cree que lo que más daño le hace a ETA es que se produzcan montones de minutos de silencio, que se llenen las plazas de velas encendidas, que se levanten al cielo miles y miles de manos blancas, que se voten en todas partes quintales y toneladas de mociones de condena en su contra. Craso error. Hace años que ETA ha renunciado a gozar del favor de la opinión pública. Ya sabe que se ha ganado a pulso el odio de la mayoría. No sólo no le molestan las repulsas, sino que las busca. Lo que quiere es condicionar el orden del día. El de todos. El de la sociedad, en general, y de la llamada clase política, en particular. Lo que quiere es imponer giros dramáticos, trastocar las alianzas de los partidos, forzar la adopción de nuevas leyes prohibicionistas, sembrar el odio entre los pueblos... Quebrar, en suma, cualquier amago de normalidad.
ETA entrará definitivamente en barrena el día en que su labor asesina produzca tanto rechazo moral como desdén político. Cuando no permitamos que nos imponga lo que tenemos que hacer. Ni siquiera por la vía negativa.
(23-III-2002)
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Finalmente ha resultado que se llamaba Juan Priede Pérez, que era concejal en Orio y que lo mataron ayer a las 14:20.
Era lo único que me faltaba por saber.
Con el resto ya contaba.
Daba por hecho que ETA iba a asesinar a un cargo del PSE –al que le resultara más accesible– y que trataría de hacerlo antes del encuentro que los socialistas vascos tienen previsto celebrar este fin de semana.
Se lo dije el otro día a Gervasio Guzmán:
–Si yo fuera concejal del PSOE, pediría una baja por depresión y me iría lo más lejos posible. Sin dejar rastro.
Gervasio, que no está muy puesto en asuntos vascos, se quedó sorprendido.
–¿Y qué te hace pensar que van a matar a un socialista vasco? –me preguntó.
–Todo –le respondí–. Absolutamente todo.
ETA es consciente de que buena parte del PSE se está replanteando la política que su partido ha seguido en los últimos años a la sombra del PP.
Sabe que bastantes dirigentes del socialismo vasco sostienen que la defensa sin matices de esa política les ha acarreando una peligrosa pérdida de identidad, lo que tuvo serios efectos en las pasadas elecciones autonómicas y puede tenerlos aún más severos en los próximos comicios municipales.
ETA tampoco ignora que, coherente con ese diagnóstico, hay una corriente dentro del PSE que quiere que su partido vuelva a hacer un cierto papel de bisagra entre el PP y el nacionalismo moderado.
En fin, ETA tiene oído que la conferencia socialista de este fin de semana podría servir para potenciar esa corriente.
De modo que tenía que tratar de impedir ese giro a cualquier precio. O, mejor dicho, al precio de siempre: el de la vida ajena. Porque, si ese cambio se produjera, se abriría un panorama cuya mera invocación le produce pavor. Así que mata socialistas. Para provocar en su base militante una reacción visceral.
A decir verdad, tampoco está tan claro que salga ganando nada con ello. ¿Piensa que le beneficia que el PSE se alinee con el PP a capa y espada? ¿Por qué? ¿Y qué más da, a sus efectos? ¿Cree que el PNV le va a marcar menos distancias por ello? Va buena.
ETA vive atrapada en sus tópicos. Se cree su propia retórica.
Todos sus pasos acaban resultando perfectamente predecibles.
Su lógica es totalmente transparente. Pero vacua. Tiene la transparencia del vacío.
(22-III-2002)
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Una de las cosas que más me gusta de mi actual trabajo es que está en Tres Cantos.
Tres Cantos es un pueblo nacido ex nihilo en los últimos 25 años. Fui testigo de su aparición. Vivía yo por entonces en Colmenar Viejo, uno de los escasos pueblos históricos de la provincia de Madrid, y veía todas las mañanas los lentos progresos de su construcción, según me dirigía en coche hacia la capital. Los colmenareños, a cuyo término municipal pertenecía el invento, lo llamaban «Lepe». Consideraban que hacía falta ser tonto de remate para comprar una casa en medio de un descampado carente del menor aliciente paisajístico, fuera de la lejana visión de las cumbres de La Pedriza. Al principio aquello resultaba, en efecto, tirando a desolador: bloques de casas sin apenas ningún servicio, calles mal asfaltadas... Recuerdo que una vez escribí un artículo en el que comparaba las calles del municipio emergente con el escenario de las Campanadas a medianoche de Orson Wells. Es verdad que daba hasta miedo.
Ahora Tres Cantos en una ciudad populosa, alegre y bien pertrechada. Hay bofetadas por vivir allí. Quienes compraron los primeros pisos han visto cómo su precio se multiplicaba por tres, y hasta por cuatro. Se han ampliado los accesos por carretera, hay un moderno tren de cercanías y varias líneas de autobuses hacen el recorrido hasta la Plaza de Castilla en menos de media hora, lo cual, tratándose de Madrid, es como para darse con un canto –o con tres– en los dientes.
En algo no ha cambiado. Como todos los pequeños municipios de esa zona, Tres Cantos vive en la vecindad de varios cuarteles del Ejército, que albergan un buen puñado de unidades acorazadas.
También eso lo agradezco. Me gusta, según vuelvo para la gran ciudad, toparme con las largas hileras de tanques que salen de maniobras. Son tanques vetustos, cuyos motores lanzan al aire grandes bocanadas de humo negro. Supongo que no tendrían gran cosa que hacer en una guerra moderna, pero estorban lo suyo. Y podrían dar un excelente resultado, con toda probabilidad, si fueran utilizados para la función que mejor ha cumplido el Ejército español a lo largo de toda su Historia: masacrar al pueblo.
En medio de
la gran autopista de tres y hasta cuatro carriles en cada dirección, en la
bruma del atardecer primaveral madrileño, bajo ese sol rojizo, tan hermoso, de los
anocheceres de la capital, ya de lleno en el siglo XXI, esos tanques
renqueantes, con su tropa de atrezzo a lo Berlanga, me ayudan a
recuperar la memoria y a no olvidar que seguimos... en España.
(21-III-2002)
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Por fin alguien se ha atrevido y nos ha desenmascarado. Ya era hora.
La audaz proclama corrió a cargo del jefe del Gobierno español, José María Aznar, que se subió el pasado lunes a la tribuna del Congreso de los Diputados para desvelar urbi et orbi la verdadera faz de cuantos nos oponemos a la globalización neoliberal. De todos, en general, y, más específicamente, de los cientos de miles que se congregaron el pasado sábado en las calles de Barcelona: no somos más que una gran masa reaccionaria. Eso es lo que somos.
Resulta extraordinario lo mucho que Aznar ha aprendido desde que es presidente. En todos los terrenos. Incluso ha aprendido cómo se ejerce de oposición, y hasta da lecciones al PSOE de cómo debería comportarse para hacerlo bien. ¡Él, que se las vio y se las deseó cuando tuvo que encabezar la oposición, y acabó poniendo lo esencial de la tarea en manos de la Prensa!
Ah, aquellos viejos tiempos en los que se defendía como podía de la acusación de reaccionario. Ahora ya no: sabe que los reaccionarios somos los demás, y él, el progresista. Porque el progreso está de su lado. La Historia avanza de su mano.
Lo que pasa es que muchos seguimos aún anclados en una vieja concepción del progresismo. Creemos, por ejemplo, que debemos oponernos a que se ahonde el abismo en el que vive la mayoría desheredada del planeta, en tanto las minorías privilegiadas de Occidente se enriquecen más y más. Qué superficiales: no comprendemos que ése es el precio del progreso. ¿Cómo no nos damos cuenta de que, para que los ricos puedan repartir más, tiene que empezar por ganar más? En eso consiste el progreso: en quitar de enmedio los obstáculos que frenan el desarrollo de la riqueza. De la riqueza de los ricos, por supuesto: ¿o somos tan cortitos que no nos damos cuenta de que los pobres no podrían hacerse ricos sin perder ipso facto su esencia?
No acertamos a captar la sutileza del nuevo progresismo. No apreciamos el progreso que han aportado las grandes compañías españolas en Argentina. No sabemos ver el desenfadado progresismo del amigo Berlusconi, cuyo ministro Bossi ha declarado que lo mejor que se puede hacer con el barco cargado de inmigrantes que llegó anteayer a Sicilia es «llevarlo lejos y hundirlo con cuatro cañonazos, para dar ejemplo». Somos insensibles al progresismo del vicepresidente norteamericano, Richard Cheney, que ha puesto en marcha un innovador sentido de la equidad en Oriente Medio, entrevistándose con Ariel Sharon y declarando que no hablará con Arafat mientras éste contemporice con la violencia (palestina, se entiende).
Jopé, qué reaccionarios somos. Como diría Rajoy: además de reaccionarios, tontos.
(20-III-2002)
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Como muchos otros, yo también he rastreado dos líneas de argumentación con respecto a los actos de protesta antiglobalizadora que han tenido lugar el pasado fin de semana en Barcelona.
En primer lugar, he reflexionado sobre el hecho, nada casual, de que el Estado se dedique a disfrazar de jóvenes airados a algunos de sus agentes para que se pongan a tirar piedras, a romper escaparates y a hacer como que hostigan a sus compañeros de uniforme, proporcionándoles con ello la coartada formal que necesitan para zurrar la badana a todo quisque y detener a mansalva.
En este caso el silogismo resulta de cajón: si los paladines del Nuevo Orden desean que haya incidentes es porque entienden que eso les beneficia. Y, si eso les beneficia, el que fomenta la gresca les hace el juego.
Vale.
Segunda reflexión: la gran manifestación congrega a cientos de miles de personas que, en su aplastante mayoría, desfilan muy ordenada y pacíficamente. ¿Balance que hacen de ello los mandamases de la UE y sus acólitos mediáticos? Que fue una fiesta muy linda... y a otra cosa, mariposa. Ninguna reacción defensiva, ningún sofoco: se han quedado tan anchos. No reaccionaron igual en Seattle, ni en Viena, ni en Génova: los follones que se produjeron durante esas cumbres les dejaron atónitos, desconcertados, sin saber dónde meterse. Lo cual parece autorizar un razonamiento opuesto al anterior. En resumidas cuentas, podría formularse así: si el perro ladra, pero no muerde, los cacos se mofan y hacen su agosto. Ergo hay que morder.
Los hay que se quedan con la primera reflexión y cierran los ojos a la segunda. Otros hacen lo contrario.
Se equivocan. Los unos y los
otros. Porque las dos cosas son verdad y las dos deben ser tenidas en cuenta.
Hay que reflexionar a fondo para
encontrar el modo de escapar de las dos trampas. Para impedir tanto que la
protesta se convierta en batalla campal y ahuyente a la mayoría como que
resulte tan inofensiva y light que pueda ser dejada a puro beneficio de
inventario político y mediático.
Tengo el convencimiento de que,
en esto como en casi todo, la clave está en acotar los términos exactos del
problema. Hemos de determinar qué tipo de acción es la que hace falta.
Una vez que sepamos qué
buscamos, no me cabe duda de que lo encontraremos.
(19-III-2002)
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¡Oh, qué bonito fue
todo!
Barcelona fue modélica; los manifestantes, muchísimos, muy educados y muy corteses, y los incidentes, mínimos.
El Gobierno de Aznar ya no se acuerda de sus predicciones agoreras. Canta loas a lo bien que estuvo cada cual en su sitio: los mandamases de la UE, reuniéndose para estudiar cómo hacer que sus decisiones sean cada vez más irreversibles, y los manifestantes, desfilando por la calle para que las cámaras retrataran lo bien organizados que estaban.
Peroran sobre lo multitudinaria que fue la gran manifestación de Barcelona igual que podrían hablar sobre la gran afluencia de público que viven las Fallas o de lo concurrida que puede estar la Semana Santa sevillana: como si se tratara de un fenómeno folclórico, de una atracción turística... o de un acto más del programa de festejos de la Cumbre. Ni el más mínimo intento de reflexionar en voz alta sobre la repulsa que suscita su política en amplísimos sectores de la población.
Como no saben qué decir de eso, no dicen nada. Lo citan como si de una circunstancia objetiva se tratara: era por la tarde, no llovió y se reunieron 300.000, tal vez 500.000 manifestantes.
Como si fueran cosas que
ocurren. Sin más.
(18-III-2002)
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