Nuestros próceres están que no caben en sí de gozo: han aprobado una Ley que castigará la apología del racismo y de la xenofobia. Se deben de sentir la mar de progres.
Me parece un error. Otro más.
Llevo treinta años de lucha activa contra el racismo y la xenofobia. Me repugnan las discriminaciones por razón de raza, nacionalidad, opción sexual, ideología o creencias. Me producen sarpullido. Me he declarado judío, sudaca, islámico, catalán, protestante, gitano y gay en montones de ocasiones nada más que para chinchar a quienes se metían con quienes integran esos colectivos. Pero, pese a eso -o más bien precisamente por eso-, estoy en contra de que se penalice la difusión de opiniones racistas o xenófobas. Estoy en contra, por principio, de que la Ley persiga la expresión de cualquier tipo de ideas, por asco que me den. Creo que todo el mundo debe ser libre de decir lo que piensa.
Nos están liando miserablemente. Las ideas racistas y xenófobas deben ser combatidas, sin duda. Pero no mediante la represión. La represión, lejos de enmendar las ideas erróneas, las enquista y refuerza. Si a alguien se le prohíbe hablar, sólo puede concluir una cosa: que su rival tiene miedo. Las ideas socialmente dañinas hay que combatirlas en su propio terreno: en el de las ideas, desvelando su lado pernicioso, evidenciando su falta de base racional, logrando su repudio social.
No se protege la democracia vedando que la ciudadanía oiga o lea los despropósitos de los racistas y los xenófobos: lo que hace falta es que la inmensa mayoría se dé cuenta de que son despropósitos.
La Ley no debe prohibir que se expresen unas u otras ideas, sean del tipo que sean. En primer lugar, porque es contraproducente. Y, en segundo término, porque resulta absurdo: supone discriminar a alguien en razón de su ideología para evitar que él pueda defender discriminaciones... como ésa a la que se le somete. Lo que la Ley debe sancionar no son las ideas, sino los actos: las agresiones, las vejaciones, las persecuciones y las desigualdades nuestras de cada día.
España está sufriendo un ataque agudo de prohibicionitis. No hay día en el que alguien no reclame que se dicte alguna ley contra algo. Es como si se pretendiera resolver a golpe de leyes todos los males que no se consigue superar -si es que se intenta- en el terreno de las relaciones sociales prácticas.
En algunos es pura estupidez. En otros, también coartada. «¿Cómo pueden reprocharme que no hago nada contra esto o lo otro? -se defienden-. ¡Pero si promoví una ley que lo prohibía!». Y a correr.
A otro perro con ese hueso. A mí no me dan el pego con esta ley presuntamente contraria al racismo y la xenofobia. Recuerdo perfectamente que ése es el mismo Parlamento que aprobó la Ley de Extranjería. Hipócritas.
Javier Ortiz. El Mundo (29 de abril de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de mayo de 2011.
Comentarios
Escrito por: Samuel.2011/05/18 12:53:5.135000 GMT+2
www.javierortiz.net/voz/samuel
Escrito por: Sergio.2011/05/18 13:22:21.038000 GMT+2