Columnas
de Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de septiembre de 2005
[Se incluyen en orden inverso al de su publicación.
Para fechas anteriores, ve al final de esta página]
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El lío de la Constitución |
JAVIER ORTIZ Es un argumento que vuelve cada tanto a nuestra actualidad política: «Eso no cabe ni plantearlo -se objeta a tal o cual propuesta o iniciativa- porque es anticonstitucional». Desde criterios de pura lógica, el argumento tiene una
respuesta obvia: «Díganme que lo que propongo se opone al interés general, y
arguméntenmelo. Porque, en caso contrario, si admiten que lo que estoy
reclamando es justo y bueno, el problema no estará en mi propuesta, sino en
la Constitución». Nos hemos acostumbrado a considerar el texto de la
Constitución de 1978 como un dato fijo, sólo retocable en aspectos laterales,
si es que no anecdóticos. Sin embargo, el hecho es que aquel documento fue
acordado en unas condiciones de excepcionalidad histórica que lo lastraron, y
mucho, en materias de la mayor importancia. Me refiero muy especialmente al
peligro de golpe de Estado militar, al que por entonces se aludía con toda
suerte de eufemismos («el riesgo involucionista», «el ruido de sables», «los
poderes fácticos», etcétera). En razón de ese peligro, los principales
partidos de entonces llegaron a admitir que algún artículo clave de la
Constitución, como el que alude a las Fuerzas Armadas en tanto que garantes
de la unidad de España, llegara a las Cortes ya redactado y sin posibilidad de
discusión. Esa misma razón justificó que se optara por un sistema de
organización territorial del Estado que, a fuerza de pretender contentar
tanto a centralistas como a federalistas, superpuso criterios de los unos y
los otros y dio pie a demasiadas duplicidades políticas y administrativas, lo
que ha resultado a la postre tan confuso como caro. Quizá ya no valga la pena discutir si las cosas hubieran
podido hacerse de otro modo, pero considero perfectamente planteable que,
disipadas del horizonte las amenazas golpistas, hayamos llegado al momento de
revisar tranquilamente aquellos aspectos de la Constitución que más problemas
han causado y siguen causando. El del sistema de organización territorial del
Estado muy en especial. Planteo la posibilidad y, acto seguido, me la objeto yo
mismo: la propia Constitución estableció unas condiciones tan duras para su
reforma que bien podría decirse que blindó sus errores. Para adaptarla a
nuestra realidad haría falta que prácticamente todo el mundo estuviera de acuerdo.
Y eso, en un lugar de la Tierra donde basta que algunos digan algo para que
otros sostengan de inmediato lo contrario, parece algo más que improbable. ¿Y entonces? ¿Qué solución tiene esto? No sé. Para mí
que, sencillamente, no tiene solución. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 29 de septiembre de 2005 Para
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A por la traca final |
JAVIER ORTIZ -¿Te has enterado de lo de la bomba de Ávila? -Sí -le respondí. -¿Y cómo lo interpretas? -¡Caramba, Gervasio! Ya lo sabes. ETA intenta que el
personal no se olvide de que existe. -Pero ¿para qué? Estuve a punto de decirle que ya se lo he explicado
«cienes y cienes de veces», como decía la canción de ese cantante de protesta
que tanto promocionan ahora todas las multinacionales. Pero me dejé vencer
una vez más por mi vena didáctica. -Gervasio: ETA quiere negociar, y quiere sacar algo de
la negociación. Se da cuenta de que, si no demuestra de vez en cuando que
tiene capacidad de seguir dañando, y mucho, el Gobierno puede concluir que no
vale la pena concederle nada. Y, en consecuencia, no concederle nada. El bueno de Gervasio decidió ponerse sarcástico: -¿Estás tratando de decirme que ETA pone bombas para
demostrar que quiere dejar de poner bombas? Hube de responder a sus fuegos de artificio con tracas
del mismo género. -Nadie se plantea si tiene que negociar con los
secuestradores de un avión hasta que se produce el secuestro de un avión. Con lo cual cambió de tercio. -Así que está habiendo negociación, ¿verdad? Consiguió aburrirme del todo. Hay toneladas de gente discutiendo sobre esa bobada.
¿Hay negociación, no hay negociación? Lo avanzo de antemano: saber, lo que se
dice saber, no sé nada. Me han contado muchas cosas, pero yo no las he visto,
de modo que no puedo asegurar si responden a la realidad, ni cuánto, ni cómo.
Lo que si sé, porque es un dato fijo de nuestra historia, es que los
gobiernos españoles, todos sin excepción, han mantenido líneas de contacto con
ETA. Así fuera, como decía en sus tiempos el ahora no muy recluso Vera, «para
tomarle la temperatura». ¿En qué punto los contactos dejan de ser simples
contactos para convertirse en negociaciones? ¿Cuándo los encuentros dejan de
ser encuentros en la tercera fase para pasar a la segunda fase, o a la
primera? Ni lo sé ni me importa. No creo que tengan mayor valor las etiquetas. Cuando me
expongan los resultados, si es que llega a haberlos, entonces opinaré. Y si
sirven para que no haya más muertos, avanzo ya que lo más probable es que
aplauda. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 26 de septiembre de 2005 Para
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EN LA RED |
La paz de los cementerios |
JAVIER ORTIZ Respuesta: NO Los integrantes de la
Asociación de Víctimas del Terrorismo, que es una organización particular que
lleva en sus siglas a las víctimas del terrorismo con la misma libertad que
el PSOE a los obreros -faltaría más-, pueden manifestarse en donde les
parezca oportuno, siempre que la Ley no encuentre razones suficientes para
disuadirles de ello. Ahora bien: si lo que pretenden es erigirse en voz
resurrecta de los muchos de nuestros conciudadanos que han perdido la vida
por culpa de ideas asesinas, abusan. No tienen ese derecho. La iniciativa sería siempre muy poco afortunada, pero lo
resulta mucho más precisamente en estos días, cuando estamos en vísperas del
trigésimo aniversario del aciago día en el que los gobernantes del franquismo
-entre cuyos herederos la AVT tiene tantos valedores, dicho sea nada de paso-
decidieron quitar alevosamente la vida a cinco jóvenes tras haberlos sometido
a varias parodias de juicio. ¿Convocará también la AVT manifestaciones ante sus
tumbas? ¿Lo hará también ante las de aquellos a quienes mataron los GAL?
Disculpen mi escepticismo. En nuestra más o menos reciente historia hay víctimas
mortales para todos los disgustos. De todos los bandos (muchos) y de ninguno
(bastantes). Nunca he sabido de ninguna víctima mortal que dejara escrito
quién tendría derecho a hacer política en su nombre después de que ella no
pudiera representarse en persona. Llorar, cabe llorar a todos los muertos.
Pero no usarlos como argumento, o como arma arrojadiza, para defender tal o
cual línea política concreta. O tal o cual modus vivendi. Somos muchos los que tenemos a nuestros propios muertos
clavados en la memoria. Están ahí, como heridas que no cesan de sangrar. Que
nunca cesarán de sangrar. A un chaval de mi barrio le dieron cuatro tiros por
protestar contra las penas de muerte. Otro murió en mis brazos porque un
tipejo protegido de Fraga decidió dispararle a quemarropa sin saber ni quién
era. Yo mismo llevo en mi cuerpo cicatrices que dan cuenta de un cierto
terrorismo. Porque el terrorismo, como un todo unificado, no existe. Hay
muchos terrorismos. Los ha habido, los hay y los habrá, me temo. Pero no sé
de ningún armisticio que no haya obligado a los pacificadores a tragar litros
de bilis negra. Bilis negra: melancolía,
en lengua griega. Que no les haya exigido recluir -resignar- sus rencores en
el ámbito de lo más íntimo. En la lista de sus generosidades. Los dirigentes de la AVT insisten en que no hay que
olvidar. Pero no he visto que fijen con claridad la fecha a partir de la cual
no hay que olvidar. ¿Hay que recordarlo todo? ¿Desde cuándo? ¿Desde Indíbil y
Mandonio? ¿Desde las Navas de Tolosa? ¿Desde el bombardeo de Gernika? ¿Desde
la matanza de Vitoria? ¿Debemos dejar a beneficio de inventario lo ocurrido
entre 1936 y 1975? ¿O más bien lo que debemos olvidar es lo hecho por unos
para mejor recordar con todo lujo de detalles lo perpetrado por los otros? Para mí que la cuestión de fondo no es qué debemos
olvidar, sino a quién. Debemos olvidar a quienes viven de los conflictos. A
los que no sabrían a qué dedicarse si no hubiera sangre de por medio. A los
carroñeros. Y llevar todos los años por estas fechas un ramillete de flores a
las tumbas de nuestros muertos. Cada cual a las de los suyos. Javier
Ortiz es ensayista, periodista y editor Nota.— El diario El Mundo publica todos los domingos
una página titulada En la Red en la
que dos opinantes exponen sus criterios encontrados sobre un asunto de actualidad, acerca del
cual también se definen, internet mediante,
los lectores y lectoras que quieren hacerlo (y que no votan sobre los
artículos, que no han tenido aún oportunidad de leer, sino sobre la pregunta
genérica formulada). El
texto que antecede es copia de la participación de Ortiz en esa sección el 25
de septiembre de 2005. La persona que opinó lo contrario fue Encarnación
Valenzuela, periodista de Telemadrid. Votaron
21.205 lectores del periódico, de los cuales el 55% a favor de la postura de
la AVT. Para volver
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Ojos que no ven |
JAVIER ORTIZ Hay refranes para todo. Para cada cosa y para su contrario. Siempre recuerdo a la gente refranera que «al que
madruga Dios le ayuda», pero que «no por mucho madrugar amanece más
temprano», y que «sobre gustos no hay nada escrito», pero que «hay gustos que
merecen palos». Etcétera, etcétera. En lo de los ojos que no ven también cabe un viaje de
ida y vuelta. «Ojos que no ven». Cierto. Ahí están los ojos que no ven
que en el mundo mueren de hambre no sé cuántos niños (y niñas, y adultos, y
adultas) por minuto. Y los ojos que no quieren ver que la culpa es nuestra,
porque no exigimos que haya un reparto racional de los alimentos, porque
haberlos haylos, y son suficientes para todos. Y los ojos que no ven quién fabricó, quién compró, quién
distribuyó y quién colocó por medio planeta las minas antipersonas que siguen
matando a diario por decenas, incluso cuando ya se han perdido en el olvido
las guerras que pretendieron justificarlas. Y los ojos que prefieren no reparar en que quien prohíbe
a diario a los demás hacer esto o lo otro hace eso mismo sin pestañear, cada
minuto. Bah, para qué seguir recordando esas historias, si las
sabemos de sobra. Todas. Todos. Es cierto: ojos que no ven, corazones de piedra. Pero también es verdad lo contrario. Porque ¡qué fácil
es solidarizarse con el pobre periodista chino al que no dejan hablar y se
resiste, pero qué difícil resulta respaldar al de Segovia -digo, es un decir-
que no logra que le publiquen lo del escándalo del íntimo de su jefe, y que
se juega los garbanzos insistiendo en que esa vergüenza hay que sacarla a la
luz, por razones de principio! ¡Y qué estético queda echarse las manos a la
cabeza porque vejan terriblemente a los detenidos en la Cochimbamba -y vaya
que sí lo hacen-, pero qué feo, qué inoportuno y qué desagradable resulta
constatar con pesadumbre que la tortura sigue siendo una realidad en España,
y que está probado, y que tanto los verdugos como las víctimas tienen nombre
y apellidos! Recordemos al superhéroe y superjuez Baltasar Garzón, ahora en
funciones de becario estadounidense, que fue capaz de escarbar en todos los
crímenes de las dictaduras sudamericanas, por remota que fuera su comisión
-en aquellos casos nunca se olvidó de que los crímenes contra la humanidad
jamás prescriben-, pero que se mostró incapaz, ay, de investigar ni un solo
crimen de la dictadura franquista, tan cercana ella, por claro que estuviera
y por activos que siguieran sus autores y los muchos que les sirvieron de
cómplices. Y es que están los ojos que no ven porque lo que hay que
ver les pilla muy lejos, pero también los ojos que no ven porque no miran.
Porque desvían la vista. Hay quien ignora porque no ve y quien se las da de
ignorante porque prefiere hacer como que no ha visto nada de lo que pasa. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 22 de septiembre de 2005 Para volver
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Esa coartada llamada la ONU |
JAVIER ORTIZ Es un argumento defendible -cuenta con el valor añadido de la resignación, que muchos confunden con la sensatez-, pero también resulta perfectamente objetable. Cabe argumentar, en efecto, que si la ONU se mantiene aunque sea en precario, no es por los aspectos mal que bien positivos de su labor, sino porque confiere al actual desequilibrio internacional de fuerzas una pátina de consenso asambleario muy conveniente para quienes acaban haciendo lo que les place e imponiendo su ley. El espectáculo que proporcionó el viernes en su sede
suprema, con la asistencia de tropecientos jefes de Estado y Gobierno, fue la
representación más descarnada de esa cruda realidad. Un puñado de oligarcas
se conchabaron para guisarse un manifiesto a su medida y, cuando ya lo
tuvieron cocinado, se subieron a la tribuna y lo presentaron como «documento
de consenso», sin importarles ni poco ni mucho que la mayoría de los Estados
miembros ni siquiera hubiera tenido la oportunidad de discutirlo. Anteayer pasó otro tanto cuando Bush y los suyos
defendieron la singular tesis de que algunos estados tienen derecho a contar
con energía nuclear y otros no, en razón de los vigentes tratados
internacionales sobre armamento. La representación iraní señaló que no hay
ningún tratado internacional que conceda a unos estados en exclusiva el
derecho a producir energía atómica con fines civiles y recordó que EEUU tiene
el récord en materia de incumplimiento de los acuerdos internacionales sobre
fabricación y almacenamiento de armas prohibidas. Con independencia de lo que
uno pueda pensar sobre las actuales autoridades iraníes, es obvio que en este
par de puntos les asiste toda la razón. Pero nadie les hizo ni caso. La verdad pura y dura es que Washington hace con la ONU
lo que le peta, y cuando avanza en la dirección que le viene mejor -aunque
sólo sea a efectos cosméticos-, le deja hacer, o incluso la jalea, y en
cuanto se mete en camisas de once varas, o más, la bloquea y se queda tan
ancho. No estoy seguro de que el hundimiento de la Organización
de las Naciones Unidas (que ni es organización, porque es un cachondeo, ni
agrupa naciones, porque son estados, ni están unidos, porque la división es
su máxima divisa) resultara positivo. Cualquiera sabe. De lo que no me cabe
duda es de que dejaría todo mucho más claro. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 19 de septiembre de 2005 Para
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Singular, que no plural |
JAVIER ORTIZ Tenemos a un magistrado de la Audiencia Nacional, que dice apellidarse Grande-Marlaska -aunque hay quien pone en cuestión tanto el guión como la k de su apellido-, que llama a declarar en tanto que imputado en un posible delito de pertenencia a banda armada a un dirigente sindical vasco a la vez que admite que, en realidad, no tiene fundamento real para acusarlo de nada, con lo cual lo deja en libertad sin medida cautelar alguna. Singular. Singular todo: el juez, su apellido, la
insólita convocatoria y la imputación finalmente no imputada. Pregunta elemental: si el llamado a declarar puede ser un
peligroso terrorista -y ustedes perdonen el pleonasmo-, ¿cómo dejarlo ir sin
más? Y, si no: ¿qué sentido tiene contribuir a que planee tan onerosa
sospecha sobre su persona? Tenemos al mismo juez -más o menos Grande, más o menos
Marlaska, con c de Rubalcaba o con k de Rubalkaba, según le venga en autos-
que sostiene que, si el citado dirigente sindical vasco hubiera hablado -digo
bien: hablado- de la conveniencia de que la izquierda abertzale presentara
listas «blancas» a las pasadas elecciones autonómicas, podría haber cometido
un gravísimo delito. Pero, en cambio, no mueve ni un dedo en contra de
quienes formaron parte de tales listas cuando acabaron formalizándose.
¿Tratará de instaurar un novedosísimo principio jurídico, según el cual puede
resultar delictivo hablar de algo, pero no hacerlo? Líbreme el cielo de la pretensión de indagar en las
intenciones de don Fernando Grande, con guión o sin él, con c o con k. Me
limito a registrar el hecho de que, quiéralo o no, lo sepa o lo ignore -no
hay por qué presuponer inteligencia a nadie-, está haciendo política de la
más dura, a troche y moche. Política, por cierto, muy inconveniente (o muy
conveniente, según qué bando la considere). Porque la persona que don
Fernando ha tomado arbitrariamente como diana de sus iras procesales,
seleccionándolo de entre los muchos, muchísmos miles que creyeron que sería
positivo que la parte de la sociedad vasca a la que representa la izquierda
abertzale pudiera tener expresión electoral, ha ido a emprenderla contra una
persona (*) que puede cumplir un papel de primera importancia en la
pacificación y la normalización de la política vasca. También es coincidencia. O no. Singular la Justicia de este país, ya digo. Anteayer, el fiscal general pronosticó que está cercano
el fin de ETA. Si hiciera esa apreciación tomándose un blanco con sus
amiguetes en la barra de un bar, no le objetaría nada. Pero ¿a cuento de qué
se mete en esos dibujos cuando ejerce de fiscal general? En resumen: ¿por qué todos estos personajes no dejan la política
para los políticos, que ya son más que numerosos, y se dedican a ejercer de
lo suyo, que es para lo que les pagamos? ________________ (*) Este
párrafo contiene un grosero error de redacción. Si lo repasáis, veréis que
dice, en resumen: «Porque la persona que don Fernando ha tomado
arbitrariamente como diana... ha ido a emprenderla contra una persona que
puede cumplir...». Lo cual se entiende más o menos por dónde quiere ir, pero
mezcla dos fórmulas que no pintan nada juntas. Me di cuenta del yerro y envié
otra versión a El Mundo, en la que
decía: «Porque la persona que don Fernando ha tomado arbitrariamente como
diana... es alguien que puede cumplir...», etc. Lamentablemente,
esa segunda versión o nunca llegó a la Redacción o no fue tenida en consideración,
por inadvertencia. Excuso decir que lo lamento. Excepto la nota final, lo que antecede es
copia de la columna publicada en El
Mundo el 15 de septiembre de 2005 Para
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Las simpatías fílmicas |
JAVIER ORTIZ Dicen los críticos que la película es muy buena. Y lo será, seguro. Añaden que es también muy valiente. Lo cual tampoco
pongo en duda, pero con más reservas. Porque tengo en cuenta que no es lo
mismo inducir al público de una sala de cine a que dirija una mirada tierna
hacia la historia filmada de los amores mutuos de dos cowboys que lograr que ese mismo sentimiento de ternura se
integre en la vida cotidiana de la sociedad real. La historia del séptimo arte abunda en películas en las
que los espectadores se ven hábilmente arrastrados no ya sólo a tolerar, sino
a simpatizar y a sentirse cómplices de comportamientos que rechazarían
iracundos fuera del cine. Los más firmes defensores de la ley y el orden son
capaces de aplaudir robos y de celebrar asesinatos siempre que se trate de
una película y que los ladrones y los asesinos aparezcan envueltos en el halo
de desenfadada simpatía que conviene al caso. Desde Bonnie & Clyde hasta el remake
de The Italian Job, el juego de la
mentira cinematográfica nunca ha dejado de funcionar. Lo que vale para las transgresiones a las normas
oficiales sobre la propiedad privada o el derecho a la vida se extiende,
llegado el caso, a las reglas concernientes a la moral y las buenas
costumbres. Todo el mundo se sintió conmovido con las actividades de chapero
de John Voigt en Midnight Cobwoy, o
con las de puta de lujo de Jane Fonda en Klute,
o con los desamores homosexuales de Robert Webber en 10. Den por hecho que la mayoría de quienes participaron de tales
empatías cinematográficas sentirían el más vivo rechazo si tuvieran instalado
algo así en la casa de enfrente. La Mostra
también ha aplaudido la maestría de George Clooney como guionista y director
en Good Night, and Good Luck,
película que alaba la negativa de un periodista de televisión a plegarse a la
ferocidad represiva del maccarthismo y al diktat
de los patronos de su empresa. Formulo una apuesta. Hágase el recuento de
cuántos vean esa película en el curso de los próximos 12 meses y no se
sientan identificados con la rebeldía de su protagonista. Apuesto a que serán
muy pocos. Hágase a continuación el recuento de los que, de entre ellos, han
movido alguna vez un dedo para protestar cuando un periodista de verdad, de
los de carne y hueso, ha visto cercenada su libertad de crítica. Apuesto a
que serán muchísimos menos. No me rebelo contra el hecho de que el cine sea esencialmente
tramposo. Lo que me pregunto es en qué medida el cine trasgresor,
irrespetuoso y crítico no sirve para proporcionar las necesarias dosis de
buena conciencia a los espectadores que luego, en cuanto salen del cine, se
sitúan con uñas y dientes en el bando de enfrente. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 12 de septiembre de 2005 Para
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Dieciséis toneladas |
JAVIER ORTIZ Confieso mi perplejidad. Mis perplejidades. Me deja realmente perplejo, por ejemplo, con qué
unanimidad las más altas personalidades políticas de Estados Unidos, desde el
ex presidente Bill Clinton hasta el presidente en teórico ejercicio, George
W. Bush, afirman que habrá que investigar cómo ha podido producirse esta
catástrofe, pero que «no es todavía el momento» de hacerlo, porque «ahora la
prioridad es auxiliar a las víctimas».Como si todos los representantes del
Congreso y el Senado de EEUU se hubieran calzado las botas de agua y
estuvieran pala en mano quitando el barro de las calles de la ciudad natal de
Louis Armstrong. ¿Qué necesidad hay de elegir entre rescatar e investigar?
Los que trabajan en las tareas de ayuda pueden seguir haciéndolo, sin que
nadie les importune, y, a la vez, los políticos pueden comenzar a analizar
las razones de la catástrofe, mejor hoy que mañana y con idéntica dedicación.
Pero es todavía mayor la perplejidad en que me sume la
noticia de que no sólo España, sino la práctica totalidad de los Estados
miembros de la Unión Europea, han acordado enviar ayuda a EEUU. Algunos han
empezado ya a hacerlo. Mandan víveres, tiendas de campaña, bombas de agua,
medicinas... Mi pregunta es sencillísima: ¿carece EEUU de algo de
eso? Sus Fuerzas Armadas -capaces, según Bush, de mantener simultáneamente
dos grandes guerras a muchos miles de kilómetros de distancia- se han quedado
hasta tal punto carentes de pertrechos que han de pedir prestadas tiendas de
campaña al Ejército español? Su industria alimentaria, que exporta a todo el
mundo, ¿tiene tan vacíos sus almacenes que no les queda más remedio que
solicitar a España, Francia, Italia, Alemania o Suecia que les envíen
raciones de comida? ¿No cuentan sus impresionantes multinacionales
farmacéuticas con stocks que quepa dirigir con urgencia a Luisiana? Por resumir todas las preguntas en una sola: ¿qué
narices hace el país más rico del mundo pidiendo limosna? ¿O será tal vez que
el Gobierno de Washington se prohíbe recurrir a los bienes de las
multinacionales norteamericanas porque son propiedad privada, y la propiedad
privada es sagrada? Lo digo con total sinceridad: si la noticia hubiera sido
difundida el 28 de diciembre, no habría tenido la más mínima duda de que se
trataba de una inocentada. Aunque tal vez lo sea, en cierto modo. Porque cualquiera
no se gasta 350.000 euros, como está haciendo la Agencia Española de
Cooperación Internacional, para echar una mano al Tío Gilito. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 8 de septiembre de 2005 Para
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semana, las columnas de Ortiz en El
Mundo aparecerán los lunes y los jueves] |
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La imagen de la degeneración |
JAVIER ORTIZ No trato de decir que todo fuera perfecto, ni mucho menos. Se producían situaciones de descoordinación, alguna gente se dejaba dominar por el pánico y, claro está, tampoco faltaban los pescadores en río revuelto. Pero uno tenía la clara sensación de que la situación de conjunto estaba bajo control. Es la antítesis de lo que se ha vivido -de lo que se
sigue viviendo- en Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina. Oigo y leo que algunos comentaristas culpan del desastre
sobrevenido a los efectos de las sucesivas políticas neoliberales de los
gobiernos estadounidenses: de los pasados y del actual, del central y de los
locales. No seré yo quien les niegue la razón. En efecto, es imposible
comprender lo que está sucediendo en el sur de los EEUU sin tener en cuenta
la progresiva minimalización de las
funciones asistenciales del Estado, directamente proporcional al incremento
de los gastos militares, y la reducción tajante de las inversiones en
infraestructuras de interés social. No es culpa de Bush que buena parte de
Nueva Orleans esté -estuviera- edificada bajo el nivel del mar, pero sí de la
paralización de las obras de construcción de diques protectores y de que se
hayan desecado amplias zonas que retenían las aguas para satisfacer las
exigencias de los especuladores inmobiliarios. Pero eso no es todo. Los fanáticos del neoliberalismo
son también culpables de otra decadencia que está resultando igual de
terrible: la espiritual. Ellos han impulsado el avance arrollador del
individualismo, del cada uno a lo suyo y a los demás viento fresco, de la
atomización de lo colectivo en particularidades inconexas. De la
desarticulación de la sociedad civil, en suma. Nueva Orleans no es sólo el escenario de un drama. Es
también la imagen sin afeites de una terrible degeneración colectiva. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 5 de septiembre de 2005 Para
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El problema es casi todo |
JAVIER ORTIZ Trata el Ejecutivo de paliar el excesivo déficit sanitario por dos vías: la central, aumentando los impuestos sobre los alcoholes y el tabaco, y la autonómica, permitiendo que los gobiernos locales incrementen el beneficio que obtienen de ciertos gravámenes. Se mofa de Rodríguez Zapatero el PP y de la afirmación
que hizo cuando era candidato, según la cual lo progresista no es subir los
impuestos, sino bajarlos. En realidad, tan frívolo es afirmar lo uno como lo otro.
Por regla general, resulta más justo poner el acento en los impuestos
directos, que gravan a cada individuo en proporción a sus ingresos, que en
los indirectos, que pagan por igual los ricos y los pobres. Pero ese criterio
tampoco es suficiente, porque también hay que juzgar cómo se administra lo
recaudado. El Estado -hablo del conjunto de las administraciones-
no ingresa por separado para Sanidad, para Educación, para Defensa, para
infraestructuras, etcétera. En cada uno de sus niveles -central, autonómico,
local-, cuenta con una caja única, a partir de la cual debe distribuir el
gasto. En consecuencia, carece de sentido afirmar que la Sanidad resulta
deficitaria. Lo es por naturaleza, lo mismo que la Educación, que la
Defensa... y que la Casa Real, sin ir más lejos. Si hay que apretarse el cinturón, habrá que establecer
una jerarquía de necesidades. Dejo esto a un lado por un instante para llamar la
atención sobre otros aspectos realmente curiosos del asunto. Por ejemplo, la
cuantificación que hace el Gobierno de los ingresos que obtendrá aumentando
los impuestos sobre el tabaco y los alcoholes. ¿Tan seguro está de que la
campaña del Ministerio de Sanidad contra el tabaquismo y el alcoholismo va a
fracasar, y de que las tasas de consumo de ambos géneros van a mantenerse
incólumes? Otrosí, y ésta dirigida a los del PP: ¿se han preguntado
por qué la Sanidad de algunas comunidades autónomas administradas por su
partido, caso de la valenciana y la balear, pasa por tantos apuros? Les
aporto un par de factores clave: porque han favorecido con fervor ladrillero
el crecimiento del turismo residencial, integrado en su mayoría por
extranjeros vetustos que recurren sin parar a la Sanidad pública, y porque
han hecho la vista gorda ante la emigración clandestina, que gasta en Sanidad
pero no cotiza a la Seguridad Social. Visto todo lo cual, me pregunto: en suma, ¿cuál es el
problema? Y respondo: el problema -ay, mis queridos conciudadanos-
es casi todo. Es
copia de la columna publicada en El
Mundo el 3 de septiembre de 2005 Para
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El síndrome posvacacional |
JAVIER ORTIZ En fin, que vuelven muchos al trabajo asalariado, y casi todos regresan con una cara que llega hasta el suelo, abatidos, desganados y melancólicos, situación que los psicólogos al uso califican de síndrome posvacacional. Mi tesis es que el llamado
síndrome posvacacional no es ningún síndrome, sino una reacción sana y lógica
de las personas que durante unas cuantas semanas se han ido situando en
condiciones de juzgar con alguna distancia el absurdo alienante que encierra
el grueso de la actividad profesional que desarrollan a lo largo de casi todo
el año. No todo el mundo odia su
trabajo. Algunos tenemos la fortuna de dedicarnos a una actividad con la que
disfrutamos. Por eso no paramos de trabajar durante las vacaciones, aunque
bajemos el pistón. Gozamos haciéndolo, e incluso nos frustraría no hacerlo. Los hay que aman también su
profesión, pero odian el modo en el que tienen que ejercerla. He conocido a
muchísima gente así en el gremio periodístico. Les gusta escribir, pero no lo
que les mandan que escriban. Eso les echa para atrás, incluso. En idéntica categoría hemos de
situar a muchísimos profesionales de las más diversas ramas. Todos amantes de
su profesión u oficio; todos cabreados con la manera en la que deben llevarlo
cada día a la práctica para que les paguen a fin de mes. Hay que contar también con el
efecto deprimente acumulado que acarrea padecer la obligación de perder una
parte sustancial del día yendo y viniendo de casa al centro de trabajo y del
centro de trabajo a casa. Y con los devastadores efectos psicosomáticos de
las comidas a salto de mata en cualquier sitio. Concluyo: se llama síndrome
posvacacional al tiempo que tarda una persona medianamente lúcida en
resignarse a su destino mediocre y dejarse vencer por los efectos anestésicos
de la rutina. Leí hace años que los
prisioneros de los campos de exterminio nazi organizaban partidos de fútbol,
unos contra otros, para entretenerse mientras les llegaba la hora de acudir a
la cámara de gas. Comprendí que los humanos somos capaces de amoldarnos a
todo. Que la mayoría supere el llamado
síndrome posvacacional es otra buena prueba de ello. Es copia de la columna publicada en El Mundo el 1 de septiembre de 2005 Para
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Columnas publicadas con
anterioridad
(desde julio de 2003)
2005
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2003
. Segunda quincena de julio de 2003