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2020/04/01 08:15:00 GMT+2

Javier Ortiz: radical libre

Ahora que se va a cumplir el primer aniversario de la publicación del libro «Javier Ortiz, talento y oficio de un periodista», creemos que ha llegado el momento de poner por aquí los perfiles de Javier escritos por Garbiñe Biurrun, David Fernàndez e Isaac Rosa. Ahí va el primero.

Eskerrik asko, Garbiñe.

Garbiñe Biurrun Mancisidor

Escribo sobre Javier Ortiz. En 2019, cuando se van a cumplir diez años del 28 de abril de 2009. Diez años, una medida del tiempo... Esa dimensión inabarcable y, sobre todo, engañosa y traicionera, a la que, sin embargo, obedecemos a pies juntillas. Diez años que parecen obligarnos a pensar en él como si hubiera desaparecido. Pero, ¿quién puede afirmar esto? ¿Ortiz, desaparecido? ¡Venga ya! Si lo lees y lo percibes aquí mismo, escribiendo sobre lo de hoy y lo de mañana, como lo ha hecho siempre, reflexionando sin pensar en el tiempo, sin estar al hecho concreto, del que solo se sirve para poner su dedo en la llaga, pero con proyección eterna, al menos en mi dimensión. Leer a Javier es leer sobre lo que hoy nos preocupa y mañana va a ocuparnos, sobre nuestro permanente presente.

Un presente sostenido, como mi amistad con él. De hecho, podría decir, como lo siento, que es un amigo de siempre, un buen amigo de toda la vida. Si no fuera porque el tiempo traidor me revela que objetivamente no es así. Pero el tiempo no sabe lo que es la vida ni lo que es un amigo y lo cierto es que Javier es ese amigo que está ahí, sin saber cómo, pero cuya presencia has necesitado siempre.

He tratado de repasar cuándo lo conocí, pero no es fácil; me parece imposible fijar un momento concreto porque un amigo se incorpora a tu vida y pertenece a ella y la vida es una y no se trocea. Pero he de reconocer que no conozco de siempre a Javier, ni siquiera desde hace largo tiempo.

Tengo que matizar. Conocía lo que Javier escribía en su columna de El Mundo, pero ni lo seguía con mucha asiduidad ni conocía su blog. Para mí era un periodista de izquierdas, de las personas que se dedican a ponernos frente a la realidad sin paliativos. Esto me gustaba de él, pero sin más alcance.

No puedo recordar exactamente qué día lo conocí personalmente, pero fue sin duda en junio de 2006; nada más puedo concretar, salvo que, sin duda, era martes; un buen martes. Fue en el programa Pásalo, de ETB2 (Euskal Telebista), en cuya tertulia Javier ya venía colaborando y al que yo me incorporé. Fue un buen encuentro, comenzamos a coincidir en muchas ideas y, sin darme cuenta, como pasan las cosas buenas, se convirtió en ese buen amigo de toda la vida. Un amigo con el que comer o tomar un café; un amigo al que escribir y comentar las desazones, dudas, miedos e ilusiones; un amigo que nunca te dice lo que querrías escuchar, alguien a que pedir un consejo que nunca me negó y cuyo criterio sigo teniendo muy en cuenta.

No descubro nada si digo que Javier es un sentimental, un cascarrabias - él mismo se tacha de "borde" en uno de sus escritos - y un tierno. Esto me llamó la atención inmediatamente y, más adelante, lo fui confirmando leyendo algunos de sus textos más íntimos, aunque públicos, como los relativos a la muerte de su madre o a cómo conoció a Charo, charlando con él y viviendo los momentos duros de la enfermedad y muerte de su hermano Josemari. Es un hombre bueno -temo su bronca por decir esto- y por ello ha dedicado su mayor atención a la Justicia, con mayúsculas, o, mejor, a la injusticia del hambre, la emigración, la prostitución, la guerra, el asesinato, la amenaza, la tortura...

Me he preguntado muchas veces, inevitablemente, qué pensaría Javier de determinados hechos. Ha sido un grave error por mi parte, porque Javier sigue pensando y escribiendo, sobre todo lo que ocurre, sobre todo lo que nos preocupa. Releer sus textos ha sido como abrir periódicos de hoy e, incluso, de mañana; ni una sola de las cuestiones actuales está ausente de sus reflexiones.

Sabe Javier que la libertad de expresión es un derecho humano y, al mismo tiempo, una obligación ciudadana y profesional que cuesta demasiado esfuerzo y exige un tremendo sacrificio y que, por tanto, en todo tiempo y lugar pende de un hilo. Y hoy vivimos tiempos nefastos, en los que cada día es más difícil mantener un pensamiento libre y expresarlo, tiempos que en 2009 yo no habría imaginado, pero sí Javier. Tiempos en los que pensar y escribir con honestidad o manifestarse satíricamente son un ejercicio de alto riesgo, en los que incluso el humor es perseguido, en los que muchas voces acaban entre rejas.

Javier lo sabe bien, porque es el periodismo vivo; lo digo yo que no soy periodista ni lo pretendo ni conozco el periodismo más que como consumidora interesada. Lo digo porque él lo ha escrito así, cuando describe el periodismo que quiere y el que rechaza, refiriéndose a lo que llama el "quehacer periodístico", desde su pasión por el "periodismo diario", apostando por ese periodismo enganchado, honesto, con complejas relaciones con el poder - está claro que, en su caso, así ha sido -, en las antípodas del cáncer del periodismo funcionarial - yo, que soy funcionaria, me enfadé con esto, la verdad -. Un periodismo tan vivo y tan diario, tan enganchado que, según el propio Javier dificulta extremadamente mantener relaciones de amistad o amor, en regla que, en su caso, no se cumple.

Javier es la decencia en el debate. Así lo hemos vivido. De un lado, él mismo aportaba distintos puntos de vista sobre las cuestiones que abordaba, en un ejercicio dialéctico sin trampas. Con una honestidad que se aprecia nítidamente cuando, en una de las múltiples ocasiones en que se manifiesta sobre la libertad de expresión, lanza su inquietud de que se silencien opiniones incluso de las que se discrepa sustancialmente, pues, según siente, la censura del Estado alcanza no solo a quien es directamente censurado, sino también al resto, pues le obliga a callar, por elemental honestidad al no ser capaz de discutir con quien no puede contestarle. Y, cómo no, admite todas las caricaturas sin sangre porque todo es aceptable, incluso, por supuesto, que quien es objeto de la caricatura responda para hacer realidad el viejo dicho oriental de "que florezcan cien flores y rivalicen cien escuelas de pensamiento".

Por eso, Javier, que se declara luchador activo contra el racismo y la xenofobia, escribe contra la penalización de la difusión de opiniones racistas o xenófobas, entendiendo que todo el mundo debe ser libre de decir lo que piensa y que estas ideas se deben combatir, pero no mediante la represión, porque no se protege la democracia impidiendo que la ciudadanía oiga o lea tales despropósitos, siendo preciso que la mayoría perciba que son, precisamente, disparates. De ahí que entienda que la ley no debe prohibir la expresión de ideas, pues es contraproducente y absurdo, ya que supone discriminar a alguien por su ideología para evitar que pueda defender discriminaciones.

Me pregunto en este sentido cómo pudo haber escrito para otras personas, cómo expresó lo que se esperaba de ellas, a través de su pluma. Porque Javier, según confiesa y desmitifica honestamente en su propio obituario, que publicó en su cumpleaños de 2007, ejerció de "negro" en momentos de particular penuria y también a veces por amistad.

Javier es también amigo de las mujeres, de las mujeres en general, sin matices, y de aquellas con las que se relacionó, expresando muchas veces su amor por las suyas y por su favorita, su hija Ane. Lo es de siempre, sin apuntarse a modas que no le interesan y rechaza vivamente. Lo es sin complacencias, mostrando su cercanía a las mujeres libres, a las que siguen luchando por su libertad y su dignidad. Y en este ejercicio de amistad se pronuncia sobre cuestiones complicadas, acerca de las que el propio movimiento feminista discrepa, como la prostitución, apoyando abiertamente la regulación de su ejercicio voluntario y constatando que más bochornoso que la venta o el alquiler del cuerpo lo es el de otras potencialidades de la persona, lo que remarca para el mundo del periodismo.

Javier sigue atento la actualidad y, por eso, ya en 1995, ante el entonces nuevo Código Penal, se atreve ya - oh, tiempos - a constatar que solamente será delito de rebelión aquel en el que los independentistas se alcen en armas para que su deseo de independencia se haga realidad, afirmando - ¿ilusamente? - que va a permitirse profesar la fe independentista, aunque otra cosa será que el Estado acepte que llegue a plasmarse en la realidad - ¿regresó del futuro? - y afirma también que, en su caso, tan delito de rebelión habría de ser alzarse en armas contra la unidad de España como para defenderla - uf..., esto en 2019, ¿cómo se digerirá? -.

Soporta mal Javier las crueles actuaciones contra la inmigración ilegal, notablemente la procedente de África, porque conoce sus razones, que sitúa en la colonización europea y el destrozo de las estructuras económicas locales y en su abandono tras su expolio, dudando radicalmente de la justicia de la ley que se viola migrando ilegalmente.

Pero Javier goza también de placeres, seguramente de muchos, como la música, que lo vincula al resto del mundo. Me siguen fascinando sus escritos sobre música, canciones, cantantes... cómo ama a Emmylou Harris - no sé si ella ya lo habrá descubierto - o cómo se emociona con algunos recuerdos musicales.

Sin embargo, hay cosas de Javier que todavía no comprendo. No he llegado a entender su deseo de jubilarse, que reiteraba con frecuencia, que me llamaba profundamente la atención y lo discutía con él. No sé cómo podía estar dispuesto a dejar de escribir profesionalmente cuando llegara el 24 de enero de 2013, aunque él lo explica bien: seguir escribiendo, sin prisas, disfrutando de Aigües, gozando del esfuerzo de su vida. Sigo sin entenderlo, pero da igual. A lo mejor quería asegurar que seguía por aquí ese 24 de enero de 2013 y que no había marchado a Jamaica. O, a lo mejor, quería asegurarse de poder ejercer el periodismo desde la definitiva libertad. ¡Quién sabe!

Puede ser también que buscara salir de su exilio interior, del que también habla en ocasiones, de ese alejamiento necesario para sobrevivir y mantenerse fiel a sí mismo hasta el final. Regresar del exilio para pertenecer abiertamente solo a su mundo, a ese mundo que le permitiera seguir cumpliendo la máxima de su vida, la que Jorge Oteiza le dijo cuando, según sus propias palabras, era solo un "crío rabioso", aquello de que "Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda".

Y no la ha malogrado, desde luego que no. Ha expresado su asco, hastío, cansancio, pérdida de fuerzas, miedo..., pero también su indignación y su rabia; ha manifestado sentimientos aparentemente contradictorios, con poca fe en la posibilidad de transformar radicalmente el mundo, pero con la abierta intención de ser fiel a sus convicciones, entre ellas, la de que hay que seguir intentándolo.

Javier es libertad y radicalidad y por eso ha soñado con Jamaica, esa tierra donde todo estaría por hacer, donde todo sería aún posible y el futuro existiría, donde el tiempo apenas contaría. Dice Javier que es probable que no vea nunca Jamaica, que le vale por ser quimera, el espacio del no-aquí en el que podríamos ser otros. Él sabe que no es cierto, sabe que Jamaica existe porque ha trabajado y sigue trabajando por ello toda su vida y yo sé que Jamaica está en Javier y en la gente como él, que sueña lo mismo que él y que es mucha.

Releyendo sus escritos, sigo pensando que Javier Ortiz es cada día más necesario y que, para nuestra fortuna, cada vez escribe mejor.

Escrito por: iturri.2020/04/01 08:15:00 GMT+2
Etiquetas: garbiñe_biurrun foca_ediciones jorperiodista jor libro | Permalink | Comentarios (3) | Referencias (0)

Comentarios

Aún doy un respingo cuando veo que hay una nueva publicación aqui.

¡Muchas gracias!

Escrito por: MB.2020/04/02 08:57:49.956830 GMT+2

Por supuesto, Garbiñe, que Javier Ortiz es necesario, como también lo es Rafael Chirbes.

Gracias por estas palabras, que me ayudan a conocer a Javier.

Un saludo

Escrito por: José.2020/04/02 17:58:13.807692 GMT+2

Muchas gracias por los comentarios a MB y a José.

Escrito por: iturri.2020/04/07 17:06:29.144792 GMT+2

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